as tensiones que vive el mundo evidencian que los poderosos, en lugar de buscar soluciones, incrementan sus contradicciones acompañados de una industria militar y armamentista cuyos beneficios crecen más que las de las farmacéuticas con la pandemia. Se ha señalado que este momento es tan peligroso como el vivido en la llamada crisis de los misiles
en el que se temía una posible guerra nuclear. Después de una pandemia que afectó al mundo entero, la guerra Rusia-Ucrania y, para no faltar, la imprudente visita de Nancy Pelosi a Taiwán son escenarios que no dan tregua para el optimismo.
En esta coyuntura también preocupa que los flujos migratorios, de por sí incrementados notablemente mucho antes de la pandemia como resultado, entre otras cosas, de cuatro décadas de aplicación de un modelo económico que benefició a unos pocos y agredió a las mayorías del mundo, ahora sigan aumentando cuando no se ha alcanzado a resolver la crisis migratoria con modelos de incorporación digna y regular; las respuestas siguen siendo las mismas, criminalización, refuerzos fronterizos militares, se les considera un peligro para la seguridad nacional. Se impide su paso sin importar los decesos y tragedias que estos seres humanos enfrentan.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, para 2019 se estimaba que el número de migrantes internacionales era de casi 272 millones en todo el mundo, 51 millones más que en 2010 y para 2020 subió a 281 millones, 3.6 por ciento de la población mundial. De ellos, casi dos tercios eran migrantes laborales. Y en relación con las personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo fueron 79.5 millones a finales de 2019, 26 millones eran refugiados (20.4 millones bajo el mandato del Acnur, 5.6 millones de palestinos bajo el mando de la Agencia de ONU para los Refugiados Palestinos –UNRWA–) 45.7 millones de personas fueron desplazados internos; 4.2 millones, solicitantes de asilo, y 3.6 millones, venezolanos desplazados en el exterior.
A estos movimientos hay que añadir otro sumamente doloroso, la migración infantil, que no deja de crecer y requiere el concurso de todos los países para su protección. De acuerdo con el Unicef (United Nations Childrens Fund 2017), al menos 200 mil menores no acompañados fueron registrados en unos 80 países entre 2015 y 2016; 170 mil menores no acompañados solicitaron asilo en Europa en esos mismos años; 100 mil menores no acompañados fueron detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos y otros 19 mil solicitaron asilo en otros países.
Es en este conflictivo escenario que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha propuesto una tregua para el cese de la guerra, que se detengan los enfrentamientos actuales, las provocaciones y que todos hagamos el compromiso de no apostar a la confrontación
. Nadie en su sano juicio estaría en contra de una propuesta como la de AMLO, aunque sus buenas intenciones se vean enfrentadas a un escenario en el que están en juego los enormes intereses de las potencias que buscan afianzar su poder en el nuevo orden mundial, forzando nuevas alianzas que tal parece sólo podrá dirimirse a través de las peligrosas conflagraciones. Ante todos estos desafíos no hay duda de que Estados Unidos buscará ejercer presión en la región para mantener aliados en su afán de recuperar poder hegemónico. Preocupa lo que pueda significar para la zona, sobre todo ante eventualidades electorales que desafíen a los demócratas y pierdan la muy débil mayoría actual.
Ante esta posibilidad, es altamente pertinente recordar las propuestas de la Celac y la importancia de reunirse para reforzar la integración latinoamericana e invocar la muy importante Proclama de América Latina y el Caribe como zona de Paz
lanzada en la segunda Cumbre de la Celac en La Habana, Cuba, en 2014, y en la que se reitera y señala, entre otras propuestas: “Conscientes de que la paz es un bien supremo y anhelo legítimo de todos los pueblos y que su preservación es un elemento sustancial de la integración de América Latina y el Caribe y un principio y valor común de la Celac;
“Reafirmando que la integración fortalece la visión de un orden internacional justo, afirmado en el derecho y en una cultura de paz que excluye el uso de la fuerza y los medios no legítimos de defensa, entre ellos las armas de destrucción masiva y, en particular, las armas nucleares;
“Declaramos:
“El compromiso de los estados de América Latina y el Caribe de respetar plenamente el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la convivencia pacífica entre las naciones;
Nuestro compromiso permanente con la solución pacífica de controversias a fin de desterrar para siempre el uso y la amenaza del uso de la fuerza en nuestra región.