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Confronta Raúl Manríquez al idealismo de la juventud con la evolución de los intereses

En Días de septiembre se exhiben la corrupción y la lucha social de dos antagonistas que fueron amigos

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▲ En entrevista con La Jornada, el escritor Raúl Manríquez aclara que su intención no era solamente narrar los hechos externos, los problemas sindicales, la grilla, la historia de unos asesinatos, sino también la vida interior de los personajes.Foto cortesía del FCE
 
Periódico La Jornada
Miércoles 8 de junio de 2022, p. 6

La novela Días de septiembre explora la relación marcada por la corrupción y la lucha social de dos antagonistas que fueron amigos, pero es más la confrontación de cada personaje consigo mismo, como a veces tenemos todos, sostiene el escritor Raúl Manríquez sobre su obra recientemente publicada.

El narrador y docente, en entrevista con este diario, explica que el origen de los dos protagonistas es el magisterio, que junto con el narrador participante “son tres maestros de escuela, como yo lo fui por más de 30 años. Santiago tiene claroscuros pero mantiene un idealismo por hacer una labor del maestro transformador de la sociedad, que personaliza a miles como él en el país.

“Por otra parte, Israel se encumbra en las estructuras del poder del sindicato y desde ahí se beneficia y entra en corruptelas. Siendo del mismo origen, compañeros y amigos, esta situación los va confrontando a lo largo de la historia. De algún modo representa dos posturas en el mundo de la educación”, dice Manríquez (Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, 1962).

El tercer participante en el libro, editado por el Fondo del Cultura Económica, es un narrador elegido para contar la historia con alguna distancia: Se reconoce limitado como protagonista de la historia y con una cobardía a la hora de las acciones, pero que fue testigo de un hecho trascendente en la evolución de esta amistad entre tres, añade el también filósofo.

“Mi propósito como autor de la novela no era solamente narrar los hechos externos, los problemas sindicales, la grilla, la historia de unos asesinatos, sino también la vida interior de los personajes, y pensé que funcionaba mejor un personaje que un narrador omnisciente.

Él se queda en medio, es incapaz de tomar un partido claramente, aunque el lector verá sus afinidades y sus intereses. El narrador anda buscando resolver situaciones de su propia vida, que se ve hacia el final de la novela, esa parte más sensible, más necesitada de afecto del personaje narrador.

El promotor cultural refiere que con su narración, que obtuvo el Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly en 2007, le interesa “desarrollar una historia que pueda tener un sentido dramático, como lo es una separación así. Santiago, Israel y el narrador tienen una vida descabalada, con oquedades afectivas, sentimentales, deudas consigo mismos.

Durante décadas el idealismo, tan propio de la juventud, se va confrontando con la realidad, con el contexto social, político, económico, pero también con la evolución de los intereses. Uno de los personajes reflexiona sobre lo lejos que están de lo que quisieron ser cuando eran estudiantes, jóvenes, y soñaban con transformar el mundo.

Raúl Manríquez abunda que en los protagonistas, sobre todo en el narrador, existe una lucha por conocerse a sí mismo y completar su vida. Me pregunto dónde hay más de mí en ellos. Hay un poco en cada uno de ellos. Ahí está la perspectiva que uno tiene de la vida.

En torno a la estructura de la novela, el escritor refiere que le permitió redondear fragmentos de alguien que está recordando y de su memoria recupera una historia que viene avanzando desde décadas. El recuerdo se va dando en una secuencia no lineal cronológica, sino cosas un poco azarosas, de manera fragmentaria. Sentí que funcionaba así: redondeando, cerrando el capítulo y luego pasar a otra parte.

Recuerda que escribió la historia en dos años y medio, para lo cual reunió información como la del asesinato real de una maestra que se cometió en aquellos años. Uno toma aspectos de la realidad y, a partir de ellos, vas construyendo, acabalando con la imaginación parte de la historia que también hace el lector. Hay información en la novela, pero nunca toda, y el lector llena esos huecos con la imaginación.