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Infancia y sociedad

Insultos, amor y odio

E

mpédocles de Agrigento, filósofo y poeta griego, llamó Sphairos a la divinidad en la que todo es armonía y que representaba su idea del motor originario del Cosmos. En el lejano siglo V aC, él decía que existen dos fuerzas primordiales en la vida: el amor y el odio.

Hoy día existe evidencia científica que confirma su postulado, así como el dicho popular del odio al amor hay sólo un paso, ya que ambas emociones comparten un mismo circuito cerebral.

El neurobiólogo Samir Zaki, investigador de la Universidad de Londres, ha encontrado en estudios con humanos, mediante resonancia magnética, que las emociones de amor y de odio activan las mismas estructuras. Al presentarse el segundo se activan en el cerebro la corteza frontal media, el núcleo putamen y la ínsula; este mismo circuito se activa con el amor. La diferencia es que ante reacciones de odio se conservan más las capacidades racionales para estar atento a las debilidades y acciones del enemigo o rival, mientras que en el enamoramiento se es menos racional y más condescendiente con la figura amada.

El insulto. Para comprender tan violenta forma de expresión, dice el sicoanalista mexicano José Antonio Lara: “Vale la pena puntualizar que el ser humano construye su estructura síquica justo en la mirada de los otros. Desde pequeños, las palabras son imágenes que afectan lo que vemos de nosotros mismos en los demás, como si fueran espejos. No hay odio sin amor: el tamaño y el daño del insulto tienen que ver con lo que el sujeto ve de sí mismo en el otro: es él, en el otro, al que insulta; se agrede al otro en la medida en que muestra un vacío, una falta insoportable negada en el sí mismo, pero que el otro refleja. Las preguntas serían, entonces, ¿qué me muestra el otro que yo amo pero no tengo?, ¿qué me muestra el otro que odio pero que no quiero –no puedo– ver en mí?”

Según el francés Jacques Lacan, puede decirse que la matriz del odio se genera entre hermanos por celos y rivalidad por el amor de los progenitores. De ahí que, desde temprana edad, en la familia y en la escuela, hay que apoyar a los niños para que construyan una autoestima sólida y un sano amor a sí mismos. Esto puede evitar que de adultos sufran odios y narcisismos peligrosos.