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Aprender a morir

Vejez, ¿amiga, enemiga?

N

o sólo es cuestión de actitud, como dice el lugar común a cerca de la vejez, sino además de un sinnúmero de circunstancias que van a determinar, por encima del invocado libre albedrío, la manera personal –y familiar– de enfrentar la vejez como el último enemigo del guerrero, de quien posee conocimiento y aceptación íntimos de su muerte.

La vejez como ley de vida y adversario formidable al que no podemos vencer, aunque en teoría debamos seguir peleando cada una de nuestras batallas como si fuera nuestra última sobre la Tierra y morir como un guerrero impecable, al decir de Carlos Castaneda y sus valiosos diálogos con don Juan.

Como único ser sintiente con conciencia de que siente y de que tiene que morir, el ser humano debe enfrentar una seria batalla con su envejecimiento, entendido éste como el avance de su edad cronológica, la acumulación de años y, lo más paradójico, la acumulación de sentires, pensares y haceres a lo largo de esa existencia, sustentada más que en una lucidez alerta en un exceso de ego torpe, en una importancia personal extraviada.

Esta importancia personal, en la delgada frontera entre la autoestima bien entendida y un estorbo permanente que debilita por sobrevalorar aquello a lo que otorgamos prioridad, aunque no la tenga, se acentúa con la edad, justificando que nos sintamos ofendidos y enojados con algo, con alguien o con ambos. Enemiga acérrima del ser humano, mantener esta importancia mal entendida nos obliga a desperdiciar la mayor parte de nuestra energía en una preocupación pueril por ser admirados, queridos y aprobados, en una autocompasión disfrazada que apuntala una ilusoria idea de grandeza.

Autoestima ilusoria con la que nos pasamos la vida creyendo que creemos, nos impide desarrollar estrategias de concientización para entender que la muerte es nuestra consejera y la vida el proceso por el cual la muerte nos desafía. Por esto es que la vejez se torna el último obstáculo en el camino del conocimiento. Si el ser humano logra sacudirse su apatía y su cansancio, revisa creencias y refuerza convicciones a partir de la conciencia de sí y de que la muerte siempre está aquí con nosotros, no como amenaza sino como fiel consejera, la vejez se vuelve aliada que permite borrar nuestra historia personal, hacernos por fin responsables de nosotros mismos y aceptar a la muerte como consejera verdaderamente sabia, dejó dicho entre otras cosas don Juan.