n el salón de belleza de la estilista Huda (formidable Manal Awad) todo parece transcurrir en per-fecta calma. Una tranquilidad que pronto se advierte engañosa al revelarse que dicha estética, situada en una zona ocupada de Palestina, es en realidad un centro de operaciones del servicio secreto israelí, y que la dueña del local se encarga de procurar a los ocupantes la información que extrae de su clientela femenina por medio de chantajes. La trampa ( Huda’s Salon, 2021), el largometraje de ficción más reciente del realizador palestino Hany Abu-Assad ( El paraíso ahora, 2005), es un estupendo thriller político que de modo novedoso aborda cuestiones de discriminación de género. Primeramente plantea la situación de la joven madre Reem (Abd Elhadi), víctima no sólo de los engaños de Huda, mujer que ha aceptado, forzadamente o no, colaborar con los agentes israelíes, sino también de Yousef (Jalal Masarwa), su esposo controlador y celoso. Al caer ella, como tantas otras mujeres, en la siniestra trampa que le ha tendido Huda (misma que no es conveniente detallar aquí), su dilema se vuelve dramático. Revelar a su esposo la violencia sicológica padecida equivale a poner en peligro su matrimonio y comprometer de paso su reputación social pudiendo también ella aparecer como una traidora a la causa palestina. Al mismo tiempo, quedarse callada ante los agravios que se le acumulan, la coloca en una situación desesperante de fragilidad emocional que atenta contra su seguridad física y la del bebé que lleva en brazos.
El realizador y guionista Hany Abu-Assad ofrece en esta cinta, además de un relato emocionante, dueño de un ritmo ágil y bien calibrado, la continua contraposición de dos realidades –un entorno patriarcal asfixiante y la doble presión que padecen Huda y su víctima Reem al verse las dos atrapadas y utilizadas en las actividades secretas de los dos bandos políticos antagónicos–. Las mejores escenas de la película, además de su notable arranque en el salón de Huda, son las que describen el interrogatorio que soporta la mujer traidora por parte de Hasan (Ali Suliman), un integrante de la resistencia palestina. Es él quien debe ubicar el paradero de otras mujeres obligadas a colaborar con el servicio secreto israelí, y ante quien Huda debe explicar, cuestionándose a sí misma, las razones por las que ha aceptado un sucio trabajo de explotación femenina.
¿Es ella una víctima impotente o, por el contrario, una cómplice acomodadiza y complaciente? Esta confrontación se da dentro de un espacio cerrado que sugiere una mazmorra de torturas o un parco escenario teatral. En rigor, asistimos a un duelo de actuación entre Abd Elhadi y Ali Suliman mediante el cual se dirimen cuestiones más éticas que estrictamente políticas, creándose entre los dos personajes un espacio de entendimiento ambiguo. Huda obliga Hasan, su verdugo potencial, a confrontar sus propias fragilidades de hombre cargado de viejas culpas, en tanto él acorrala a la mujer haciéndola consciente del peso moral de sus fechorías y de la inutilidad de sus justificaciones tardías. Mientras se desarrolla este juego de masacre, la cinta relata en montaje paralelo las vacilaciones y angustias deReem, la madre que se debate entre buscar el auxilio y comprensión de su marido pusilánime y celoso, y los peligros que conlleva enfrentarse a la adversidad de manera solitaria e independiente. No es indispensable conocer los pormenores del contexto político en que se desarrolla la cinta. El director deja de manifiesto lo que significa, en cualquier lugar del mundo, la arbitrariedad injusta de un muro de concreto que divide a dos naciones, así como la espiral de manipulación y violencia que para muchas mujeres suele ser una trampa cotidiana. No sorprende así que la cinta haya sido calificada en varias ocasiones como un impactante thriller feminista.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional. 16:15 y 20:15 horas.