Política
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Lula y el uso político de la religión en Brasil
E

n la campaña electoral de 2018, en que resultó vencedor Jair Bolsonaro, fue novedad inesperada el uso político del discurso religioso y el recurso de electoralizar la teología evangélica. Dejó perplejos a los analistas y actores políticos. Hoy las cosas son distintas. Lula ha sabido pertrechar los embates de las iglesias pentecostales conservadoras, como la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios.

El énfasis es la afirmación de la supremacía gloriosa de Dios, sobre todo. Resulta una aseveración peligrosa. Así como la conexión teológica con el patriotismo exacerbado: la patria, sobre todo. Los versículos bíblicos que son utilizados están aislados de su contexto. Pero impresionan a las audiencias evangélicas que apoyan las afirmaciones del candidato oficial y descalifican al partido de Lula como el Partido de las Tinieblas. Bolsonaro es el bien mientras Lula encarna el mal.

El proceso electoral brasileño ha estado polarizado. Lo religioso también. Bolsonaro, abajo en las encuestas, ha pretendido afianzarse entre los evangélicos. Quiere convertir esta elección en una guerra religiosa. Muchos especulan la opinión que Luiz Inácio Lula da Silva está apoyado por los católicos y Jair Bolsonaro por los evangélicos. Dicha aseveración es falsa porque los bloques religiosos son muy heterogéneos. Los católicos conservadores apoyan con tanta pasión a Bolsonaro como sus pares evangélicos. En cambio, en el campo evangélico, sectores pobres añoran la gestión de Lula de 2003 a 2010, durante la cual pudieron comprar alimentos y tener poder adquisitivo. Estudios de caso muestran, que evangélicos moderados consideran que Bolsonaro los usó y que no es un verdadero cristiano, como lo indicaría su rechazo para proteger la salud pública durante la pandemia del coronavirus.

El instituto Datafolha establece que 50 por ciento de los brasileños, cerca de 105 millones de personas, se declaran católicos. El número es significativo, pero mucho más bajo que hace unas décadas: en 1970, los católicos eran 90 por ciento de la población. En cambio, los evangélicos ahora suman 28 por ciento, 61 millones de personas, frente a 5 por ciento en la década de 1970. Su crecimiento ha sido notable. Según algunas proyecciones, podrían superar a los católicos en el país en la década de 2040.

La guerra sucia ha campeado. Influyentes políticos y pastores evangélicos advirtieron a sus feligresías, mediante Facebook y en púlpitos, que Lula cerraría las iglesias cristianas. Afirmación que de inmediato el líder centro-izquierdista negó. En las redes se multiplican los me gusta, para alejar a los evangélicos de Lula.

El discurso religioso del pentecostalismo conservador brasileño es preocupante. Hay incitaciones a la violencia y promesas de armar a la población y militarizar las escuelas. Se oyen afirmaciones discriminatorias en relación con varios segmentos de la población: contra los negros y sus religiones afroamericanas. Contra los derechos de las mujeres y los LGBT. Se habla con desprecio de los derechos humanos y de las conquistas duramente alcanzadas por la humanidad y concretamente por los brasileños a lo largo de décadas.

No debemos olvidar que Lula, de origen muy humilde, fue educado por la Iglesia católica. Formó parte y fue dirigente de la pastoral operaria en Sao Paulo. Tuvo apoyo, entonces del cardenal Paulo Evaristo Arns, quien lo sostuvo y defendió en la emblemática huelga metalúrgica del corredor ABC en 1979, en Sao Paulo. El acontecimiento lo convirtió en una figura pública de oposición ante la dictadura militar de entonces. Lula formó el Partido de los Trabajadores (PT) acogiendo a católicos progresistas de aquella época. En especial integrantes y agentes de pastoral de las miles comunidades de bases. Siendo presidente, Lula integró a distinguidos católicos a su gabinete. Sobresalen Frei Betto y en especial a Herbert de Souza, el famosísimo Betinho que encabezó el ambicioso y emblemático proyecto llamado Hambre Cero.

Lula, que viene socialmente desde muy abajo, ha expresado que su acceso a la presidencia era prueba de la existencia de Dios, pero no se adentró en su espiritualidad. Afirmó que piensa tratar a todas las religiones por igual, incluidas las afrobrasileñas, ignorar las rivalidades religiosas y todo lo que pueda ser visto como una guerra religiosa. Con un aliento laico dijo: Aprendí que el Estado no debe meterse con la religión, que no debe tener una iglesia. Debe garantizar el funcionamiento y la libertad de todas las iglesias que la gente quiera crear.

El levantamiento de la más reciente encuesta del Ipec, muestra que Lula tiene 52 por ciento entre católicos contra 26 por ciento de Bolsonaro. El presidente actual, en cambio, cuenta con el apoyo de casi 50 por ciento de los evangélicos, según una encuesta de Datafolha después del 2 de octubre. Y Lula tiene 32 por ciento de aceptación evangélica. Respecto a los ateos y agnósticos, el ex presidente consolida 54 por ciento de las intenciones de voto, ante 22 por ciento de Bolsonaro.

La cuestión de fondo no es si la religión politiza el proceso. Son los fundamentalismos pentecostales y el conservadurismo católico que utilizan y manipulan lo religioso para fundamentar sus proyectos. Así como manipulan la fe y la teología para descalificar y justificar la guerra sucia.

Finalmente, quiero citar a Luiz Alberto Gomes de Souza, pensador brasileño que falleció recién, amigo y maestro, quien reflexionaba estos temas, así: Es imperativo superar el colapso de nuestro sistema político porque tenemos en común el compromiso con la democracia. Con la libertad, la convivencia plural. Y creemos en Brasil. Un Brasil formado por todos sus ciudadanos, ético, pacífico, dinámico, libre de intolerancia, prejuicio y discriminación.