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Memoria del fuego
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as grandes cacerolas de combustible se fueron incendiando escalonadamente en la Base de Supertanqueros de Matanzas, en el occidente de la isla. Las llamas, que se iniciaron al caer la tarde del 5 de agosto tras una tormenta eléctrica y se sofocaron cinco días después, redujeron los enormes recipientes casi a cenizas. Las estructuras de acero y los domos geodésicos del techo se derritieron por efecto del fuego y se precipitaron hacia los cimientos de los tanques como una vela negra y gastada.

Así se ven ahora las tripas de un coloso moribundo, que no muerto. Hay una frenética obra de limpieza y reconstrucción, para mantener la vitalidad de los tanques que quedaron en pie y construir sobre los destrozos, cuando terminen de sacar los hierros retorcidos y los rescoldos aún humeantes.

Los periodistas que cubrieron este incendio, el mayor ocurrido en la isla en más de 100 años, se reunieron ayer en la ciudad de Matanzas para contar lo que vivieron e inaugurar una exposición de fotografías titulada Memorias del fuego, que es el primer intento de tomar distancia de unos hechos que todos sienten como los más dramáticos de sus vidas.

Ningún profesional de la prensa resultó herido de gravedad, lo que es un milagro, porque algunos estaban a pocos metros de uno de los tanques con capacidad de hasta 50 mil metros cúbicos de petróleo que se quebró, tras emitir un silbido que recordarán para siempre. Ahí estuvieron también, por cierto, el presidente Miguel Díaz-Canel, un grupo de ministros y autoridades civiles y militares, que se habían retirado pocos minutos antes de que las lenguas de fuego amenazaran con tragarse todo lo que había a varios kilómetros a la redonda. Catorce bomberos murieron instantáneamente –dos más lo harían camino o en el hospital–. Al final 146 personas resultaron lesionadas, algunos todavía se debaten entre la vida y la muerte.

La Base de Supertanqueros perdió cuatro de los ocho tanques principales de la instalación en la Bahía de Matanzas, que tienen un papel crucial en el sistema eléctrico del país, de crisis en crisis por los estragos del bloqueo estadunidense. Opera un gran oleoducto que recibe crudo cubano, lo almacena y luego se transporta a plantas termoeléctricas. También tiene cinco muelles en los alrededores que sirven como centro de descarga y transbordo de crudo importado, fuel oil y diésel.

Por capricho de la naturaleza, el incendio se inició en el último tanque de una batería de cuatro alineados hacia el este, a favor de los fuertes vientos de la bahía. Un poblado de las inmediaciones, Versalles, fue evacuado a toda velocidad. La ayuda de los bomberos de México y Venezuela marcaron el punto de inflexión de esta tragedia, porque se pudo controlar el fuego 48 horas después de que intervinieron en simultáneo la experiencia y las fuerzas de los tres países y los cañones de agua y la espuma que aportaron los amigos. Entre las imágenes más conmovedoras de la exposición hay escenas doradas por las llamaradas que sólo vimos antes en películas y rostros de bomberos desdibujados por las nubes de agua y hollín, indistinguibles salvo por las insignias de sus países en el casco o bordadas en la manga de la camisa, cosa que nos advierte que la fotografía, después de todo, es un lenguaje que habla y emociona por su cuenta.

Memorias del fuego, la exposición que se muestra en la casa de la Unión de Periodistas de Cuba en Matanzas, gira en torno a la idea de que las fotografías no sólo muestran los traumas humanos, en este caso los derivados de una catástrofe sin precedente, sino el propio trauma de las imágenes. Las fotos también gimen y se lamentan, porque tienen su metabolismo y dejan de ser un documento para convertirse en realidad tangible que muestra sus propias cicatrices.

Eduardo Galeano, por cierto, lo explica maravillosamente en su trilogía Memoria del fuego, del que toma su nombre esta exposición. Relata la historia del fotógrafo cubano Chinolope, que andaba casi de mendigo por Nueva York en 1957 cuando alguien le prestó una cámara vieja para que se ganara unos dólares. Sintió un tiroteo en una barbería y entró e hizo la foto del año. Habían acribillado al gánster Joe Anastasia cuando se estaba afeitando. “El Chinolope había logrado fotografiar la muerte –escribe Galeano–. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio.”

Hemos visto en Cuba desde el 5 de agosto, durante y después del incendio, cadenas de testimonios estremecedores en ese viaje que invariablemente hacen los pueblos del dolor a la solidaridad. Pocas historias podrían decir tanto como la foto de los bomberos de México, Venezuela y Cuba en la Base de Supertanqueros de Matanzas.

(Vea las imágenes en: https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2022/08/memorias-del-fuego/)