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La triple lucha de las normalistas rurales
E

l 16 de octubre, elementos de la policía estatal de Tlaxcala montaron operativos de agresión contra las estudiantes de la normal rural Benito Juárez de Panotla. Empezaron por rodear la escuela y sobrevolarla con un helicóptero, acciones que las alumnas interpretaron como un intento de aterrorizarlas. Como para darles la razón, dos compañeras que filmaban las acciones policiales fueron detenidas, trasladadas y después abandonadas en las afueras de la ciudad de Tlaxcala.

Las alumnas, que llevaban aproximadamente un mes demandando respuesta a su pliego petitorio, no se dejaron intimidar. Decididas a seguir resistiendo, reforzaron sus filas con estudiantes de la hermana normal rural de Ayotzinapa, cuyos alumnos llegaron a solidarizarse con ellas. Unos días después, cuando las normalistas de Panotla encaminaban a sus compañeros de regreso a Ayotzinapa, fueron seguidos y luego atacados con gases lacrimógenos por policías del estado. Tres estudiantes de Ayotzinapa fueron detenidos y una alumna de Panotla fue herida durante los enfrentamientos. Esta alumna, Beatriz Rojas, moriría poco después.

Las estudiantes de Panotla no son las únicas normalistas rurales en rebeldía. Desde hace un mes, las alumnas de la normal rural Carmen Serdán de Teteles, Puebla, están en plantón en la Plaza Santo Domingo en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Se desplazaron allí a la espera de un encuentro resolutorio con las autoridades educativas; a la espera de que el Presidente que dice que los pobres son primero actúe para defender las escuelas que dan formación profesional a los pobres; a la espera de que el Presidente que dice no ser represor ponga alto a la embestida que siguen viviendo las normales rurales.

Las normalistas de Teteles han denunciado medidas que, temen, representan la privatización de su escuela. Éstas incluyen que se empiecen a cobrar cuotas de inscripción y que la escuela sea sometida a un proceso de certificación que alteraría su estructura como normal rural. Como las alumnas de Panotla, las de Teteles también se han jugado la vida en la lucha. En mayo del año pasado dos de sus compañeras, Mónica Paola e Iris Yaretzy, murieron en una manifestación en la carretera Amozoc-Perote.

Las luchas de Panotla y Teteles ahora se entrecruzan. Ambos movimientos piden la destitución del personal directivo y transparencia en el manejo de fondos. En ambas escuelas las alumnas reportan que se les ha cancelado su ración de comida; en Teteles además se le cortó el gas al plantel. Ambas tienen suspendidas sus observaciones y prácticas profesionales con lo que corren el riesgo de perder el semestre.

Si las normales rurales han representado una oportunidad invaluable para los alumnos, lo son doblemente cruciales para las alumnas. Además de darles acceso a una carrera profesional y la independencia que un trabajo como maestras les otorga, la vida misma dentro de las normales rurales les da oportunidad de encontrar y ejercer su voz. Y es una voz, pronto aprenden, que tiene fuerza al ejercerse en colectivo.

Mientras las normales rurales empezaron siendo coeducativas, esta modalidad se eliminó a principios de la década de 1940, al tiempo que se derogó la educación socialista. No es coincidencia que haya sucedido simultáneamente. Dentro de la SEP fueron los comunistas quienes más abogaban por términos igualitarios para la mujer. Sin embargo, aun separadas por género, los normalistas rurales siguieron luchando conjuntamente dentro de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).

Desde su fundación en 1935, la FECSM ha defendido a las normales rurales y es gracias a sus incesantes movilizaciones que las normales rurales siguen existiendo. En las escuelas sus comités estudiantiles se dedican a concientizar a cada generación, a hacer memoria, a emprender tácticas de resistencia, a dar voz a las de abajo. Como otros movimientos sociales, históricamente los líderes más visibles han sido masculinos, pero el trabajo de hormiga ha sido femenino y este trabajo no sólo es el que sostiene a las movilizaciones, sino el que conlleva a un proceso de empoderamiento difícil de revertir. Armar un orden del día para sus juntas, opinar ante sus compañeras, hacer boteo en casetas, pronunciar declaraciones en mítines, desplazarse de raite a otras escuelas, y acampar en el zócalo para que sus demandas sean escuchadas, infunde a las normalistas rurales de un valor moral y una experiencia práctica.

En este proceso de concientización el gobierno también ayuda. Al negarles lo que les es un derecho; al apostarle al desgaste; al mostrarles que sólo en acción de rebeldía son escuchadas, y al desplegar contra ellas su fuerza bruta, viven en carne propia lo que han aprendido en sus círculos de estudio: que sus escuelas siempre han sido asediadas, que si no las defienden serán desaparecidas, que el modelo asistencial y colectivo choca con el neoliberalismo.

Desde que se proponen ser maestras, las normalistas rurales empiezan un camino de triple lucha: luchar por acceso a una carrera profesional; luchar por defender las instituciones que les brindan esta carrera, y luchar para que, como estudiantes, educadoras y ciudadanas, tengan la misma voz que los hombres. Ante la triple opresión, el camino de lucha les enseña a ser triplemente ­revolucionarias.

*Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Unintended Lessons of Revolution, una historia de las normales rurales.