Cuando uno habla de la Ciudad de México, el imaginario colectivo nos remite a las grandes construcciones que impactan a la vista en calles como la avenida Reforma o que te remontan a la existencia de un pasado indígena al que la mayoría no quiere ver en el presente; el Zócalo. Pero en la Ciudad de México, de acuerdo con la información de las autoridades ambientales, tres cuartas partes del territorio es suelo de conservación y éste, a su vez, pertenece a quienes están asentados allí, los pueblos originarios. Resisten en estos territorios prácticas campesinas de siembra, cosecha y conservación de semillas nativas, así como el cuidado y defensa de la biodiversidad que los alberga. Aquí, la tierra, la milpa y los seres humanos son una cosa interdependiente.
Los ejidos y comunidades de la Ciudad de México mantienen cultivos emblemáticos de la vida culinaria en la Ciudad, en las celebraciones más importantes se encuentran sobre las mesas el romero, el nopal, el amaranto, la flor de nochebuena, el cempaxúchitl y productos propios de la milpa.
La milpa, hoy reconocida como un sistema muy avanzado de producción alimentaria de origen prehispánico, sigue siendo la piedra angular de la producción familiar y de la tenencia de la tierra colectiva. La producción resultante satisface primero el auto-consumo y los casos de pequeños excedentes se destinan al consumidor local.
Aquí, la globalización del mercado ha tenido efectos de gran calado, al grado de desplazar los pequeños excedentes. El insaciable mercado de la Ciudad ha sido tomado por las grandes corporaciones de “alimentos”, modificando artificialmente los hábitos de consumo hasta el grado de pretender homogeneizar los paladares. Dichas corporaciones, mediante técnicas de comunicación masiva, “bombardean” a diario a los consumidores presas de los aparatos de comunicación y del ritmo tan agitado de la ciudad.
La modificación de los hábitos de consumo ha tenido un impacto profundo en la producción nacional, pero sobre todo en la producción de micro y pequeña escala. Así, los productos asociados a la milpa como los quelites, quintoniles, verdolagas, vinagreras, chivitos, huahusontle o la flor de calabaza, las guías de la calabaza, los cocoyoles, el huitlacoche, además de pequeños animales comestibles como la tuza, han sido sustituidos por una dieta muy pobre e industrializada.
Hay en los pueblos de origen indígena en la Ciudad de México, un gran acervo de conocimientos culinarios que han demostrado científicamente sus propiedades nutricionales y de sostenibilidad ambiental basados en la producción del sistema milpa. La cosmovisión de estos pueblos ha permitido que hoy en día resistan a los embates del libre mercado que tiende al monocultivo y al uso de productos químicos para mantener una producción mediana, pero altamente lucrativa. La visión de los integrantes de estos pueblos ha permitido salvaguardar la biodiversidad de los ecosistemas porque sus prácticas y conocimientos están asociados íntimamente a su identidad cultural y a su forma de entender el espacio en el que se desarrollan.
El avance progresivo e intensificado de la urbanización en los territorios de los pueblos originarios alerta a sus habitantes. Saben que la pérdida del territorio, de su territorio, al poco tiempo volverá la vida precaria, al grado de la pobreza alimentaria. Sin embargo, a pesar de las circunstancias actuales, resisten, observan con preocupación a la urbe y vuelven la mirada a sus tierras, a sus bosques, a la milpa y allí, dulcemente saborean el maíz tierno y jugoso del elote, el aroma de la tierra mojada por la lluvia y la paz que llena los corazones al mirar el paisaje boscoso y limpio. •