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31 Festival de Biarritz
Una cineasta chilena y dos mexicanas
S

i algo ha llamado la atención de la programación del festival es la cantidad de realizadoras de diferentes países. De 10 películas en competencia, seis han sido dirigidas por mujeres (en el certamen de ficciones mexicanas en el festival de Morelia, los números son aún más indiscutibles). Una de ellas es la otrora actriz infantil chilena Manuela Martelli, quien estrenó su opera prima 1976 en la Quincena de Realizadores de Cannes.

La sobria narrativa se centra en Carmen (Aline Kuppenheim), señora burguesa a quien vemos en la primera secuencia escogiendo pintura para su casa de verano, mientras escuchamos cómo una mujer es secuestrada en la calle por las fuerzas del orden. Estamos, según reza el título, tres años después del golpe de Estado pinochetista. Y la protagonista entrará poco a poco en la conciencia de lo que eso significa para cierto sector de la población.

Un sacerdote (Hugo Medina) le pide de favor que atienda a un hombre herido, oculto en su casa. Ya que ha desempeñado obras de caridad, como hacer lecturas para gente ciega, Carmen acepta. La relación con el herido y otros favores que la ponen en contacto con personas clandestinas sumergen a la madre de familia en un clima de paranoia, bien resuelto formalmente por Martelli. Habla bien de 1976 que uno se queda deseando saber más del dilema de la protagonista.

Ayer se exhibió aquí Huesera, debut de la mexicana Michelle Garza Cervera, que viene precedida de un par de premios en el festival de Tribeca. Podría definirse como un ejemplo de horror obstétrico, pues trata sobre una mujer casada y encinta llamada Valeria (Natalia Solián, sobreactuada pero valiente), amenazada por una entidad siniestra que podría vivir sólo en su imaginación.

Quizá ningún otro embarazo ha sido tan complicado desde El bebé de Rosemary. Insegura de un marido despistado (Alfonso Dosal) que no la pela, Valeria acude con quien fue su pareja lésbica (Mayra Batalla) en el pasado y finalmente busca ayuda con unas brujas siniestras. Si bien el retrato social clasemediero es acertado, la película al final no tiene mucho sentido. Pero sí resulta inquietante, lo cual es un mérito innegable.

En cambio, El norte sobre el vacío, tercer largometraje de Alejandra Márquez Abella, es una decepción tras el gran logro de Las niñas bien (2018). En un principio, la película parece ser otra sátira social, esta vez centrada en un ranchero neoleonés, Reynaldo (Gerardo Trejoluna), algo ridículo en sus pretensiones de ser un patriarca. Sin embargo, el tono y el ritmo narrativo no son los adecuados. Y menos aún cuando se desvía por el camino del drama: el hombre es amenazado por el narco y decide defender él solo su propiedad. Una duración de casi dos horas no alcanza a la directora para desarrollar las razones y motivos de sus diferentes personajes –sobre todo los de una empleada doméstica (Paloma Petra), que es como miembro de la familia–, y el asunto termina en el absurdo.

Tanto en la función de Huesera como en la de El norte sobre el vacío, el público local reaccionó con aplausos tibios al final.

Twitter: @walyder