El campo en el sureste de la Ciudad
El imaginario social, por muchas causas explicables, ha otorgado un carácter netamente urbano a la capital del país. Sin embargo, no existe nada más alejado de esa realidad; la ciudad tiene campo y produce. De manera particular las poblaciones, como las milpaaltenses, han fincado parte de su desarrollo en actividades agrícolas y han encontrado algunos beneficios en la ciudad, aunque a veces no han sido mutuos ni proporcionales, al estar cohabitando con una urbe, un “monstruo de concreto” que dilapida bienes y servicios ambientales que le son consustanciales a las comunidades campesinas.
Milpa Alta, situada al sureste de la Ciudad de México, provee alimentos producidos o agro transformados en uno de los territorios agrícolas más grandes en la capital. Con poco más de 27 mil hectáreas de extensión, cuenta con zonas boscosas y agrícolas distribuidas en ejidos y comunidades agrarias con régimen de tenencia comunal. Nueve pueblos comuneros poseen casi la totalidad de la demarcación territorial. Es la alcaldía menos poblada en toda la ciudad con 152 mil habitantes.
La producción agrícola de los pobladores de Milpa Alta se distribuye, principalmente, en el cultivo del nopal-verdura, así como del cultivo en menor escala de maíz, avena forrajera, haba, frijol, papa y zanahoria. Otros productos que se destacan son el mole, pan tradicional, carne de bovino y cerdo, fresca o preparada en la tradicional barbacoa y “carnitas”. Todo ello distribuido en mercados populares, tianguis o mercados sobre ruedas, tiendas comerciales, puntos de venta fijos o semifijos de la ciudad y zonas conurbadas.
A dos años y meses del inicio de la pandemia, la recuperación económica de los milpaaltenses no termina de “normalizarse”, debido a que para el sector campesino resulta complicado.
El incremento de las actividades en las fuentes de distribución, comercialización y consumo para los productores, avizora tiempos mejores, o menos peores. La crisis sanitaria mostró una vez más la capacidad “resiliente” del campesinado dedicado al cultivo. Por ejemplo, de nopal-verdura, cuya producción anual hasta el año 2020 alcanzaba las 209 toneladas anuales (SIAP, 2021), ubica a Milpa Alta como el segundo productor a nivel nacional.
Este producto agrícola, de manera tradicional, halla su principal mercado en el Centro de Acopio local y en la Central de Abastos de la ciudad, que como se consignó en las noticias nacionales, fue uno de los centros de contagio al inicio de la crisis sanitaria y cuyo hecho develó que los productores, de por sí ya expuestos a las diferentes crisis (meteorológicas o de mercado) debían, porque no había opción, enfrentar los riesgos sanitarios para garantizar el abasto alimentario. En este caso del nopal-verdura, para la población y por tanto, de la subsistencia cotidiana de las propias familias campesinas.
La pandemia, punto de inflexión para el mundo actual, ha obligado a los milpaaltenses a la búsqueda de estrategias para complementar, diversificar o reconvertir su producción, y así, mantener los exiguos ingresos agravados por el retraimiento del mercado. Asimismo, la población también se vio obligada a buscar opciones no agrícolas dentro o fuera de la demarcación, ya fuera de manera temporal en trabajos informales y sin seguridad social. Además de echar mano de la solidaridad y los ahorros familiares, o incluso del endeudamiento para la sobrevivencia.
Estrategias como la adecuación al mundo interconectado para hacer entrega del nopal-verdura de manera diaria, semanal o en puntos intermedios. La agro transformación artesanal para evitar la pérdida de la producción primaria y su procesamiento en alimentos preparados a base de nopal (nopales en salmuera, mermeladas, deshidratados, panificación o elaboración de diversos platillos “al día”). Además del complemento en la venta de productos no agrícolas, han sido las diferentes adaptaciones para sortear y hacer frente a las diversas vulnerabilidades que enfrenta esta sociedad, fundamentalmente rural.
Sin embargo, este efecto de generar nuevos productos agro artesanales, obliga a buscar nuevos mercados enfrentando la enorme competencia de los productos agroindustriales, los cuales acaparan no solo las estanterías comerciales, sino que además van acompañadas de una mercadotecnia a la que los campesinos y sus productos se enfrentan con gran desventaja, aun cuando muchos de ellos superan en calidad y con menor precio a los de los grandes consorcios alimentarios.
Asimismo, la incipiente reconversión de una agricultura convencional hacia una producción con prácticas agroecológicas aún enfrenta no solo resistencias locales “porque no es pagado el trabajo invertido”, sino también requiere de la re-valoración de la población urbanita por consumir, a precio justo, la diversidad de productos del campo milpaaltense.
La producción y distribución del nopal-verdura es apenas la punta que señala los retos y desafíos que afrontan los campesinos, con base en la cual se puede también hacer el ejercicio de imaginar las dificultades que enfrentan el resto de las actividades rurales de Milpa Alta.
Agua, paisajística, reservas territoriales “verdes”, zonas de amortiguamiento contra la contaminación ambiental, etc. Son bienes comunes producidos socialmente en estas tierras al ser mantenidas con una vocación agrícola o forestal. Sin embargo, si no se combate la infravaloración histórica hacia estas poblaciones y sus prácticas, las actividades en el agro citadino cada vez estarán más amenazadas por los diferentes “cercamientos” que históricamente han enfrentado como lo son; el avance de la urbanización y la especulación inmobiliaria sobre los territorios rurales, y con ello, la puesta en riesgo de la vida humana y no humana en la capital. •