Opinión
Ver día anteriorMiércoles 30 de noviembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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China: desgaste pandémico
E

n las principales ciudades chinas se vive una ola de protestas contra la política gubernamental de covid cero, por la cual urbes enteras son puestas en cuarentena y millones, e incluso decenas de millones de habitantes, quedan en aislamiento cada vez que se detecta un brote del virus. El detonante de las manifestaciones fue la muerte de 10 personas durante un incendio en la ciudad de Urumqi, pues se presume que las estrictas medidas de confinamiento dificultaron las labores de rescate, pero el descontento se venía gestando por el explicable estrés emocional que experimenta cualquier ser humano al ver alterada de manera brusca su vida cotidiana, así como por los severos efectos económicos de frenar toda actividad comercial, industrial y administrativa de manera intermitente.

La extensión de las protestas, aunada a la aparición esporádica de consignas contra el recién relecto presidente Xi Jinping y contra el Partido Comunista, ha llevado a que los medios occidentales interpreten lo que ocurre en el país asiático en clave de una insurrección ciudadana semejante a las revoluciones de colores de la órbita ex soviética, la Primavera árabe de hace una década o, en un referente local, los acontecimientos de Tiananmen de 1989; es decir, como si se acercara un parteaguas que prácticamente anuncia el derrumbe del régimen heredero de la Revolución de 1949. Lo cierto es que las manifestaciones resultan atípicas en un país en el que la disidencia se encuentra estrechamente controlada, donde el descontento no suele ser llevado a las calles –excepto, claro está, en la isla de Hong Kong, donde importantes sectores de la población se resisten a integrarse al resto del país y mantienen una nostalgia del colonialismo británico vigente hasta 1999–.

Asimismo, significan un importante viraje en el profundo temor social hacia el coronavirus: mientras ahora se pide levantar las restricciones sanitarias, hace apenas tres semanas un brote del SARS-CoV-2 provocó una auténtica estampida inducida por el pánico en una planta de ensamblaje de smartphones en la ciudad de Zhengzhou, pues los obreros consideraban el contagio como una especie de condena de muerte. Sin embargo, hasta ahora las lecturas que buscan paralelismos entre las protestas en Pekín, Shangai, Nankín, Xian, Wuhan o Cantón y grandes insurrecciones del pasado parecen responder más a ideas preconcebidas en los medios de Occidente que a los acontecimientos sobre el terreno.

Es necesario recordar que el descontento ante los confinamientos no es privativo de China; por el contrario, hace año y medio millones de personas expresaron con vehemencia (y no pocas veces a contrapelo del sentido común) su rechazo a las medidas para contener la propagación del virus en Estados Unidos, Europa y América Latina. La crisis económica derivada de la pandemia también ha sido motivo de fuerte malestar en países tan disímiles como Colombia o Reino Unido, por lo que nadie debería llamarse a sorpresa de que forme parte de la agenda pública china.

En suma, hay un evidente cansancio socioemocional por la política de contención de la emergencia sanitaria; a éste se agrega un malestar económico creciente, y en tercer lugar podría estarse gestando un descontento político ante el régimen. Estos factores, sin duda deben mover al gobierno chino a revisar sus políticas y atender las demandas de la población, pero en ningún caso validan las fantasías –siempre injerencistas– de Washington, sus aliados, y los medios que les son afines.