Los Valles de Oaxaca y su fascinante belleza tuvieron un episodio épico el 9 de enero de 1932, cuando el arqueólogo mexicano Alfonso Caso abrió a los ojos del mundo la tumba 7 de Monte Albán, Oaxaca. La magnificencia de lo encontrado habla por sí misma de la perfección que la cultura mixteca alcanzó en el trabajo de los metales. En el transcurso de su continua y amplia expansión, los aztecas heredaron el conocimiento de la cultura mixteca y lo aplicaron como una de las manifestaciones más impresionantes de su cultura. El Cenote Sagrado de los Mayas resguardó durante siglos un enorme tesoro, quizás el más grande de la historia de la arqueología en América, hasta que Eduard H. Thompson, a inicios del siglo XX, inició la sustracción de cientos de piezas de oro, las cuales fueron sacadas ilegalmente de México y hoy son “resguardadas” en el Peabody Museum de los Estados Unidos.
A través de los hallazgos en Chichén Itzá, Monte Albán y Tenochtitlán se descubrió que las culturas mesoamericanas trabajaron el oro, la plata, el cobre, el plomo, el estaño, el mercurio, el hierro y distintas aleaciones de estos metales. A pesar de la gran cantidad de piezas de oro encontradas, este metal se obtenía en forma de pepita en las arenas de ríos, pero no era abundante para todas las civilizaciones que lo trabajaban; los aztecas, por ejemplo, lo obtenían mediante el proceso de fundición. La extracción de plata mediante el mercurio, conocido como beneficio de patio, fue el método que desde mediados del siglo dieciséis, inicialmente en Pachuca, Hidalgo, permitió la producción de enormes cantidades de plata en la Nueva España.
Tan solo en la sierra de Zacatecas existían miles de entradas de mina a fines del siglo dieciocho. Las minas de oro y plata más importantes en esa época se encontraban en Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Estado de México, Durango, Jalisco, Hidalgo y Guerrero. La producción de plata a inicios del siglo diecinueve alcanzó las 11 mil toneladas, y la de oro, 25 toneladas. Otros elementos como cobre, plomo, mercurio, estaño, azufre y sal, se extraían en amplias regiones de las provincias novohispanas, desde Colima hasta Guerrero. Desde esa época, las técnicas de extracción causaban daños a la población que las realizaba; solo para obtener oro de los ríos, se requerían de seis personas para lavar las bateas o contenedores de extracción, tarea en la que se empleaba principalmente a mujeres indígenas o negras.
La minería y sus efectos colaterales
La relación entre minería, metales y poblaciones humanas no se limita a los grandes descubrimientos arqueológicos o la fabricación de monedas. Los metales denominados pesados: plomo, cadmio, zinc, mercurio, arsénico, plata, cromo, cobre y hierro son utilizados en la fabricación de una gran variedad de productos que usamos en nuestra vida diaria, tales como baterías, combustibles o pinturas. Sin embargo, su extracción por parte de la industria minera provoca grandes daños a la salud y a los ecosistemas. Los daños ambientales y sociales derivados de la minería han sido demostrados ampliamente en todo el mundo. En México, actualmente, alrededor del 11% del territorio nacional está concesionado a empresas privadas para esta actividad, si bien aún no hay proyectos mineros en toda esa superficie.
