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Cómo me reorganizo
A

ntes de comentar lo que indica el título de estas líneas, registro que la necesidad que tuve para recurrir a esta reorganización fue hacerlo antes de dejarme morir por la soledad que me domina, a partir de la muerte de mi esposo, Vicente Rojo, hace un año, el 17 de marzo de 2021, dos días después de haber cumplido 89 años de edad.

Así, diré, que son ocho los entretenimientos que me salvan:

1) Mis caminatas diarias, que llevo a cabo después de desayunar (en casa por las mañanas), y que tienen lugar en la avenida Altavista, pues las banquetas son amplias, pavimentadas, no tienen hoyos ni raíces de árbol que sobresalgan de entre ellas; camino las cuadras que pueda hacia avenida Revolución (que son cinco en total, largas, y que antes caminaba de arriba abajo en media hora, sin mayor fatiga); al acabar lo que aguante (que ya he llegado a alcanzar 20 minutos, y alargado a tres las cuadras de ida y vuelta), me siento en la terraza de un Starbucks y me tomo un café, al aire libre;

2) Mi trabajo, que consiste, en primer lugar, en escribir el artículo con el que colaboro en la sección Cultura de La Jornada desde hace, hoy, 28 años, y que fue quincenal, pero que ahora, por decisión propia, es mensual; además, en estos días, he recopilado ensayos, ya publicados sueltos, aquí y allá, desde hace un par de décadas, salvo tres, que son inéditos y que ahora integro a los que he reunido, reordenándolos sin seguir la cronología original, libro que, tras una última revisión, por cierto, pienso someter muy pronto a la lectura y decisión del editor;

3) Asimismo, me ocupo de atender con toda responsabilidad la conducción de mi casa;

4) En cuarto lugar, atiendo diariamente mi correspondencia;

5) No descuido, tampoco, mantener el contacto con mis amistades, a quienes invito ya sea a comer o, las más de las veces, por lo menos a tomar un café, ya sea en mi casa o en algún lugar intermedio entre la mía y la de ellas; también, responder con gusto a las invitaciones que reciba de mis amigas y amigos;

6) Por supuesto, dedico horas a la lectura. En estos momentos, por ejemplo, leo A Writer’s Notebook, de Somerset Maugham (libro que he leído de atrás para adelante y del que, recuerdo aquí, dediqué mi colaboración de La Jornada a su último capítulo (ver mi Está bien alcanzar la vejez, domingo 31 de octubre de 2021). Sin embargo, ahora me gustaría comentar que me intriga la manera en que Maugham escribió en particular este libro suyo, pues me resulta imposible imaginar que lo hizo mientras vivía los episodios que recoge y narra en él, año por año, sus muy variadas experiencias, aventuras, en muy diferentes lugares del mundo. Describe con impresionante lucidez, detalle visual y existencial, con una impresionante sensibilidad, a todo tipo de personas que se iba encontrando en el camino. Es imaginable que llevara un diario, diariamente, con apuntes que en momentos más propicios (que no fueran en la selva, o en altamar, es decir, a una buena distancia de la costa). Su capacidad de observación y de percepción de lo que iba viviendo y encontrando en el camino es extraordinaria, bueno, y su memoria sencillamente rebasa lo que uno describiría como una buena memoria. Es más factible, para mí, imaginar que narró las experiencias, de las cuales tomó nota mientras las vivía, después de haberlas vivido, pues en sí mismas parecen tan consumidoras que es más lógico suponer que narrarlas simultáneamente, o enseguida, resultaría imposible. A menos que, como señalé más arriba, el talento de su memoria se situara más en alto que en el adverbio extraordinario. En todo caso, sitúo A Writer’s Notebook más allá de llamarlo genial;

7) Desafortunadamente, la reorganización de mi vida en soledad, contiene quehaceres menos agradables que la lectura, sin duda; o que las caminatas y tomar café, o pedalear la bicicleta estática que tengo en un rincón de mi estudio. Estos quehaceres que ciertamente son necesarios, pero que agradecería que mi destino no contemplara, consisten cada tres o cuatro meses en acudir al médico;

8) Por fortuna, me gusta dormir, y veo con expectativa creciente la llegada del momento en que me introduzco entre las sábanas, debajo de las cobijas, y suelto mi cabeza sobre la almohada, y cierro los ojos, y duermo, por lo general, seis o siete horas corridas. Soñar me encanta, despierto y anoto el sueño en mi diario.