Una retrospectiva histórica global hasta el presente
Pueblos originarios: resistencia para vivir y defender los territorios rurales en Santa Ana Tlacotenco
“Se yergue el amanecer, ya canta el pájaro centzontli. Alrededor de Tlacotenco los picos de los montes semejan las cuentas de un collar de jades en el cuello de una bella princesa. Las amas de casa se apresuran a preparar el desayuno para los que enseguida saldrán a los campos, a las milpas o a la montaña. Una tenue nube azul de humo se mece sobre los techos de las casas al compás del concierto matinal que entonan los pajarillos. Los que han ido a recoger el aguamiel montados en ancas sobre sus bestias y con su carga dulce y empalagosa colgada del lado derecho del fuste regresan a sus casas y se disponen a hacer una nueva tarea. A donde se desparrama la claridad, los montes Ayohquemmitl y Dos Cerros lucen una corona de luz que nuestro padre el sol ha puesto sobre sus sienes. En todos los hogares ya abren sus corolas las fogatas cual ramos de flores amarillas y rojas. Sobre el metate se oye el suave golpear de las manos de las mujeres que hacen las tortillas y las cocinas se inundan con el aromático olor del atole amarillo”. Así, el premio “Nezahualcoyotl” de 1994, oriundo de Tlacotenco, Librado Silva Galeana, dejó correr de su pluma la descripción de las labores cotidianas del campo.
No es una casualidad que nuestros hermanos de los pueblos originarios de América pensaran en forma similar que los de otras latitudes, en su relación del hombre con la naturaleza. Y un rasgo principal de nuestros pueblos indígenas es su larga presencia en un territorio determinado, como se muestra el problema de límites, en el libro La historia tolteca-chichimeca, desde hace muchos miles de años para no caer en una imprecisión, pues para el libro, La memoria biocultural, va de los tres mil a los sesenta mil años. Esto prueba que nuestros tatarabuelos algo debieron aprender bien de la naturaleza y su relación con ellos mismos y nos lo dejaron como legado. A fin de cuentas eso es la cultura, el producto de la relación del hombre con la naturaleza. Lo curioso es que casi todos los pueblos, para no decir que todos, hablamos de “nuestra madre tierra, nuestra madre naturaleza”, en la que hay una regla de vida para nuestros tatarabuelos nahuas, es el “cualli tinemizqueh”, “buen vivir”, estar en equilibrio con lo que nos rodea, como plantas y animales.
Cercana a esta región está la población de Tecomitl, donde se da la lucha por problemas de territorio entre los chalcah (de Chalco) y los momoxca (de Milpa Alta), y que se muestra en el Códice de Malacatepeque, escrito en 1547. Este rodeo, sólo para hacer preponderante el pensamiento de nuestros abuelos, somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros, todos somos una familia, razón por la que nos enseñaron a tener siempre la idea de cuidarla, y a la naturaleza. Porque para nuestros padres indígenas todos los seres compartimos el mismo aliento, el animal, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. ¡Qué sistema tan maravillosamente cooperativo! Plantas, animales y los humanos que inhalamos mutuamente las exhalaciones de los demás, una especie de resucitación mutua que nos han enseñado en la escuela, pero que lo aprendimos antes de nuestros padres y abuelos. Aunque esta enseñanza ya no se está dando a las nuevas generaciones.
¿Qué sería de los seres humanos sin los animales? ¿Qué será de nosotros si extraviamos nuestra memoria? Desde la antigüedad hasta nuestros días la integridad territorial en Tlacotenco, como en toda la Alcaldía, quedó conformada en la propiedad comunal, aspecto que se va configurando desde antes del periodo colonial, una posesión colectiva de la tierra y su historia que han configurado a la vez una identidad cultural muy particular para los habitantes más rurales o exiguos de urbanismo, de la capital. Tlacotenco y Milpa Alta, así como casi todos los pueblos que la conforman, es una comunidad con tradición ancestral y de origen indígena. Como lo comenta Juan Carlos Loza, este territorio ha sufrido los mismos destinos que la mayoría de los pueblos indígenas, el embate del neoliberalismo desde hace décadas hacia el campo mexicano.
Somos testigos ahora que ya los jóvenes no quieren trabajar los terrenos porque no son rentables, el campo “ya no deja ganancia” comentan. El neoliberalismo ha impuesto caminos que no son propios, y el mercantilismo como su punto de partida ha ocasionado que hasta el maíz del que éramos grandes productores se compre a los E.U. Pero la resistencia de seguir con la costumbre de producir en el campo por causas de la crisis que estamos viviendo, se deja notar en un sustancial renacimiento del trabajo, he visto cómo bastantes terrenos que ya no eran sembrados están siendo limpiados y roturados, preparándolos para la nueva maternidad, para el nuevo parto. Los apoyos gubernamentales de nuestro presidente que por medio de la CORENADR se están dando a las comunidades y están apoyando en fijar los ojos por los caminos que un día nos trazaron nuestros padres y abuelos. Que estos apoyos estén bien encaminados o no, sería cuestión de otra entrega a este diario.
Por el momento baste decir que Tlacotenco, así como los pueblos de la Alcaldía y las formas de enfrentar sus problemas de desarrollo, cuya estructura se basa en el territorio comunal, representa una condición esperanzadora en problemas como el ambiental o el cultural, para dar dos ejemplos preponderantes en la actualidad. Tlacotenco, aprovecha del monte comunal, sus tierras, sus yerbas y plantas medicinales, su madera, que aún hoy muchas familias la utilizan como leña para hacer fuego en el tlecuil y hacer los alimentos, para hacer carbón y cortar vigas para sus casas, y que, desde hace no mucho tiempo se ha convertido en robo atroz para la tala del monte. Por el lado ambiental, en el Ejido de Tlacotenco, la CORENADR está apoyando, nuevamente, a mejorar el hábitat y preservar la integridad de las tierras. Promoviendo el desarrollo integral y equitativo del sector del campo, incrementando el bienestar de la población. Se está fomentando el cuidado y la conservación de los recursos naturales, así como su aprovechamiento racional, a fin de preservar el equilibrio ecológico, frenando y revirtiendo la deforestación, eso que estamos olvidando en las nuevas generaciones.
Esta singularidad de construcción del territorio, que se ha presentado sobre la posesión de la tierra, y esta historia larga que llega hasta nuestros días, ha enseñado a nuestros padres y abuelos a cohabitar, vivir y resistir al lado de la gran ciudad que un día fue nuestra antigua Tenochtitlan.
En este contexto mundial de la globalización que ha venido transformando las fisonomías culturales, tratando de imponer lenguas y asesinar a las minoritarias culturas y formas de vivir rurales, transformando la mentalidad de los jóvenes, imponiendo formas extrañas de ser, vivir, identidades distintas, estilos de vida y modos de consumo nuevos en comunidades rurales. Frente a todo esto, el régimen comunal que le fue reconocido a esta región desde 1529, como lo dice Roberto Bonilla, sigue siendo funcional en el presente, los derechos no han sido modificados, a pesar de las fuertes disputas legales y sociales de las que ha sido objeto.
Estamos en riesgo de perder y olvidar lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos, si olvidamos su legado perderemos nuestra cultura, nuestras formas de ser, nuestras costumbres y tradiciones, nuestra identidad. No permitamos que se extravíen nuestros corazones y se pierda nuestra alma. En la Crónica Mexicayotl hace más de quinientos años se asentó lo siguiente: “nunca se perderá, su historia, su pensamiento, nosotros hijos de ellos, lo vamos a decir, a quienes todavía vivirán, habrán de nacer”. •