Tampoco su esposa se postulará para algún cargo
Dedicó buena parte de su discurso a la importancia del amor al pueblo
Lunes 28 de noviembre de 2022, p. 6
Fue un rencuentro con la plaza pública y la gente que le patentizó su lealtad. Si cuando era opositor arrastraba masas, hoy desde la Presidencia nadie puede disputarle liderazgo e innegable conexión social. Casi seis horas después de sumergirse entre la algarabía de sus huestes desbordadas, Andrés Manuel López Obrador llegó al estrado del Zócalo para proclamar su fe en Madero, disipar especulaciones y apaciguar deseos: ¡No a la relección. Somos maderistas. Sufragio efectivo, no relección!
Cuatro años de gobierno y la gente sigue ahí, con él, sin regatear su respaldo. ¿Cuatro? En realidad son décadas de acompañarlo en su empeño por encabezar un viraje que ponga fin al neoliberalismo, un modelo económico que, en la visión obradorista, ha saqueado hasta la ignominia al país y heredado a su gobierno pobreza, violencia y desigualdad, en proporciones difíciles de revertir en un sexenio.
Confiado como está en las encuestas que de forma sistemática arrojan altos niveles de aceptación social para él y su proyecto, López Obrador lanzó el desafío de medir fuerzas públicamente. Y ya en el Zócalo su rostro no ocultaba satisfacción por la adhesión de quienes en abstracto define simple y llanamente como el pueblo.
Y por eso, una buena parte de su arenga la dedicó a exaltar esa conexión que elevó a niveles casi pasionales, previa remembranza a Ricardo Flores Magón, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, identificándose en sus particulares visiones de la necesidad de vincularse al pueblo.
Nada se logra sin amor al pueblo. Quizá en otros tiempos se podía fingir, simular, ir en campaña a pedir votos, abrazar a la gente y luego llegar al cargo y olvidarse del pueblo, ahora ya no.
En el estrado la nueva clase política acudió casi en su totalidad a la convocatoria presidencial: el gabinete legal y ampliado y, en segundo plano, la totalidad de gobernadores morenistas. Entre las primeras filas estaban los invitados especiales, dirigentes del partido guinda, líderes empresariales…
Encarnación Mejía es un campesino que salió temprano de Tecámac, estado de México. Su edad se le esconde en la memoria y le regatea certeza: 59, no, 64, no, 69
... Las profundas grietas en su rostro revelan que han sido años duros, arando la tierra, pero algo que no se le remueve en el recuerdo es su profundo obradorismo y su deseo de que se prolonguen tres años más, expresado en una pancarta.
Somos maderistas
No son pocos los que de alguna u otra forma piden una prórroga al sexenio. Un deseo que tuvo una puntual negativa presidencial que fue más allá de su persona para deslindar a Beatriz, mi compañera
, de toda aspiración política. Así como les dije de que somos maderistas y que no hay relección, Beatriz ni siquiera aceptó ser primera dama. Ella no va a participar en ningún proceso electoral. Ofrezco disculpas por decirlo, pero es un asunto de interés público y debe de quedar claro
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Derivado del debate mediático, las pancartas asumen con ironía el calificativo de acarreados: Me uno al acarreo porque estoy hasta la madre de los Xs
o Soy acarreada. Me dieron dos refinerías, un aeropuerto y un tren
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Hay asistentes favorecidos
con alimento y transporte –cientos de camiones en calles aledañas–, que tienen clara su adhesión a López Obrador, mientras otros no tienen ni idea de la organización en la que militan, acreditada en la camiseta que les acaban de regalar. Pero la multitud mantiene el ánimo desenfrenado: es la reivindicación de lo que el Presidente llama Cuarta Transformación.
Llegaron los conversos: camiones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, antaño arraigados priístas, saben que esos tiempos no volverán y, con no poco pragmatismo, proclaman su neo-obradorismo, sin rubor por su pasada adhesión al régimen neoliberal.
También había los alejados de la actual administración. Reacios a moverse del Zócalo, a donde llegaron hace casi dos semanas, integrantes de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero demandan la reanudación del diálogo con el gobierno federal. Con presencia pasiva en el Zócalo, sólo sus pancartas describían sus reivindicaciones.
Desde temprano había fiesta con la música, cortesía de mariachis del Ejército y la Marina. Verónica Macías llegó en la mañana de Veracruz. Es enfermera jubilada, cuyo bastón revela su edad, pero no inhibe su idiosincrasia jarocha que le motiva a bailar al menor son que escucha. Interrumpe su baile para confesar: Soy obradorista a muerte, toda mi vida. Esta es la marcha de la felicidad, de la alegría
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