untaron, auxiliados con agrandadas bocinas, a sus bases y salieron con alegría a la calle. Y ahí queda, documentado, el atrevimiento para lo que vendrá. Y ese porvenir lo verán con renovada confianza. Se han ganado el lugar que, al menos por ahora, pretendían. Quizá no les sea suficiente para treparse al poder de la República pero, sin duda, tendrán sitio propio. El cemento que une a los muy distintos agrupamientos es, todavía, endeble, nublado. Pero se irá transparentando en el transcurso de la disputa en curso. No habrá tregua alguna puesto que no están solos ni van a la vanguardia. De aquí en adelante y de muchas formas el pleito será abierto, con toda la enjundia que se requiera para batirse por el mando. Bien saben que cuentan con sobrados apoyos para enfrentar el singular desafío. Tienen, todavía, faltantes que son cruciales: visión integrada de futuro, cumplimentada con la narrativa correspondiente. Siendo estas condicionantes primordiales que deben integrarse a necesidades reales y sentidas. Pero han alcanzado un peldaño indispensable para mejorar lo que les falta pulir.
Lo que la reciente marcha mostró de esta coalición conservadora es una respetable base humana qué presumir. Bien puede decirse que cuentan con una sólida concurrencia de clases medias urbanas. Una parte de las cuales está situada en el escalón más alto de ingresos y, otra, tal vez más numerosa, que apenas se despega de duras limitantes. Todas estas personas se ven y aprecian como ciudadanos productivos, honestos y responsables, capaces de valerse por ellos mismos. Educados y sanos sin duda están. Proyectan una activa imagen moderna en su conducta cotidiana y sus aspiraciones son arraigadas pasiones. Los que salieron a manifestar su apoyo irrestricto a una institución electoral (INE) dejaron asentados rostros de gente ya madura. Poca juventud entre sus filas, pero es factible que cuenten con penetrante fuerza entre esa capa poblacional de similar corte medio. En fin, han presentado ante los ojos de la nación a una coalición que tiene con qué batirse para acceder al poder. Otra cosa, muy distinta, sin embargo, es que puedan vencer a lo que, por ahora, tienen y tendrán enfrente.
Llevar como estandarte de unidad y combate la preservación de un INE que, suponen con firmeza inalterable, alguien quiere destruir, es una trinchera sumamente frágil. Nadie, además de un conjunto de sus adalides, ha postulado como tentativa a desarmar. Cierto que más de uno lo ha propalado a voz en cuello. Y el autor de tan grosero atentado se imaginan que es, nada menos, el mismo Presidente de la República. No es para menos que, muchas buenas y razonables personas, se alebresten, se enojen y protesten por tan perverso propósito. Sobran, por ahora, muchos que llegan a visualizar como una verdadera trama maligna, originada en la ambición presidencial desatada y manifiesta. La opinocracia hizo su labor de zapa al inocular tamaña mentira. Y de este oscuro supuesto, ya bastante arraigado entre integrantes de la coalición conservadora, se siguen otros que distan kilómetros enteros de tener alguna pizca de terrena realidad.
Si tan sólo se enfoca la reforma propuesta como una tentativa que quiere mejorar al INE en algunas de sus carencias o limitantes, otra historia puede contarse. Bien se sabe que el cuerpo de funcionarios, magistrados y consejeros dista de ser catalogado como eficaces patriotas, constructores de opciones eficientes. Avistar al INE como inamovible instrumento de la vida electoral es ya una postura autoritaria de salida. Esta institución acuerpa a personas que han peleado por sus intereses y privilegios en momentos donde los demás trabajadores del gobierno pugnan por una austera funcionalidad. Eliminar la muy bellaca y abusiva práctica patrimonialista tiene ahí materia dónde cortar.
Pero llevar el asunto de los apoyos al INE hasta el límite de igualarlos con la misma democracia, –y clamar que está en peligro– es soltar un grito en el vacío. Es abusar del término que no se agota en el proceso electoral, sino que toca a toda la vida organizada. Y el INE es sólo una institución creada para contribuir a regular una de sus formas. Nunca ha sido el constructor de la muy variada, ambicionada y continua organicidad democrática. Esta es un fenómeno en perfeccionamiento continuo, de techo abierto, difícil, tedioso y plural, trabajado por la sociedad en su conjunto. La lucha por acceder a mejores niveles en derechos colectivos empezó mucho antes de inaugurar ese organismo regulador. Lo mostrado por esta coalición asentó, a las claras, la defensa del raspado modelo de continuidad elitista. Una actitud válida porque tendrá, sin duda, un oponente, mucho mejor plantado que busca atender a los rezagados en la igualdad.