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Cuba, Haití y el atrevimiento a la libertad
E

ste diciembre se cumplirán 24 años desde que brigadistas médicos cubanos llegaron a Haití. Arribaron poco después de que el huracán Georges dejara 230 muertos, 167 mil sin vivienda, y 80 por ciento de las cosechas destruidas en el de por sí país más pobre de América. Entre terremotos, huracanes, golpes de Estado, una epidemia de cólera, el covid-19 y la violencia social, la solidaridad cubana ha sido constante. Además de atender a pacientes en Haití, los cubanos han formado gratis a cientos de haitianos en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) en La Habana o, en su contraparte francófona, la Facultad de Ciencias Médicas 2, en Santiago de Cuba.

La situación a la que los médicos cubanos llegaron en Haití era devastadora. Encontraron padecimientos que en Cuba se habían eliminado décadas atrás; 80 de cada mil niños morían al nacer y otros 135 perecían antes de los cinco años. De cada 100 mil mujeres que daban a luz, 523 morían por complicaciones de parto. Las principales causas de muerte eran (y son) infecciones intestinales, perinatales, respiratorias y desnutrición, todas prevenibles si se tuviera una nutrición y vivienda adecuadas.

La abrumadora pobreza de Haití es bien conocida. Menos conocida es su historia, su legado colonial y el deliberado castigo al que se le sometió cuando, en 1791, una rebelión de esclavos se convirtió en una lucha de liberación nacional. La denominada perla de las Antillas producía café, tabaco, cacao, índigo, algodón y 75 por ciento del azúcar del mundo. Francia extraía esta riqueza con el más feroz látigo de la represión. Una constante importación de almas africanas era más barata que garantizar mínimas condiciones de supervivencia para los esclavos cuya expectativa de vida rondaba 21 años.

Al primer país de América Latina en lograr su independencia, Francia le cobró muy caro el atrevimiento. Haití debió pagarle 150 millones de francos (hoy 22 mil millones de dólares) por reparación de daños y ganancias perdidas. Fue el costo de ser consecuentes con los proclamados derechos de la Ilustración, por poner el ejemplo a los demás pueblos esclavos del mundo. Para finales de 1940 Haití aún no terminaba de pagar y se encontraba bajo el yugo de otro imperio. De 1915 a 1934, EU ocupó militarmente Haití; sus marines asesinaron disidentes e impusieron un sistema de trabajo forzado. Cantidades de tierras pasaron a manos de empresas estadunidenses. De paso, Wa­shington se apoderó de las reservas del banco nacional de Haití. El siglo XX se cerraría con otra intervención. En 1991 la CIA propició un golpe contra el presidente Jean-Bertrand Aristide para restaurarlo tres años después con una ocupación militar y sus manos debidamente atadas por el FMI y el Banco Mundial.

Cuando, en enero de 2010, un sis­mo destruyó la capital de Haití –250 mil muertos y un millón de personas sin techo– la comunidad internacional reaccionó con una impresionante ayuda humanitaria. De todas partes del mundo llegaron donaciones, voluntarios y recursos. En ese mar de apoyo el esfuerzo cubano destacó por tres razones. Primero, su personal médico ya estaba allí, viviendo entre la población y atendiendo a los más vulnerables. Para 2007 se estima que atendía a 75 por ciento de la población. Segundo, a diferencia del personal de las ONG que iban y venían de sus cómodos hoteles o, como el personal estadunidense resguardado detrás de su gendarme militar, los médicos cubanos vivían entre los haitianos, gozando de una confianza propia de la solidaridad –y no de la caridad–, como comentó un observador. Las brigadas médicas cubanas permanecieron allí, aun cuando el terremoto dejó de ser noticia.

Qué bueno que lo hicieron, pues 10 meses después se vino una epidemia de cólera, proveniente, luego se demostró, de las fuerzas de seguridad que la ONU mantenía en Haití. Los médicos cubanos sonaron la alarma sobre la presencia de una enfermedad que hacía un siglo no se había visto en el país. En un año, casi 5 por ciento de la población contraería cólera y 6 mil 600 perecería. Cuba aumentó su personal y coordinó la respuesta a esta nueva emergencia; entre cubanos y personal de otros países formado en la ELAM, llegaron a contar con mil 398 para finales de 2010. Su vigilancia epidemiológica, constante diagnóstico de pacientes y formación de líderes comunitarios dedicados a la prevención, contuvo la epidemia.

Con la pandemia de covid Haití fue el último país en América en recibir vacunas. Otra vez, los médicos cubanos se encargaron de atender los casos más severos. Otra vez los haitianos pudieron contar con la solidaridad de la república caribeña. En un país tan castigado como Haití, Cuba da una pequeña muestra de cómo pagar la deuda que tenemos con la nación esclava que primero se atrevió a ser libre.

* Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Unintended Lessons of Revolution, una historia de las normales rurales.