ecientemente, Cuauhtémoc Cárdenas, en entrevista con Joaquín López Dóriga, describía la situación lamentable del país: Una violencia que crece, una economía que no crece, mucho deterioro en los servicios públicos
. ( Milenio, 17/3/22).
Tras escuchar tan contundente diálogo vuelvo a preguntas de otros tiempos: ¿Llegó la hora del gran diseño, de la gran revisión, lo digamos en singular o lo extendamos al plural? No estoy cierto, pero de lo que no cabe la menor duda es que el mundo no ha superado del todo el grave peligro de caer en la inestabilidad y el estancamiento, ni se han superado los riesgos extremos para la habitabilidad de los humanos. Precisamente de eso nos habla la Ley para Reducir la Inflación presentada por el presidente Biden a su Congreso y aprobada por los representantes o diputados. Menos de lo que el presidente pedía, pero lo suficiente para levantar el ánimo demócrata y hablar presidencialmente de una victoria
. Y, dadas las circunstancias, también de asumir explícitamente la emergencia y atender los llamados angustiados de alerta, así como demostrar que la política es, sigue siendo, la única opción a nuestro alcance para aspirar a trazar un camino alterno al seguido.
No es sólo un problema de ideología o de entendimiento de lo humano lo que nos implica. Son las señales peligrosas y cada día más agresivas de la propia Natura las que nos impelen a una acción innovadora en la política, la política económica, ambiental y energética. Nada más, pero nada menos: los resortes históricos del ascenso y evolución del capitalismo en los últimos dos siglos son puestos en la mesa de auscultaciones con el quirófano a un lado. Sin adelantar vísperas, es indispensable asumir que, como se proclama en los más conspicuos foros y elegantes salones, el mundo corre un peligro inminente de desarticulación, fallecimientos masivos, desaparición de regiones costeras enteras. Y podríamos seguir, porque si al recuento de las secuelas de las crisis le agregamos las de la pandemia, la suma nos pone ante el apocalipsis. Sin esa referencia, no es posible avanzar significativamente en lo que todavía podría unirnos.
En México, el eslabón perdido de este víacrucis ha estado, ya por demasiado tiempo, en el extravío de la idea del desarrollo y la expulsión de toda idea cercana a la cooperación, la acción colectiva o el proyecto nacional. Esas palabras y otras similares se volvieron prohibidas o de mal gusto, ante las mil y una promesas del cambio del mundo hacia la globalización y el mercado unificado.
Hoy podemos decir, con el estudioso inglés John Gray, que se trató de un falso amanecer
y que la oportuna, por temprana, pregunta de Dani Rodrik de si la globalización había ido muy lejos, hoy tendría una contundente respuesta afirmativa. Sí, prácticamente todos los terrícolas fuimos lejos y demasiado rápido, tanto que ni siquiera pudimos ralentizar el paso para empezar una reflexión pausada, profunda, sobre lo que queríamos hacer, de nosotros y de nuestro mundo, ante el inventario de portentos y calamidades que descubríamos a medida que seguíamos por el camino abierto por el globalismo.
En esta tarea, la que resumimos en el vocablo reflexionar, hemos perdido tiempo y forma, destrezas e imaginación, pero es todavía viable reintentarlo, reformularlo. Sobre todo, si retomamos el olvidado y denostado vocablo del desarrollo, su necesidad y lo importante que resulta hoy darle forma y actualidad a la idea misma del desarrollo.
De nada ayuda el clima airado y extremoso que hemos creado, con el gobierno y su coalición a la vanguardia. Los intercambios de medias verdades y mentiras edulcoradas que desde el púlpito se lanzan a los contingentes creyentes, comprometidos con un cambio difuso, pero sin duda prometedor, no construyen realidades traducibles a verbo político, ni recogen la inicua realidad de la cuestión social reconfigurada por tanto tropezón económico y político. Sólo confunden y ofuscan a no pocos cuando se arriesga una crítica o se anota algún escepticismo. La alharaca es mucha, pero la arena política está sorda y muda, pasmada, mientras el Estado inerme, es puesto contra las cuerdas del ring desvencijado en que se ha convertido nuestro intercambio político.
Nada bueno y poco nuevo bajo esta inclemente realidad. Aun así, sólo será en y desde la política donde se pueda tejer y encontrar la salida del extravío. Que no será milagrosa ni por decreto, pero sí que tendrá que ser de grandes voluntades.