Las comunidades cercanas a los proyectos mineros han estado expuestas, históricamente, a diferente intensidad y frecuencia de emanaciones, ruidos, escasez y contaminación de agua, presencia de materiales tóxicos y eventos catastróficos. Los daños ambientales más frecuentes provienen de los derrames en las presas de jales, aquellas que reciben los desechos de los procesos de lavado para la obtención de minerales. Estas presas, al estallar o fisurarse, vierten al suelo, aire y agua grandes cantidades de desechos tóxicos fuera de las normas ambientales. La prevención, reparación y compensación de los daños provocados por estos accidentes mineros no suele llegar; permanecen impunes en la mayoría de los casos, lo que se traduce a corto o largo plazo en enfermedades crónicas que deterioran la calidad de vida o pueden incluso llevar a la muerte. Los daños al medio ambiente tampoco suelen ser remediados, por lo que afectan a la flora, fauna, suelo, agua y tierra durante largos periodos de tiempo y en áreas indeterminadas. El caso más conocido de estos impactos es el del derrame de Grupo México en los ríos Sonora y Bacanuchi, que, a 8 años de ocurrido, se traduce en afectaciones en la fauna de la región, amplia presencia de metales pesados tanto en los ríos como en las personas. (Información sobre los estragos a 8 años del derrame: https://poderlatam.org/2022/08/metales-pesados-en-sangre-y-orina-de-habitantes-de-sonora-mas-de-10-mil-mdp-en-perdidas-nuevo-balance-de-megaderrame-toxico/).
Otro caso conocido de los impactos de la actividad minera en las poblaciones aledañas se presentó a finales del siglo pasado en Torreón, donde opera la empresa Grupo Peñoles. En esta región, decenas de niños y niñas comenzaron a presentar elevados niveles de presencia de plomo en la sangre, misma que aumentaba a medida que vivían más cerca de la planta de Met Mex Peñoles y su exposición era mayor (Información sobre la exposición de menores al plomo y otros metales pesados en: https://www.jornada.com.mx/2001/04/30/eco-valdez.html). Si bien, las quejas de las poblaciones vecinas a la planta por contaminación databan de los años 80, éstas fueron sistemáticamente ignoradas por las autoridades y minimizadas por la empresa; fue hasta 1998-2002, que se prestó atención al caso, cuando ya eran decenas e incluso cientos de niños los que presentaban problemas graves de salud (Más información en: https://elpais.com/diario/1999/06/11/sociedad/929052005_850215.html), dado que este metal afecta a los sistemas endócrino, cardiovascular, respiratorio, inmunológico y gastrointestinal.
Los efectos de la minería sobre la salud se manifiestan como daños intelectuales, problemas de la piel e incluso distintos tipos de cáncer por la exposición prolongada a metales pesados, sustancias tóxicas y carbón.
Los metales pesados y la salud humana
Los síntomas más frecuentes provocados por la exposición a metales pesados incluyen: la falta generalizada de fuerza (astenia), la disminución extrema de la actividad muscular (adinamia), la falta o pérdida de la memoria (amnesia), la pérdida parcial o total de la visión (anopsia), la disminución o pérdida del olfato (anosmia), arritmia cardiaca, calambres, cefaleas, disneas (falta de aire), dolores de distintas intensidades y frecuencias en diferentes órganos o partes del cuerpo, edemas (acumulación de líquidos en tejidos), epistaxis (hemorragias nasales), espasmos musculares, estertores (sonidos en los pulmones), estornudos, expectoraciones, fiebres, hematomas, disminuciones auditivas (hipoacusia), disminución en la presión de un líquido (hipotensión), hipo o hiper pigmentaciones en la piel, ictericia (amarillamiento de la piel), mucositis (inflamación de mucosas), náuseas, disminución o pérdida de la orina, palpitaciones cardiacas, paro cardiaco, prurito, rinorrea (salida de material por la nariz), sibilancia o ruidos bronquiales, vómito, temblores, tos, xerostomía (resequedad en la boca) xeroftalmia (sequedad en los ojos), entre otros. Estos síntomas pueden manifestarse en uno diferentes órganos y sistemas del cuerpo. Las principales vías de exposición son la piel, las mucosas, las vías respiratorias y la vía digestiva. Los daños varían desde aquellos denominados locales hasta aquellos que llegan al torrente sanguíneo lo cual provoca que el metal se distribuya y acumule por todo el cuerpo.
