Arbol frondosórolo
del verde pradórolo
que yo he soñadórolo
en mi niñez…
Juego infantil
El bosque no es solo un lugar poblado de árboles y matas, como dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el bosque es uno de los ecosistemas más sutiles, complejos y diversos del mundo vegetal. Conformado ciertamente por árboles, arbustos, palmas y hierbas es también hábitat de innumerables especies de insectos, aves, mamíferos, reptiles, así como de helechos, líquenes, bromelias y hongos. Además de los protozoarios, bacterias y virus microscópicos que hoy tanto nos preocupan.
Sitio de pastoreo, reservorio de caza, pesca y recolección, provisión de leña, almacén de materiales para la construcción, botica comunitaria el bosque no se agota sin embargo en su aprovechamiento diversificado, hay también en él mito y magia. El bosque es cultura; cultura milenaria sedimentada en el imaginario colectivo de la especie.
Como los desiertos, las estepas y los mares, la floresta indómita es ámbito de experiencias metafísicas que remiten a la fragilidad de los seres humanos inmersos en la naturaleza. La civilización occidental emergió de los bosques como otras lo hicieron de los oasis en el desierto, de manchones fértiles en la estepa, de claros en la selva.
Más allá de su dimensión biológica, social y económica el bosque tiene una dimensión simbólica como territorio privilegiado de la otredad, como reducto de horrores y maravillas, como seducción y como espanto. La floresta es un mundo mítico poblado de faunos, cíclopes y centauros; de hadas, elfos y gnomos; de chaneques aluxes, chilobos y nahuales; presencias paganas que nos acechan desde el bosque y desde el sueño que en el fondo es lo mismo.
Reducto del inconsciente colectivo de una humanidad progresivamente arracimada en aldeas y ciudades en el bosque vive el legendario lobo de Caperucita, pero ha sido también refugio de locos, leprosos, ermitaños y anacoretas; despoblado donde sesionaban los sismáticos y donde las brujas celebraban sus aquelarres a la luz de la luna; motel de amantes clandestinos; territorio liberado donde prófugos, bandidos generosos y conspiradores dictaban su ley.
En el tercer milenio nuestras selvas y bosques siguen preservando al México profundo: la seductora Xtabay todavía nos espera entre las ceibas; por las veredas remontadas aún se apersonan los nahuales… o de perdida el narco; bajo su protección se forjaron algunas de las utopías más seductoras de los últimos tiempos.
Y los bosques son nuestros. México tiene aun 64 millones de hectáreas arboladas que representan el 32% del territorio nacional. Bosques y selvas de los que el 80% es propiedad de unos 24 mil núcleos agrarios, 9 mil de los cuales poseen superficies extensas de cuyo aprovechamiento podrían vivir dignamente y hasta con holgura. Sin embargo, la mayor parte de las comunidades y ejidos boscosos son pobres y nuestros recursos arbóreos se pierden a razón de 500 mil hectáreas anuales. Y es que propiedad social no equivale a aprovechamiento social y la mayor parte de las explotaciones silvícolas son negocios privados predadores sino es que saqueos clandestinos y criminales, pues de un tiempo a esta parte el narco también se estableció en los bosques.
Hace 14 años me referí en otro editorial a la “paradoja forestal de que en México los recursos silvícolas se desaprovechan y a la vez se destruyen. Dos fenómenos perversos que se muerden la cola, pues el sub aprovechamiento va asociado con la explotación ecocida”. Y es que cuando por falta de permisos o de apoyos adecuados los núcleos agrarios no pueden emprender proyectos silvícolas legales, remunerativos y sostenibles, las propias comunidades practican la tala clandestina o a cambio de un pago permiten que otros saqueen el recurso.
La salida está en impulsar una silvicultura comunitaria sustentable que a la vez que preserve y regenere el bosque proporcione una vida digna a sus poseedores. Una silvicultura que no se limite al corte y la venta en rollo, sino que procese la madera generando empleo y agregándole valor. En Durango, Chihuahua, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Quintana Roo hay experiencias exitosas de este tipo, que las políticas públicas y en particularmente la Comisión Nacional Forestal debieran impulsar.
Sembrando vida es un buen programa que al fomentar con acompañamiento, insumos y transferencias monetarias una combinación de cultivos anuales, árboles frutales y árboles maderables en terrenos deforestados genera ingresos sostenibles y recupera superficie arbórea. Pero los bosques son otra cosa: los auténticos bosques son ecosistemas extremadamente diversos y ancestrales que se están perdiendo y hay que preservar y restaurar. Tareas que realizarán las comunidades que son sus poseedoras si las políticas públicas les ayudan a desarrollar proyectos económica y ambientalmente sostenibles.
No todo es aprovechamiento sustentable de bosques naturales y reforestación agro silvícola integral, también hay bosques cultivados en donde se combinan virtuosamente la vegetación originaria y la establecida en agroecosistemas de enorme diversidad. Los cafetales de montaña y bajo sombra son un buen ejemplo de este sistema de manejo agroforestal.
El kuojtakiloyan, que es como los náhuat de la sierra nororiental de puebla llaman a sus cafetales, es un bosque cultivado, un agrobosque del que los maceual obtienen una parte importante de su sustento.
En el kuojtakiloyan encontramos cafetos, pero también árboles maderables, cítricos, plátanos, capulines, zapotes, camotes, plantas de ornato, flores, una enorme cantidad de quelites y gran diversidad de hongos, además de innumerables insectos y animales. Una cambiante pero armónica convivencia inducida, un modelo de virtuosa y entrelazada diversidad que compite con el de la milaj, la milpa.
Aunque en realidad el kuojtakiloyan y la milaj no compiten, pues bosques cultivados, acahuales, milpas, traspatios, potreros y cañaverales, combinados con la apicultura y la ganadería de especies mayores y menores conforman lo que he llamado la “milpa ampliada”, un orden productivo múltiple tan plural como lo es la naturaleza que busca aprovechar. Un paradigma agropecuario en el que se sustenta también un modo de vida comunitario cuya fuerza radica en la polifonía concertada, cuya potencia está en lo que llaman “hacer milpa”.
Los náhuat de la sierra poblana, representan con una imagen la idea que inspira el complejo formado por el bosque cultivado, la milpa, el traspatio, el potrero, el cañaveral, el acahual… Para ellos el principio de la diversidad entreverada y virtuosa encarna en el petlasolkoat, o veinte pies. Así se lo contaron a Patricia Moguel, quien lo transcribe.
“El petlasolkoat o veinte pies es un gusano que camina no sobre dos, cuatro o seis pies sino sobre muchísimos. ¿Qué queremos decir con esto? Queremos decir que nosotros creemos que no debemos caminar o depender de un solo producto. Nuestras comunidades aprendieron a manejar sus recursos a partir del criterio de la diversidad, esto es que cuantos más productos pudiéramos obtener de varios sistemas productivos como nuestros bosques útiles o kuajtakiloyan, menos vulnerables estaríamos no solo de las condiciones del clima sino de las bajadas y subidas de los precios”.
Los maceuales de la sierra de Puebla dicen que los árboles tienen alma, un alma que se manifiesta a través de su sombra. Y porque los árboles tienen alma su crecimiento es material y a la vez espiritual. Por eso cuando nace un niño cuelgan su cordón umbilical de las ramas de un árbol joven y vigoroso que será su protector y crecerá junto con él. •