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El Quemado: fabricación de culpables
B

ajo una lluvia persistente, resistían la intemperie y los zancudos un grupo de guerrilleros agazapados en trincheras, esperaban al enemigo que hacía estragos en las comunidades campesinas de la sierra: detenciones ilegales, desapariciones, violaciones, torturas… El sonido de un convoy militar los puso en alerta, ¡los guerrilleros abrieron fuego! Era 23 de agosto de 1972, en el Arroyo Oscuro, arriba del poblado Río de Santiago, municipio de Atoyac, Guerrero; ataque llevado a cabo por la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, brazo armado del Partido de los Pobres liderado por Lucio Cabañas Barrientos.

El Ejército no cesó de buscar a los culpables de esta emboscada; tenía que hallarlos o construirlos. Construyó a sus criminales; para tal ardid detuvo a decenas de campesinos de varias poblaciones; sin embargo, concentró una brutal represión al pueblo El Quemado. A inicios de septiembre de 1972 los militares entraron al amanecer a la comunidad. Convocaron y concentraron a todos los hombres a una reunión en la cancha de básquet, entre ellos sólo había una mujer, con seis meses de gravidez, Avelina Morales Piza; entre otros pobladores me dio su testimonio: Tenía los niños chiquitos, y ya me jueron a ver primero los niños [a la cancha], y uno pues estaba llore y llore, que me quería. Llegó el capitán, ya me dijo: se va ir, váyase con sus niños, ya era de noche. Ese día no todos regresaron a sus casas, varios fueron detenidos.

Luis Radilla Godoy refiere: Primero los empezaron a meter a la escuela y cuando ésta se llenó los metieron a la casa verde, propiedad de Agustín Pano, en esos años desocupada y en aparente abandono. Los días transcurrían y los militares continuaban citando a los hombres, aprehendidos de poco a poco. Sólo unos lograron salir del pueblo para evitar la detención ilegal, proeza difícil debido a los caminos sitiados, como cuenta Gregorio Martínez Mayares. Por tanto –adentro de los centros improvisados de detención– los hombres amarrados y vendados de los ojos sufrían atroces torturas; Aurelio Morales Blanco recuerda el tormento: Un golpazo, ¡pas!; sentía que el corazón me lo sacaban del golpe y luego me daban aquí en la boca del estómago; yo sentí que me lo pegaban en el hueso del espinazo ¡pero me daban recio pues! Aquellos que detuvieron al inicio sufrieron más las golpizas, la falta de comida, cobijo y la angustia de no saber qué sería de ellos. Luis Radilla cuenta que estuvo como cuatro días encerrado en la casa verde sin probar alimento y resistiendo el suplicio.

La siguiente maniobra castrense fue llevarlos al cuartel militar en construcción de Atoyac; para ello los trasladaron en helicóptero de dos en dos; tanto Eliseo Morales como Gregorio Pascual Tepecua contabilizaron que serían alrededor de 90 pobladores de El Quemado detenidos, vendados y maniatados sin saber adónde habían llegado. Otros días más se sumaron al martirio; un soldado se condolió dándoles un poco de agua en su casco.

El destino que les deparaba era la zona militar de Acapulco, donde estuvieron alrededor de nueve días; la tortura no cesó en ningún momento. Ignacio Sánchez Gutiérrez murió debido a los golpes de los soldados. Luis Radilla cuenta cómo los amenazaron: “Miren, hijos de su puta madre, así van a morir uno a uno, como murió este güey”. El cuerpo de Ignacio nunca fue entregado a su familia, lo mismo que el de Aurelio Morales, Gregorio Flores y Veda Ríos. Hasta hoy están en calidad de desaparecidos.

En El Quemado quedaron unos 12 hombres adultos, el resto mujeres; Custodia García Morales recuerda: El montón [de soldados] y solitas puras mujeres solitas; digo: ¡ay, Dios mío!, que no nos vayan a hacer algo también a nosotras. Por doquier había militares sobre todo rodeando el pueblo; ellas no podían salir a inspeccionar sus cultivos; tenían prohibido cuidar a sus animales; les estaba negado comprar suficientes alimentos. En los retenes les requisaban los víveres que llevaban de más.

Sus maridos, hermanos, padres o hijos detenidos en Acapulco fueron trasladados a la cárcel municipal sin que ellas supieran su paradero. Fue allí que la justicia los sentenciaría a 30 años por haber participado en la emboscada contra el Ejército. Paradójicamente, los condenados ni conocían a Lucio Cabañas.

Sin embargo, refieren los sentenciados que debido a amnistías, sólo estuvieron un tiempo en la cárcel, algunos unos meses, un par de años y, como recuerda Manuel Morales: 25 hombres fueron los últimos que salieron, éstos estuvieron encarcelados cuatro años dos meses.

Esta represión hacia la comunidad fue resultado del terrorismo de Estado que se perpetró no sólo en Guerrero, sino en todo el país en los años sesenta hasta los ochenta. El Quemado no sería la única población atacada por el Ejército, pero muestra cómo se operaría en toda la sierra contra los campesinos.

A casi 50 años las víctimas esperan por una justicia –no venganza– que se ve aún remota.

Profesora investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional/Ajusco