a historia es azarosa, contradictoria e incierta, no un guion prefigurado en evolución constante. No hay leyes atemporales e inamovibles, hay fuerzas terrenales en lucha dialéctica constante, decía Carlos Marx. No hay progresión ineluctable, hay lucha cotidiana sin patrones prestablecidos, decía Karl Popper, el filósofo de la sociedad abierta. Ese escenario cambiante, de avances y regresiones, es el que hemos estado observando en el mundo entero.
En Europa misma, para terminar el análisis de esta parte del orbe, hemos visto cómo la carencia absoluta de conocimiento de la historia, de los equilibrios geopolíticos y de la propia política, de parte de un presidente advenedizo en Ucrania, calificado para la actuación y el histrionismo no para los temas de Estado, quebrantó la paz mundial, al pretender llevar las fronteras de la OTAN a las puertas de Rusia.
Desde luego, no hay justificación que valga para la violación de los derechos humanos en una guerra que ha cobrado muchas vidas, proyectos personales y activos económicos, pero por eso mismo debieron aquilatarse, y preverse los riesgos que entrañaba romper con los delicados equilibrios que por décadas habían mantenido la paz en Europa. Querer corresponsabilizar ahora a toda la comunidad de naciones de lo que desató la impericia política sólo confirma el error de cálculo de un movimiento apresurado. Se confundió el guion de una película con la complejidad de la historia.
Otro movimiento inusitado es el que estamos observando en Finlandia y Suecia, cuyos gobiernos siempre habían sido reconocidos por su sensibilidad para mantenerse al margen de las contiendas mundiales y los bloques de poder, el socialista y el capitalista, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, cuando prácticamente todos los países europeos tuvieron que optar entre la OTAN y el Pacto de Varsovia.
Esa capacidad de equilibrio para mantener excelentes relaciones con todo el mundo está desapareciendo, también bajo el empuje de nuevos gobernantes sin sentido de la geopolítica mundial o apremiados por los últimos acontecimientos, al solicitar, y ya prácticamente obtener formalmente, su ingreso a la OTAN y por tanto adquirir su blindaje militar confrontando, ahora sí, a la parte oriental de la siempre compleja ecuación europea.
En el continente americano, es muy ilustrativo el caso del país epítome de la democracia liberal y las garantías individuales, el mismo que deslumbró a Alexis de Tocqueville y que le inspiró su clásico la democracia en América, Estados Unidos. Ahí mismo hemos visto regresiones alentadas por la derecha conservadora, como el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, hoy ya sin la protección constitucional, debido a la resolución de una corte suprema dominada por el trumpismo, y dejando ese derecho a la discreción veleidosa de cada uno de los estados de la federación, en leyes secundarias.
El avance de la derecha republicana en las elecciones intermedias que renovaron el Congreso y varias gubernaturas, menor al esperado pero avance al fin, pone aún más en riesgo los progresos en esa materia y en otros temas sensibles como los permisos temporales de los trabajadores migrantes y la estabilidad de quienes llegaron a ese país siendo niños.
En América Latina, en cambio, hay un avance formidable de las fuerzas progresistas, en su amplio espectro de socialdemocracia y centroizquierda, ya con las cinco economías más grandes del subcontinente con esa orientación ideológica.
El triunfo de Lula, consumado en la segunda vuelta sobre la ultraderecha bolsonarista, hizo que por primera vez en la historia 85 por ciento de la población del subcontinente tenga gobiernos de avanzada, después de que gran parte del siglo XX, hasta la década de los 80 en algunos casos, fueron las dictaduras militares de derecha las que gobernaron en el llamado Cono Sur y varios países centroamericanos.
La nueva ola de izquierda incluye a Colombia, que con Gustavo Petro por primera vez tiene un mandato de esa orientación, ajeno a los dos bloques gobernantes de siempre, el liberal y el conservador, y con el ingrediente adicional de que en su biografía figura un pasado en la guerrilla, lo que le ha dado sensibilidad, autoridad moral y margen de maniobra para impulsar un amplio proceso de reconciliación en ese país.
También incluye al triunfo de Gabriel Boric en Chile, luego de gobiernos que elevaron algunos indicadores económicos, pero no hicieron partícipes de los avances macroeconómicos a muchos sectores, sobre todo de las nuevas generaciones.
En este momento, sólo Uruguay, Paraguay, Guatemala, El Salvador y algún otro país tienen gobiernos de centro y centroderecha, es decir, no forman parte de la nueva ola de expresiones de centroizquierda. Pero eso no significa que el subcontinente latinoamericano esté blindado ante la amenaza de retorno de gobiernos de ultraderecha, como el que está concluyendo en Brasil, donde el mensaje de intolerancia, racismo y clasismo penetró en amplios sectores y ha permeado en la región, entre líderes de ultraderecha.
En suma, la historia es veleidosa y no siempre apunta hacia adelante. Las conquistas de la democracia, la libertad y la igualdad tienen que defenderse todos los días.
*Presidente de la Fundación Colosio