onald Trump, ex presidente de Estados Unidos, y el actual presidente Joe Biden juegan a las vencidas, el mundo tiembla y México repite su historia. Ante este jueguito desde el imperio, uno de nuestros grandes historiadores, don Silvio Zavala, expresa:
Entre Estados Unidos y México media un acuerdo histórico de conflicto territorial que ha pasado a los manuales escolares y que afecta el corazón de la nacionalidad.
La desigualdad en la riqueza y en el desenvolvimiento técnico produce reacciones de molestia ante el vecino omnipotente, con capacidades para la civilización progresista, moderna, que unas veces es admirado y otras visto como un peligro creciente.
La imagen que puede acercarse más a esta situación (la relación entre Estados Unidos y México) es la de un rascacielos que se yergue junto a la casa menor vecina, que la resquebraja y amenaza (nuestra economía descuadrada: la inflación, ni para las tortillas alcanza), convierte la vecindad en una constante área histórica, en un apuñalamiento penoso del propietario pequeño, que no quiere renunciar a lo perdido, y aparece siempre en el momento de las reclamaciones como deudor y no como acreedor del vecino poderoso.
Nuestra historia sólo se comprende con base en la montaña. El asiento de nuestras grandes formaciones culturales, el mundo náhuatl, está centrado en medio de montañas, entre el mar y el hombre del altiplano, una cadena de interminables montañas: naranjas, rosas, violetas, agudas, ásperas, sedosas, pero siempre en la montaña, la interminable montaña que dice don Silvio Zavala.
El intrincado complejo cultural náhuatl se estructura, define y asila en valles y cuencas rodeados por montañas.
En el pasado más remoto, complejas migraciones y horizontes culturales convirtieron al altiplano. El jaguar con su sonrisa, los hombres del país del hule, los olmecas, mutaron la expresión plástica del horizonte cultural mexicano. Santiago Ramírez, el fundador del sicoanálisis en México, opina que la convergencia se hizo; cuando la cultura cristalizó, la cosmovisión abarcó las artes, las ciencias, la religión, el culto y la política, fuerza cristalizadora que mantuvo una coherencia y una cohesión extraordinarias. La estructura del mundo náhuatl mágico religioso en sus raíces es profundamente centralista.
Aunque el rascacielos de los vecinos se tambalee por el combate entre sus máximos dirigentes y haga temblar nuestro centro, con sus artísticas casitas, nuestra historia, a pesar de lo traumático, nos ha salvado y salvará.