os Criterios de Política Económica que entregó Hacienda a la Cámara de Diputados, como parte del paquete presupuestal de 2023, contienen las estimaciones del gobierno federal sobre el desempeño global y el de nuestra economía.
Las han descalificado por ser apocadas o por ser demasiado optimistas, lo cierto es que difieren de lo que esperan los analistas y los organismos financieros internacionales. Hacienda estima un crecimiento del PIB de 3 por ciento, mientras otras previsiones lo sitúan en 1.5. En relación con la inflación también hay diferencias relevantes: el gobierno espera 3.2 al cierre del año próximo y los demás 5 por ciento. Lo mismo puede señalarse para otros parámetros, como el tipo de cambio, la tasa de interés y el precio del petróleo.
Las diferencias se explican por una discrepancia mayor: la consideración sobre la evolución futura de la economía global. Agustín Carstens, gerente general del Banco de Pagos Internacionales, ex secretario de Hacienda y ex gobernador del Banco de México, presentó una consideración al respecto en Jackson Hole que tituló Una historia de vientos a favor y vientos en contra: la oferta agregada y la estabilización macroeconómica
. Plantea que durante 30 años cuatro vientos a favor permitieron que la oferta fuera sensible a los cambios en la demanda agregada: un entorno geopolítico relativamente estable, ciertos avances tecnológicos, la propia globalización y una demografía favorable.
La estabilidad geopolítica derivó del consenso de que los mercados y la cooperación debían resultar en crecimiento económico. Importantes avances tecnológicos bajaron costos, acortaron tiempos y distancias reduciendo restricciones económicas. La globalización expandió las fronteras económicas mundiales logrando que bienes y servicios fueran accesibles a una base mayor de consumidores, que hubiera acceso amplio al conocimiento y oportunidades de especialización. La demografía permitió que la población en edad de trabajar creciera rápidamente.
Estos vientos y una inflación reducida impulsaron el crecimiento en un ciclo económico diferente al de la posguerra. En tiempos de expansión la política monetaria necesitó menos restringir la economía y en las contracciones los estímulos monetarios actuaron sin preocuparse de la inflación. La política fiscal tuvo libertad de acción con tasas de interés nominales y reales en límites muy bajos. Los vientos en contra comenzaron en 1990 con el declive de la productividad, pero se aceleraron con la crisis financiera de 2008 y nunca se recuperaron.
En realidad, las ganancias derivadas de la globalización y de los cambios estructurales fueron efímeras. Estas reformas fueron políticamente costosas, de modo que desaparecieron de la agenda gubernamental. El sector financiero liberalizado creó vulnerabilidades que se concretaron explosivamente. La pandemia y la guerra en Ucrania revelaron que la oferta se había estrechado significativamente. Las respuestas desde el lado de la demanda resultaron difíciles de calibrar.
Esta nueva situación propone tres lecciones: para combatir la pandemia se apagó intencionalmente la economía, pero prender la oferta nuevamente no resultó tan fácil como prender la demanda; la disponibilidad de la oferta nunca puede garantizarse; las restricciones de la oferta son muy sensibles a la inflación. Además, el entorno político se tensó y resultó que la cooperación internacional no era tan beneficiosa como se publicitó. El rechazo de la globalización se reforzó con una distribución del ingreso terriblemente desigual entre los países y en los países. Esta inequidad reforzó fuerzas políticas que cuestionaron las reglas del juego del comercio internacional y del sistema financiero, los resultados de las democracias y que los bancos centrales actuaran independientemente de los poderes electos.
Ante estas nuevas dificultades, una nueva política macroeconómica debe entender que las políticas para estimular la demanda no resuelven problemas de la oferta. Hay cosas que estas políticas pueden lograr, pero se generarán costos económicos. La política fiscal debiera concentrarse más en resolver las restricciones en la oferta que en estimular la demanda. Además, se requiere crear un entorno ambientalmente amigable que impulse la innovación, fortalezca la resistencia a choques de diverso tipo e impulse un cambio tecnológico congruente con los requerimientos de la transición ecológica.
Los gobernantes tienen que considerar que las estrategias para un crecimiento sostenido y sostenible deben enfocarse en impulsar la oferta, fortaleciéndola y haciéndola más resistente. Si no se entiende esto los vientos en contra detendrán la economía global. Las estimaciones macroeconómicas del paquete presupuestal entregado dejan claro que el gobierno no está entendiendo esta nueva situación.