Lunes 25 de julio de 2022, p. 9
El cineasta colombiano Víctor Gaviria (Medellín, 1955) se muestra ahora en México como poeta. Si su cine es una mirada al vacío, sus poemas llevan al lector a un abismo íntimo, sin apartarse de esa empatía por lo marginal que hay en sus películas.
Así presentaron este domingo en el Museo Nacional de Arte su antología Toda historia es de amor, en la que los versos del autor no requieren de la grandilocuencia ni del tono profético para erigirse en pequeñas crónicas de grandes días
, escribe en el prólogo el poeta mexicano Margarito Cuéllar, quien también se encargó de la selección de los poemas.
Editado por Trilce Cinema y el centro educativo, artístico y cultural Facultad de Cine, el libro da por primera vez atención al cineasta como poeta, lo cual me pone feliz porque integra una parte mía muy personal
, dijo Gaviria en entrevista con La Jornada.
En general, agregó, “en mi cine, que llamo de realidad, prescindo de mi historia particular; nunca estoy pensando en meter cosas mías, sino que busco a esos actores sociales, para construir universos también sociales y estoy un poco eclipsado como persona.
“Los cineastas se nutren de su propia vida y en sus películas sacan su emoción, pero yo no. Mi cine se enfoca en mostrar cómo anda mi país, cómo lo vemos por todas partes fracturado, fragmentado. He conversado con esas marginalidades tan fuertes, que llamo de exclusión. Porque la exclusión es una forma de maltrato que las personas viven; por la escasez de medios, están en un aislamiento y soledad tremenda. Esa también es mi vida; sin embargo, como cineasta no cuento dónde estudié ni qué novia tuve, o si mi papá fue médico.
“Pero en mí poesía si está todo, son como esas notas que uno toma al margen, notitas en un diario donde uno dice qué sintió, qué vivió, hasta pequeñas reflexiones. Me parece muy chévere porque se equilibra lo que hago. En mi cine hay una enunciación que no es la de Víctor Gaviria, porque ahí hay una gran cantidad de voces y personajes que van de un extremo a otro para hablar de la realidad, de lo colectivo, de lo social.
En tanto, en mis poemas estoy de manera más íntima, y hasta me da un poco de pudor, porque me deslindo del comentario, de la anécdota, o las quiero convertir en símbolos, en una metáfora. Es cierto que son pequeñas observaciones pero que intentan ir más allá. Ahí sí tengo poemas dedicados a mi mamá, a mi papá, a mis hermanos. Estoy todo el tiempo hablando de mis cosas.
Por supuesto que, recuerda Gaviria, la poesía llegó a su vida antes que el cine, cuando ingresó a la universidad en Antioquía, donde pretendía estudiar sicoanálisis. En esos días comenzó a escribir poemas y con sus amigos fundó un taller al que llamaron Nicanor Parra, “como el antipoeta. Tenía 18 años. La característica de nuestro taller era que no teníamos propiamente un profesor, sino que entre todos nos criticábamos, nos dábamos madera y nos animábamos. Esta experiencia me permitió publicar e integrarme a la revista Acuarimántima, que es el nombre de un poema de Porfirio Barba Jacob, un poeta maldito que luego se vino a vivir a México.
“Ahí estuve con un grupo de poetas muy importantes, con José Manuel Arango, quizá el colombiano más importante de finales del siglo XX, quien escribía poemas cortos, lacónicos, pero con mucha imagen, y con Helí Ramírez, quien bajó de un barrio popular y nos sorprendió a todos en la revista con una poesía con personajes atracadores, con mucha violencia y mucha oralidad.
“En 1978 gané un premio de poesía, pero simultáneamente comencé a ir a los cineclubes en Medellín. Luego hice una pequeña película que se llamó Buscando tréboles, que era un poema visual, pero esa peliculita me cambió el horizonte. Me salí del grupo de Acuarimántima y comencé a frecuentar a los cineastas que estábamos empezando, me puse a hacer cine y a nadie comenté que seguí escribiendo poesía y tomando notas para ellos.”
Gaviria reconoció que cuando le propusieron hacer una antología de su obra poética, que proviene de seis de sus libros, se asustó, “porque siempre pienso que hay unos poemas mejores que otros y siempre muestro los que considero los mejores, pero Margarito Cuéllar no me preguntó nada, escogió los que le dio la gana. Me gustó que me asusté al principio, pero cuando leí el libro me di cuenta de que en Toda historia es de amor está mi rostro de poeta”.
De Los días del olvidadizo (1998)
Hay rendijas del otro mundo*
Hay rendijas del otro mundo
por donde asoma un amarillo encendido
que es el sol
del otro lado, un sol de oro
que me hace tambalear.
Oigo el murmullo de la otra vida:
“junio once del año en curso, mañana será doce,
¿cuándo nos veremos, mi amor?
Son las cinco, la luz en el reloj de la calle palpita
como la sangre de mi corazón, apunto
la hora aquí en la agenda, son ya las diez
y cuarto, cómo ha pasado el tiempo
tan rápido, Dios mío, la mañana se pasa volando,
te llamaré en la tarde,
pronto regreso,
¿por qué estamos en octubre si hace unos días comenzamos
julio?
El año inició lento como si fuera un largo año de colegio,
pero ahora se ha despeñado como una cascada,
como un nudo de viento:
felicidades es diciembre,
el tiempo de la vida pasa como un malestar, ya voy,
ya vuelvo, no demoro,
termino mis cosas y los alcanzo,
llegaré tarde, dónde esconderán la llave para entrar a cualquier hora;
aunque tarde, llego, mi Dios,
espérame, espérame.”
Así son los murmullos del otro mundo.
* Poema incluido en la antología Toda historia es de amor, del cineasta colombiano Víctor Gaviria.