Cuentan las abuelas que en la antigüedad, la práctica de la medicina era el Arte Mayor, que las médicas de entonces tenían como principal objetivo el hacer más sabios los rostros y enderezar los corazones humanos. Los sabios forjadores de personas de bien, dialogan constantemente con el universo para tomar prestados sus símbolos, sus ciclos, su medicina y en general, la esencia de la vida y darle significado a la nuestra.
Este trabajo se narra desde el Totonacapan y el Centro de las Artes Indígenas (CAI), donde se realizan las actividades de la Escuela de Medicina Tradicional Totonaca (EMTT). A todos los alumnos de dicha escuela se les enseña que la esencia de la práctica de la medicina tradicional totonaca (Makuchina kuchinanin) es el “don” (latamat staku): cuando una persona es marcada por una señal, que podría ser enfermedad, sueños premonitorios, o padecimientos significativos. Una vez identificado el don, único en cada persona, se otorga y permite recibir y ser iniciado como curandero mediante una ceremonia ritual. El anuncio del don de la partería suele ir acompañado de visiones de la Virgen, flores, o confirmarse con el inicio circunstancial de aliviar a una mujer de la comunidad y seguir haciéndolo. Para ser partera, además del don, es importante adquirir enseñanzas de sus abuelas, por tradición oral o como asistente, y quizá haber tenido hijos ella misma.
En la cultura totonaca, es a través del rezo, las ofrendas y las ceremonias, que se sensibiliza a las energías de la naturaleza y del cosmos. Su conocimiento y práctica otorgan, de acuerdo a la tradición, voluntad, fuerza, paz y fe, y son imprescindibles en la preparación para hacer los trabajos de sanación. Las mujeres que inician en la partería comienzan una participación activa y de enorme responsabilidad en un entramado de cuidado de la vida, que incluye aspectos terapéuticos, sociales, afectivos, y espirituales.
Son requeridas para atención del embarazo y el parto (majmaki ken kaman). Las parteras (malakastakini) son una necesidad en la región tanto por la atención médica, como por las creencias espirituales que indican los protocolos a través de los que se atiende al ser humano que surge y que aseguran la protección de las fuerzas divinas para su sano desarrollo. Una partera se encarga de que el parto salga bien y del acompañamiento, previo y posterior, a la madre, el bebé y la familia.
Las herramientas principales de las parteras son sus manos. Comparten su papel afectivo y sanador, propician la salud física y mental y son consideradas sagradas (makgaskgalala) por la forma de hacer contacto para curar, dar alivio y transmitir tranquilidad.
La partera-sobadora (malakastakini-xtonkgnu) recibe información a través de percepciones táctiles que le permiten monitorear el embarazo durante sus visitas. Los dedos de la partera presionan amablemente el vientre, buscan la cabecita, se crean una imagen de la posición del pequeño dentro del cuerpo de la madre. Las más experimentadas pueden acomodar al bebé, sentir su latido, y detectar hinchazón de la matriz u órganos. La manteada con rebozo (palikan), es una técnica para despegar los órganos, acomodar al bebé o apretar la cintura en el posparto. Las visitas durante el embarazo previenen contratiempos, corrigen posturas, alivian articulaciones, reconfortan a la madre y reducen su ansiedad.
Las maestras son conocedoras de la herbolaria de sus comunidades, sea la del bosque, cerca del río, en los solares de sus casas, o la que venden en los mercados regionales. Algunas de las plantas que utilizan son: acuyo, hoja santa, cacao, ruda, canela, pimienta, orégano, y cordoncillo. Las consideradas calientes suelen ser beneficiosas tomadas en té o aplicadas en baños corporales de cocimiento de hierbas. Se acude al baño de sudoración o Xagat (temazcal totonaca), para purificar y desintoxicar el cuerpo.
La partera recomienda alimentarse bien y cumplir los antojos, previene de hacer esfuerzos, muinas, o asistir al cementerio. Es muy capaz de atender con eficiencia un parto difícil, utilizando su don, sus cinco sentidos y el poder de sus oraciones. Después del parto, el cordón y la placenta son parte de un ritual para consolidar el destino del recién nacido. Los cuidados después del parto son minuciosos; la partera suele quedarse varios días dirigiendo labores domésticas y ceremoniales.
El Sistema Oficial de Salud ha ignorado las creencias y costumbres de los pueblos originarios en torno al nacimiento, reduciéndole a sus aspectos fisiológicos e ignorando sus dimensiones culturales, afectivas y espirituales. El trabajo de las parteras ha sido minimizado, menguado y despojado de su significado más profundo por el sistema de salud institucional, y sin embargo, ha persistido. Doña Irma, partera tradicional totonaca y maestra del Centro de las Artes Indígenas (CAI), narra que durante la pandemia aumentaron sus solicitudes de atención de partos, por temor generalizado de acudir a los hospitales.
De acuerdo a la tradición, el tipo de bienvenida que tiene un neonato incide en el resto de su vida. La costumbre de recibirlo, ofreciendo agradecimiento por haber sobrevivido el parto y pidiendo las virtudes y fortalezas que necesita durante el transcurso de su vida para llegar a ser talipaw: honorable, confiable, respetuoso de las tradiciones, y con un espíritu de servicio a la comunidad, no debe perderse. Y son las parteras tradicionales las guardianas de esta tradición, probablemente la más antigua y la más importante de la humanidad. •