Desde hace más de 30 años he vivido y practicado los saberes ancestrales del centro de México y lo que llamamos hoy medicina tradicional mexicana. Durante estos años he sido testigo de cómo estas prácticas ancestrales se han ido adaptando a la sociedad contemporánea y, por otra parte, también se han ido transformando, incluso en algunos casos, se ha ido perdiendo la esencia de estos saberes, al grado de modificarse perversamente para entrar a un mercado y a un sistema donde predominan los valores económicos, dejando en segundo término los valores humanos.
Me gustaría iniciar compartiendo un poco de la cosmovisión que se tenía en el México antiguo -cosmovisión de acuerdo a la memoria oral de mi tradición- y desde este acercamiento referirme al trabajo que ejerce una partera. En la narrativa del origen del universo con la que cuenta la Continua Tradición Tetzkatlipoka, se habla de una fuerza que genera la vida, la que con una inhalación congrega toda la energía que estaba dormida en el universo, esta fuerza es la que convoca, la que absorbe, la que contiene y aspira la energía, la que cautiva la opacidad, sin esta fuerza creadora no se hubiera generado el dinamismo en el universo, a esta energía le llamamos Tziwatl.
Una vez congregada la energía, surge una segunda fuerza que hace que esta energía salga, explote a través de una exhalación; a esta energía le llamamos Tekuhtli. De esta forma Ometziwatl y Ometekuhtli son la dualidad creadora del universo.
Justamente, hoy me quiero enfocar a hablar de esta primera energía generadora: Tziwatl. Pero, ¿qué significa?
Cuando llegan los frailes en el siglo XVI a estas tierras de Anawak, traducen la palabra tziwatl como “mujer”, así la escribieron en los diccionarios que ellos mismos realizaron sobre nuestro idioma nawatl. De esta manera, hoy es muy común que, tanto en los círculos de tradición como en el ámbito académico, se traduzca tziwatl como mujer, sin embargo, esta palabra se queda corta para explicar su verdadero significado y simbolismo, sobre todo porque los frailes, al no comprender nuestra cosmovisión, intentaron correlacionar los conceptos con su cultura y muchas de estas traducciones al castellano no reflejan el verdadero significado. Recordemos que nuestro lenguaje nawatl estaba creado con base en nuestra cosmovisión, en los sonidos del universo, y además es un lenguaje metafórico.
Para los antiguos mexicanos, tziwatl es el principio de la creación.
Tzi= es la unidad, el principio;
Wa= generar
Tl: es un artículo
Literalmente sería “la que genera la unión”, ampliando el significado, es la que une, la que abraza, la que genera el origen, la que se abstrae en sí misma para captar el todo, es la que sujeta a todo, la que envuelve a lo indiviso, la que contiene lo indisoluble, es la fuerza femenina del universo y que se encuentra reflejada en toda la creación.
Mientras que para los europeos de esa época, la palabra mujer la asocian con ‘mollis’ que significa “blando o aguado”. Y así es como se perpetúa la concepción de que la mujer es el “sexo débil”, cuya existencia, ya desde la antigüedad, se supeditaba a los deseos del padre, hermanos o marido; prejuicios que se fueron potenciando y consolidando, en gran parte, a la expansión y cada vez mayor influencia de la religión católica.
Así, durante toda la invasión, la iglesia decidió convertir a la figura femenina en responsable de los pecados y las desgracias que le sucedían al mundo a través de la figura de Eva, quien de acuerdo a la cultura judeocristiana, había sido ella, la que había sucumbido a la tentación del demonio al morder la manzana; por lo tanto, mujer era símbolo de pecado y perversión, eran las causantes de la desgracia de los hombres, instrumentos del demonio y muchas cosas más que se decía de las mujeres.
Ahora que tenemos ambas concepciones, podemos ver que la traducción que hacen los frailes de la palabra tziwatl como “mujer” queda muy separado de los conceptos que se tenían en nuestras culturas antiguas, en específico del pueblo mexica.
La cosmovisión de un pueblo es la base y sustento para toda su organización y estructura: para la organización política, para la convivencia social, relaciones comunitarias, para la agricultura, para las formas de alimentación y de sanación. Para el pueblo mexica todo se relacionaba con su cosmovisión, todo estaba basado en ella.
Si hoy queremos acercarnos a conocer nuestras raíces como mexicanos, debemos empezar estudiando nuestra cosmovisión para comprender, o al menos tener un acercamiento más próximo, a las formas antiguas de pensamiento, a las formas de vida originales de esta tierra.
El desconocimiento de la cosmovisión es justamente lo que ha generado que los saberes ancestrales, que aún prevalecen, tiendan a tergiversarse o incluso a menospreciarse. Para el tema que nos atañe, la partería como práctica de sanación, ha sido de las que más ha sufrido de estas malformaciones y abusos.
Mediante este acercamiento a la cosmovisión, el trabajo que ejerce una partera es esencial para mantener los vínculos que unen lo femenino y lo masculino, no solo de la familia sino de toda la comunidad. Una partera acompaña a otra mujer desde el inicio y hasta el fin de su vida reproductiva, la acompaña en el proceso de bienvenida de un nuevo ser, es la guía en sus procesos de despedidas y de encuentros. La mujer, la energía femenina, por sí misma, es la generadora de la unión; aquellas que ejercen la partería tienen la oportunidad más tangible y visible de ser las replicadoras constantes de la creación del universo, haciendo presente nuestra cosmovisión ancestral. •