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Federico Silva, al alba de los 100 años
F

ederico Silva lanzó sus flechas al infinito en busca del espíritu de la muerte. El intrépido arquero alcanzó las ramas más altas del ahuehuete centenario, sembrado por Nezahualcóyotl, que lo acompañó los últimos años de su vida en su casa-taller de Amaxiac de Guerrero, Tlaxcala. Alcanzó esas ramas y subió más allá. A ese más allá donde seguramente predominarán el viento y la energía cósmica, los aluxes, cruces, naguales y serpientes. Y si acaso en ese allá se pase lista, Federico Silva, al unísono con muchos hombres y mujeres de su pueblo, contestará feliz y orgulloso que tuvo la fortuna de ser de izquierda, de defender siempre las causas de las mayorías, de estar a favor de la igualdad y de haber estado siempre comprometido con el arte para construir una sociedad para la libertad.

En la cueva donde los indios lanzan sus flechas al infinito en busca del espíritu de la muerte está Principio, la obra que más disfrutó hacer Silva en sus más de 80 años de trayectoria. Recuerdo cómo se le iluminó la cara cuando me platicó acerca de ese mural de 6 mil metros cuadrados que pintó durante cuatro años en La Cueva de Huites de la hidroeléctrica Luis Donaldo Colosio en Choix, con la colaboración de entusiastas habitantes de ese municipio de la sierra sinaloense, así como por algunos de sus alumnos.

La estimaba por ser arte público, ese arte que se impone por la sociedad, no por el mercado ni por ninguna instancia gubernamental. En las charlas que tuve con él para la realización del programa Una trayectoria, una colección, también mencionó otras esculturas y murales: Ocho conejo y Las serpientes del Pedregal en el corredor escultórico de la UNAM; Alux de la muerte en Tlatelolco; Historia de un espacio matemático en la Facultad de Ingeniería de la UNAM y La técnica al servicio de la paz en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional, obras apreciadas por el artista y la comunidad, ya que pueden encontrar significados de su pasado y presente.

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El principio, en La Cueva de Huites de la hidroeléctrica Luis Donaldo Colosio en Choix, Sinaloa, es la obra que más disfrutó hacer Silva en sus más de 80 años de trayectoria.Foto cortesía Antonio Torres Marín

Representante de la grandeza cultural de México, nacido en la Ciudad de México el 16 de septiembre de 1923, siempre estuvo orgulloso de la independencia de su pensamiento, porque el artista no puede dejarse seducir por algo que no sea el arte. Aprendió, entendió y transmitió –porque también fue académico– que los mejores artistas son los que están comprometidos con la sociedad.

Me relató que tuvo la fortuna de pertenecer al ala izquierda de la sociedad, así como la relación que tuvo con Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros, con este último, su amigo y maestro, lo unió no sólo la creación artística y la pintura mural, sino también las luchas sociales. Prueba de ello es la revista política 1945, que Silva ideó y en la que Siqueiros participó, la cual siguió una línea contra el fascismo y el pensamiento conservador. Otro aspecto de su posición política es su admiración por los artistas del Taller de la Gráfica Popular, en particular por Leopoldo Méndez.

En su obra nos legó su robusto concepto estético y la noción de que el artista siempre guarda un compromiso con la sociedad de su tiempo.

Para María Esther, con mi cariño

* Directora general de Promoción Cultural, Acervo Patrimonial y de la Conservaduría de Palacio Nacional de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público