asta hace muy poco no se cuestionaba seriamente la globalización en los círculos del poder supranacional. La pandemia fue una llamada de atención muy importante al cerrarse uno tras otro los países, mostrando poca disposición a arriesgar su seguridad sanitaria en la libre movilidad en el mundo. Precisamente, al amainar la pandemia se desató la guerra en Ucrania, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, particularmente de los países europeos, fenómeno que se traslada a los que tienen menor capacidad de absorber el incremento, frecuentemente especulativo, de los precios.
Estos dos fenómenos ponen de relieve que la globalización tiene ganadores y perdedores que tienden a ser los mismos, independientemente del tema específico de que se trate. Este hecho se reflejó en los debates del Foro Económico Mundial en Davos, donde se discutió el obsceno enriquecimiento de muy pocos y el impacto devastador sobre la economía global y las tasas de crecimiento económico en plena caída. Incluso, los promotores de la globalización, como el Fondo Monetario Internacional, llamaron a la cordura, so pena de causar una profunda recesión mundial.
La 75 Asamblea de la Organización Mundial de la Salud, a finales de mayo, fue la ocasión para replantear el funcionamiento de este organismo. Fue evidente que no ha cumplido su papel de regulador sanitario mundial y garante del combate a la pandemia, a pesar de sus obligaciones en este campo. La falta de eficacia de los reglamentos sanitarios internacionales también se había demostrado claramente.
Se empezó a medir la sobremortalidad como expresión del tamaño del excedente de defunciones en relación con años anteriores a la pandemia. Originalmente se interpretó que era una vía indirecta de estimar las muertes por SARS-CoV-2 sin diagnóstico de laboratorio. Sin embargo, pronto se descubrió que también fue resultado de una sobremortalidad por enfermedades crónico-degenerativas en personas no contagiadas por covid-19. Otra expresión de la devastación causada por la pandemia es que la esperanza de vida, indicador de salud de una población, ha caído en prácticamente en todos los países donde se ha medido, y en este caso México no es excepción. La pérdida de años de esperanza de vida en México es más importante para los hombres que las mujeres, pues en los estados llegó hasta tres años en 70 por ciento para hombres y en 30 por ciento para mujeres, según estudios de El Colegio de México.
La pandemia rápidamente se convirtió en tema político de primer orden en los países donde la fuerzas políticas de derecha asumieron posiciones maltusianas mientras gobiernos progresistas planteaban políticas de protección de la población por encima de los intereses económicos de las grandes empresas. Aunque al inicio de la pandemia las grandes farmacéuticas planteaban la posibilidad de vender las vacunas a un precio cercano al costo de producción, este no ha sido el caso. Las ventas de las principales empresas se han incrementado como nunca (https://elpais.com/economia/2021-12-20/las-farmaceuticas-cierran-un-ano-de-oro-con-65000-millones-de-caja-ante-el-reto-de-la-omicron.html), y más aún en las bolsas de valores. Esto señala que la expectativa de los inversionistas es que las vacunas y eventuales medicamentos antivirales se vendan con la máxima ganancia.
Es en este contexto que las posiciones de la OMS resultaron poco eficaces, lo que se tiene que analizar a la luz del precario financiamiento del organismo intergubernamental, que depende mayoritariamente del Banco Mundial y de fundaciones de grandes empresas, como la Fundación Bill y Melinda Gates. Este financiamiento está ligado a proyectos específicos y no canalizados según las prioridades fijadas por el organismo.
Los gobiernos deberían tener el encargo de proteger a sus ciudadanos. Por ello deben decidir en qué campos la soberanía nacional debe ser construida y defendida. La pandemia y sus consecuencias sobre la salud poblacional nos señalan que los medicamentos y vacunas tienen que considerarse asunto de soberanía y que ésta tiene que construirse desde la producción y la distribución para construir cadenas eficaces y blindados contra la corrupción. México tenía una industria farmacéutica sólida que fue desmontada, lo que señala que con una visión clara hacia dónde avanzar bajo reglas claras podríamos como país (re)construir la soberanía sanitaria.