Para hablar de partería es necesario mencionar, así sea someramente, la amplia variedad de parterías que se ejercen en el país de manera simultánea: partería tradicional, partería autónoma, partería técnica, partería profesional, partería urbana y partería en la tradición. Éstas se diferencian entre sí por la manera en la que se practican, por los métodos y herramientas que utilizan, por la forma en la que se transmiten sus saberes y las contrastantes condiciones en las que se ejercen.
Es muy probable que la madre de todas las parterías sea la partería tradicional indígena. Entendiendo ésta como una urdimbre de saberes, prácticas y técnicas tradicionales para el cuidado materno infantil, que han sido heredados generación tras generación, principalmente entre mujeres, a través de la transmisión oral matrilineal y la práctica empírica. Son comunes también los relatos de quienes afirman haber recibido el don para ser parteras a través de sueños en los que les muestran plantas y conocimientos para ejercer su oficio.
Las parteras tradicionales brindan sus cuidados principalmente a personas de su familia y dentro de su comunidad, no obstante ser parteras es solo una de las múltiples actividades que realizan en su vida cotidiana, pues, además de acompañar el nacimiento, son también madres, abuelas, comerciantes, curanderas o hueseras que ejercen otros roles sociales en sus territorios.
En México, hasta mediados del siglo pasado, la mayoría de los partos aún eran atendidos por parteras; el acompañamiento del embarazo, el parto y el puerperio formaban parte de los cuidados comunes entre mujeres. El nacimiento era un acontecimiento íntimo que sucedía en casa, las mujeres daban a luz en compañía de sus seres queridos y de parteras tradicionales que les brindaban minuciosos cuidados durante cada etapa del ciclo reproductivo.
El nacimiento comenzó a institucionalizarse a medida que el modelo médico fue volviéndose hegemónico, particularmente a partir de la creación del proyecto de seguridad social que acompañó la industrialización del país a finales de los cincuenta.
En esa transición, las parteras tradicionales -sobre todo en los entornos urbanos- comenzaron a ser desplazadas por las primeras generaciones de parteras profesionales tituladas y, a partir de los 60´s, se empezó a limitar que las parteras tradicionales atendieran partos. Sin embargo, fue hasta los 80´s cuando se hizo evidente que el parto había dejado de ser un acontecimiento íntimo en manos de las mujeres, para convertirse en un evento biomédico. El nacimiento pasó así de las manos de las parteras tradicionales a las de parteras profesionales primero y décadas más tarde, casi por completo, al control de médicos y obstetras, quienes comenzaron a atender el mayor porcentaje de los nacimientos en clínicas y hospitales, guiándose por protocolos y utilizando procedimientos medicalizados.
Hacia los 90´s, las cifras de nacimiento por cesárea en el país comenzaron a ascender. De acuerdo al registro del Subsistema de Información sobre Nacimientos (SINAC), en el 2020 los partos naturales disminuyeron considerablemente y las cesáreas superaron el número de partos vaginales, esto pese a las recomendaciones de la OMS, que son claras al subrayar que este procedimiento quirúrgico no debe rebasar el 15% de nacimientos en ningún país.
De acuerdo con el comunicado de prensa 535 del INEGI, durante el 2020, médicos, obstetras y otros profesionales de la salud fueron quienes con mayor frecuencia atendieron los partos, representando el 88.7% (1 445 199) del total, seguidos de las enfermeras y parteras que juntas representaron 4.6% (75, 209).
A lo largo de estas décadas, las parteras tradicionales de todo el país han sido condicionadas a través de diversos mecanismos de control: programas gubernamentales de apoyo económico, cursos de capacitación impartidos por la Secretaría de Salud, políticas públicas que norman su ejercicio, y las múltiples trabas que enfrentan para acceder a los certificados de nacimiento.
Estos son algunos de los factores que han logrado en muy poco tiempo que las parteras tradicionales dejen de atender partos y se limiten a brindar cuidados pre y postnatales, poniendo en riesgo de desaparecer a un gran acervo de saberes para el cuidado a la salud sexual y reproductiva, violentando los derechos de las comunidades indígenas a ejercer su libre determinación en salud, así como los derechos de las mujeres a decidir dónde y cómo parir.
Las constantes limitaciones al ejercicio de la partería tradicional provienen, por una parte, de las limitaciones ideológicas construidas a partir del modelo médico hegemónico que han sido difundidas ampliamente entre el personal de salud y los funcionarios al frente de las dependencias y, por otra parte, de la necesidad del Estado de institucionalizar el nacimiento.
La discusión sobre si el parto es un evento que tiene que suceder en casa o en un entorno hospitalario es un tema vigente, sobre todo ahora que a las ya de por sí saturadas salas de hospitales, se agregó la necesidad de atender a las víctimas de la pandemia. Según la Secretaría de Salud, durante 2021, el virus Covid -19 fue causa del 42.7% de muertes maternas en el país, ocurriendo al menos el 80% de estos decesos en instituciones de salud.
Actualmente, el panorama de la partería en México contrasta de una entidad federativa a otra de manera preocupante. Si bien hay zonas en donde las parteras continúan brindando cuidados pre y postnatales a las mujeres, en la mayoría de los estados del país las parteras tradicionales ya han dejado de atender partos completamente.
Años de investigación nos han llevado a concluir que la partería tradicional sólo ha logrado prevalecer en entornos donde las relaciones capitalistas no se reproducen por completo ante la resistencia del tejido comunitario, en el que la partería representa un saber común, que está al servicio de la vida y no al servicio de la reproducción del capital. La partería es un don que debemos cuidar y preservar al igual que nuestros otros bienes comunes como la tierra, los ríos, los bosques y la vida. •