l espaldarazo que los votantes dieron al Partido Demócrata hace una semana no necesariamente se ha traducido en un incremento en la popularidad del presidente Biden. Con ese marco de fondo, su decisión en torno a la posibilidad de relegirse dentro de dos años se ha convertido en una gran incógnita entre la clase política estadunidense y, por supuesto, entre los miembros de su partido. Los principales elementos de ese dilema son su edad y la duda sobre su remplazo en la candidatura a la presidencia en 2024. Lo que es evidente es la incapacidad para aquilatar en toda su dimensión lo que Biden ha logrado en los poco más de dos años en los que ha gobernado, después de recibir un país colapsado por cuatro años de un gobierno que privilegió la mentira, la corrupción y la insidia. La historia se encargará de hacer un juicio más justo.
Por lo pronto, vale mencionar dos de las razones que pudieran explicar por qué no se atribuye ningún mérito a la extraordinaria forma en que un puñado de candidatos de su partido literalmente se levantaron de la lona para vencer a sus opositores republicanos. Se ha insistido en que uno de los factores clave en la derrota de un buen número de los candidatos republicanos fue la pésima selección que Trump y sus acólitos en el partido republicano hicieron para garantizar su postulación. Para un buen número de observadores políticos, fue la causa por la que los votantes sufragaron por los legisladores, gobernadores y asambleístas del Partido Demócrata. Efectivamente, en el voto a favor de los demócratas, en muchos casos, operó el miedo a los candidatos que representaban la nefasta política que Trump impuso durante sus cuatro años de gobierno. Pero eso es sólo parte de la historia. Para muchos electores, la política y los logros del presidente en materia de salud, política social y económica no pasó inadvertida y sí pudo haber influido en el momento de depositar su voto en las urnas. Para ellos los esfuerzos realizados por el primer mandatario en esas áreas no son una cuestión fortuita ni trivial. Aparentemente, es la conclusión a la que Biden y sus asesores también han llegado.
Con ese telón de fondo, la decisión de Biden, que seguramente tomará en los primeros meses del año, sobre su posible candidatura a la relección tiene un peso que no se puede soslayar. Con todo y los yerros cometidos y los que sus detractores le atribuyen, la pausa y discreción en sus decisiones en buena medida han evitado divisiones entre los miembros de su partido, contrario a lo ocurrido con el liderazgo que Trump ha ejercido en el Partido Republicano. La cautela con la que Biden ha respondido a los ataques de sus opositores ha inquietado a muchos de los demócratas, pero le ha ganado respeto entre no pocos de sus opositores políticos y, lo que es más importante, en una sociedad harta del divisionismo y la polarización política de los últimos cuatro años. En el nada remoto caso de que Biden considere que es oportuno ceder la batuta a otro candidato en su partido, esas son algunas de las características que una sociedad preocupada por el futuro de la democracia estima que debiera tener quien decida lanzar su candidatura para sucederlo en 2024. Esa es o debiera ser la lección que en algunos editoriales se puede advertir sobre el resultado de la reciente elección.
Con este escenario de fondo, dos eventos más sacuden a la política estadounidense. Nancy Pelosi renuncia al liderazgo de la representación demócrata en la Cámara de Representantes. Con su decisión abre un parteaguas del que emergerá una nueva generación de líderes.
Donald Trump anuncia su candidatura a la presidencia en 2024 y al mismo tiempo el Departamento de Justicia nombra un fiscal especial para iniciar un juicio formal en su contra. Por fin enfrentará a la justicia en por lo menos dos delitos por los que pudiera ser enviado a prisión.
Demócratas y republicanos entran en momentos decisorios en el futuro de sus respectivos institutos políticos.