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1920: los huelguistas de Santa Bárbara y Francisco Villa
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anta Bárbara, ciudad del sur del estado de Chihuahua, nació como Real de Minas en 1564; desde entonces sus habitantes han vivido de la explotación minera.

Antes de 1900 los fundos pertenecieron a varios propietarios, hasta que llegó el capital estadunidense con todo el apoyo del gobierno porfirista y en unos años la Asarco monopolizó la producción en casi todo el estado. En septiembre de 1920 los 2 mil trabajadores solicitaron a la empresa mejores condiciones y al no ser escuchados decidieron lanzarse a una huelga sin precedente.

Durante los años de Revolución había sido muy inestable el trabajo de las minas hasta que, en 1917, Carranza devolvió las propiedades que habían sido confiscadas por el villismo. Los empresarios estadunidenses asumieron que podían seguir imponiendo sus condiciones, ignorando los justos reclamos de los trabajadores que dejaban su vida en los profundos socavones.

Los obreros de la Minera Tecolotes de Santa Bárbara se organizaron en la Unión Libre de Trabajadores Mineros, declarándose en huelga el 27 de septiembre, exigiendo jornada de ocho horas, salario mínimo de tres pesos oro nacional, pago doble en los trabajos nocturnos y expulsión de los capataces que no respetaban el derecho a la vida.

El 1º de octubre de 1920 los representantes de la unión telegrafiaron a la Secretaría de Industria Comercio y Trabajo, haciendo saber que esperarían tres días y si no había solución se retirarían a otros minerales. (Durante muchos años esta fue la defensa de los mineros de todo el país, hasta que surgieron los sindicatos y se formalizó el derecho de huelga.) La secretaría nombró a José Peraza como mediador, mientras el gobierno del estado enviaba un contingente militar. Días después fueron detenidos nueve mineros, cuatro acusados de hacer labor subversiva con los militares.

El 8 de octubre se reunió el comisionado Peraza con los representantes proponiéndoles que retornaran al trabajo por 48 horas para que le dieran tiempo de negociar con la empresa. Los mineros aceptaron y acordaron que lo harían sin cobrar esos días, pero advirtieron que en caso de que la empresa no resolviera, abandonarían nuevamente las labores. Demostrando la buena disposición, acordaron modificar las demandas originales, reclamando entonces: jornada diurna de ocho horas; nocturna de siete, y seis para los menores de 16 años; aumento de cien por ciento al pago de horas extras; que el aumento de los salarios fuera proporcional, mayor porcentaje a los que ganaban menos y menor para los de salarios más elevados, y garantía de no represión para los ­huelguistas.

El 12 de octubre, cuando se calculaba que habían salido de Santa Bárbara 500 trabajadores y cuando la situación se veía muy tensa por la intransigencia de la empresa, 11 mujeres, familia de los huelguistas, dirigieron a Peraza un escrito a mano, pidiendo que pusiera todo su empeño en conseguir el aumento justo y razonable, haciéndole saber que les preocupaba la intransigencia de la empresa porque podría suceder que obligados por la miseria y el hambre, los trabajadores recurrieran a la violencia contra las instalaciones, por lo que le pedían que no se retirara de la zona hasta que se llegara a un arreglo.

El día 15 Peraza envió documento privado a la Secretaría de Comercio, resaltando la gran disposición de los agremiados de la unión, informando que la mayoría de los trabajadores habían pertenecido a los ejércitos revolucionarios de todos colores y que también había algunos bandidos que habían bajado de la sierra, se trataba –dijo– de personas que poseían armas y parque, además de que tenían el control de los depósitos de dinamita y pólvora.

En el escrito informaba que la unión había nombrado una comisión de tres agremiados para que viajaran a Canutillo a pedir apoyo al general Francisco Villa. Esta es la carta que le dirigieron.

“Canutillo. Apreciado y distinguido general:

“El pueblo trabajador de esta región y en su totalidad todas las clases oprimidas que hoy se encuentran en la lucha por la reivindicación de sus derechos y adquisición de los medios para llenar como corresponde a todo hombre los recursos necesarios dentro de la legalidad, y poder atender a las exigencias necesarias pero honestas de su vida y sostenimiento conveniente de sus hogares, hemos tenido la seguridad de que al dirigirnos a usted en busca de su apoyo moral y de toda clase que es de gran valor y representación, obtendremos su ayuda, visto que usted ha sido siempre el defensor de los derechos y necesidades del pueblo mexicano que tanto ha sufrido por su verdadera emancipación.

“[...] Nos dirigimos a usted llenos de confianza y esperanza en que aportará en nuestro bien común todo su interés, mediando con sus valiosas influencias, con tal fin le enviamos debidamente facultados por el elemento trabajador ante usted, a los compañeros Manuel Villalpando, Juan de D. Chacón y Fructuoso Gamboa, quienes le expondrán en una forma más palpable y amplia, la situación actual nuestra y las necesidades en que estamos [...].

Quedamos en aguarda de la más pronta definición suya, sin dudar de su actitud justa y benéfica [...] y nos permitimos hacerle presente que el tiempo que pase va haciendo cada vez más angustiosa y desesperante la situación en que nos encontramos, amenazados de perder la tranquilidad, orden y seguridad en general, por el hambre que empieza a esbozarse ya.

El general Villa recibió a los comisionados, los escuchó y les respondió que podían contar con su ayuda y que en Canutillo podía recibir a todos los trabajadores que desearan unirse, pero que no podía actuar al margen de las autoridades porque se había comprometido a no intervenir y era esclavo de su palabra.

*Historiador. Autor del libro Madera rebelde: Movimiento agrario y guerrilla (1959-1965)