Los síntomas generados por la exposición a metales pesados deben ser atendidos con base en la urgencia de atención, en un intervalo que va desde los de vigilancia y observación (náuseas, vómitos) por parte de un médico general hasta los de urgencia extrema y traslado inmediato a hospitales (paro cardiaco o respiratorio), por lo que el tiempo, los antecedentes de salud, cuadro clínico y la información precisa sobre el tipo y tiempo de exposición al material tóxico son vitales, desde la valoración inicial del paciente hasta el diagnóstico. La exposición, dosis y tiempo de exposición son los elementos fundamentales para el tratamiento de una persona expuesta a metales pesados. Debido a la variedad de interacciones que suceden, así como a la intensidad y frecuencia de la exposición a los metales pesados, los síntomas se dividen en etapas, dependiendo del metal expuesto, en donde inician con manifestaciones leves como nauseas o vómitos hasta los choques cardio respiratorios. Las etapas posteriores pueden generar secuelas que requieren tratamiento médico, en ocasiones durante periodos continuos.
La exposición a los metales pesados y los compuestos tóxicos referidos anteriormente puede ser prevenida dependiendo de la forma de exposición a tales contaminantes. En el caso de quienes trabajan directamente las minas puede incluso limitarse a través del uso de guantes y trajes de protección, regulando o minimizando el tiempo de exposición, con el uso de mascarillas y caretas adecuadas, con lavado de manos y cuerpo en regaderas de descontaminación, lavado y descontaminación de ropa y fuentes de contacto y eliminando las fuentes de contacto fuera del área de trabajo. Es fundamental recalcar que la prevención, identificación, diagnóstico y acción son los factores que permiten disminuir o evitar las afectaciones probables sobre la salud.
La necesidad de replantearnos la minería
La relación entre la minería y las afectaciones a la salud es un tema de investigación recurrente en distintas partes del mundo. La salud de las personas afectadas por la minería se encuentra en riesgo permanente y esto es así tanto para quienes trabajan en las minas como para las comunidades vecinas que se ven obligadas a coexistir con este tipo de proyectos. El debate actual sobre las reformas a la Ley Minera se concentra en reducir las enormes afectaciones que causa la minería -no solo en la salud, sino también en el ambiente, los medios de vida y los derechos- dotar de elementos jurídicos e institucionales a las comunidades y las personas afectadas por las actividades mineras, y se da de manera simultánea con un permanente proceso de green washing o pretensión de cambiar la narrativa en torno a esta actividad, para denominarla como sustentable a pesar de que sus enormes daños y sus escasos beneficios cada día son más evidentes. Este intento de cambio de narrativa es encabezado por la Secretaría de Economía y por las cámaras mineras, además de las propias empresas, que destinan importantes recursos a promocionarse. (Algunas declaraciones de la secretaria Tatiana Clouthier en torno a la minería: https://www.elfinanciero.com.mx/mundo-empresa/2022/07/26/el-sector-minero-es-pilar-fundamental-de-la-economia-mexicana-tatiana-clouthier/ y https://www.elheraldodechihuahua.com.mx/local/chihuahua/necesario-cambiar-la-narrativa-de-la-mineria-en-la-sociedad-tatiana-clouthier-8195395.html)
La retribución económica derivada de la minería no se ha traducido en bienestar social, económico y ambiental para las comunidades que las albergan. La actividad genera daños al suelo, agua, aire y seres vivos en los ecosistemas donde opera. Los accidentes en las minas y los fallecimientos asociados a éstos prácticamente permanecen impunes: los acontecimientos como el derrame del Río Sonora en 2014 o el recién ocurrido en la mina de Sabinas, Coahuila, han confirmado las serias irregularidades, falta de control y sobre todo las transgresiones empresariales nacionales y extranjeras con el amparo del gobierno mexicano desde hace décadas. Los efectos sobre la salud derivados de la actividad minera, lamentablemente, permanecen en la mayoría de los casos impunes y los efectos aún inciertos. •