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Desde otras ciudades

La Scala de Milán, la belleza de un teatro sin comparación

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▲ Destruido por un bombardeo en 1943 y reconstruido tres años después, por aquí pasaron desde Europa riconosciuta, de Salieri, hasta Madame Butterfly, de Puccini.Foto Alia Lira Hartmann
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a dificultad de encontrar palabras para expresar la belleza de uno de los teatros más famosos del mundo, La Scala de Milán, está probablemente ligada con las emociones que provoca entrar en contacto con su espacio, su historia, la música, pero sobre todo la ópera; La Scala es el teatro de ópera por excelencia más emblemático del planeta.

Importante símbolo de la cultura italiana, por este escenario han pasado los más grandes y solicitados cantantes de la historia. La lista es larga, incluso para quien no muestre inclinación alguna por este género músico-teatral no pasan desapercibidos los nombres de Maria Callas, Monserrat Caballe, Enrico Caruso, Luciano Pavarotti, Alfredo Kraus o José Carreras.

La cartelera semanal incluye no sólo ópera, ballet, danza contemporánea, conciertos de música de cámara, así como Spettacoli per piccoli, donde se pretende acercar al público infantil. Un museo al costado documenta la historia y muestra diversos objetos, indumentaria o instrumentos antiguos.

La fachada, un tanto modesta, contrasta con el esplendor de sus interiores. Tan sólo arribar al vestíbulo, los empleados encargados de dirigir al público a las diferentes entradas están ataviados a la usanza de los tiempos en que el teatro empezó. Elegantes trajes negros y una larga cadena dorada que cuelga en el cuello de la cual prende una medalla en color grabada con la fachada.

También se pueden admirar altas y elaboradas columnas, el busto de Enrico Caruso y esculturas de cuatro grandes maestros de la lírica italiana: Giuseppe Verdi, Gioachino Rossini, Vinzenzo Bellini y Gaetano Donizetti, y una placa dedicada a Giuseppe Piermarini, el arquitecto que proyectó La Scala en 1776. Todo en ese material que a los italianos tanto enorgullece como símbolo de riqueza y jerarquía, el mármol.

Cuando el visitante se dirige al asiento asignado cruza áreas con grandes espejos que inevitablemente obligan a verificar si la indumentaria escogida fue la adecuada. El código de vestimenta, aunque se ha relajado en los últimos años, no permite pantalones cortos ni sandalias.

Ya dentro de la sala principal, que tiene un aforo para 2 mil personas, cuelga un inmenso candelabro, asientos forrados en tela de terciopelo color vino, palcos tapizados también en terciopelo de los cuales penden elegantes cortinas. En el respaldo de cada asiento una pequeña pantalla traduce al público los textos de la ópera al inglés ante la consabida dificultad de entender dichos textos cuando son cantados.

Entre los cinco niveles de los palcos hay glamorosos relieves en color dorado de dos leones alados que sostienen una lira, instrumento representativo de las culturas clásicas.

Sobre el escenario, dos relieves de ángeles dorados sostienen una corona con un reloj al centro que cada cinco minutos marca la hora en números romanos. Al observar detenidamente la belleza en los detalles del teatro, el tiempo simplemente parece desvanecerse.

Alia Lira Hartmann, corresponsal