Opinión
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Mar de Historias

La difícil tarea

E

lisa acaricia el frasco de perfume y repite el consejo que le dio Erasto en la última Navidad, a la hora en que se llevó a cabo el intercambio de regalos: Si se aplica unas gotas en la muñeca izquierda, el aroma será más intenso y prolongado. Sonriendo, pone en práctica la instrucción y enseguida devuelve la botella al sitio donde guarda sus tesoros: el misal con tapas de concha nácar heredado de su madre; el búho de porcelana que hace años se ganó en una kermes; los lentes que pertenecieron a Damián, su esposo, y la tesis de doctorado que su nieta Guillermina le dedicó y que tanto la enorgullece.

Hay tardes en que se pone a leer algunos fragmentos para después comentárselos a su nieta y así demostrarle que le interesa su trabajo y quiere familiarizarse con él, aunque, pese a sus esfuerzos, no logre entender las expresiones técnicas que abundan en el texto.

Desde el sábado por la noche, cuando Guillermina le anunció su visita para hoy, se ha sentido más animada. La recibirá en su habitación. Necesita privacidad y no quiere que alguna de sus amigas que a esas horas salen al jardín interrumpa su charla para preguntarle, otra vez, cómo está, cómo se siente sin la compañía de Erasto.

No desea responder, pero aun si quisiera no sabría qué decir, porque ella misma no lo sabe.

La amistad surgida entre ellos desde el día que ingresó a la Residencia Dávalos (amplias habitaciones individuales, bien amuebladas y con acceso independiente) fue motivo de comentarios maliciosos por parte de los huéspedes. Lejos de concederles importancia, Erasto los minimizaba dándoles un sesgo burlón, lleno de doble sentido, que Elisa reconvenía, pero luego, ya a solas, le causaban risa y la grata sensación de saberse halagada... otra vez.

II

Elisa piensa que desde mayo Guillermina no ha ido a visitarla. De entonces a la fecha han sucedido muchas cosas, entre otras, la muerte de Erasto. Pocas veces habló con su nieta de él, y siempre lo hizo en un tono incidental, como si estuviera refiriéndose a alguno de los huéspedes y no a quien se había convertido en una de las personas más gratas e importantes para ella. Hoy, por motivos inexplicables, siente una profunda necesidad de hablar de él o al menos decir su nombre. Los muebles que hace poco fueron trasladados a su cuarto le darán un buen pretexto para hacerlo: Aquellos dos estantes y los libros, el reposet que ves allá y la Remingon que está encima de la mesa son herencia de Erasto (¿el señor alto, corpulento, medio calvito que te regaló un perfume en Navidad?).

Parte de ese legado es la marina que ella puso junto a la ventana y él tenía frente a su cama. Verla le recodaba sus aventuras juveniles en Veracruz y en Progreso, según le dijo durante una de sus conversaciones. No todas habían sido risueñas, algunas terminaron en pleito. En una ocasión, llegado el momento de las disculpas y las aclaraciones, Erasto le había dicho: Peleamos tanto que ya parecemos matrimonio. A lo mejor si nos casamos mejora nuestro trato. Elisa quedó desconcertada por lo que se propuso interpretar como una broma.

Las charlas con Erasto siempre eran estimulantes, la hacían ver el mundo de otra manera, pensar. Una noche durante la cena, cuando ella le comentaba una película, él la interrumpió para decirle algo inesperado: Estuve pensando en una cosa, cuando alguien muere, quienes lo sobreviven se llevan la peor parte, el dolor y la difícil tarea de recordar. Elisa apenas ahora comprende el sentido de esas palabras.

III

Cuando él se vio imposibilitado de salir de sus habitaciones, los internos iban a visitarlo en parejas y por breves minutos para no fatigarlo; Elisa, en cambio, había obtenido permiso para quedarse con él durante el día o hasta que él le pidiera que lo dejara solo, y en el momento de la despedida, siempre le preguntaba, como si lo dudara: ¿Volverá?.

Elisa no olvida lo terrible que fue la primera mañana que entró al comedor y no vio a Erasto junto a la mesa donde la esperaba de pie, sonriente, oloroso a loción. En aquellos momentos, rodeada por el cariño y las miradas solidarias de sus compañeros, conoció una nueva soledad.

Entonces comprendió que la esperaban muchas experiencias semejantes en el jardín, en la sala de lectura, en los corredores, en cada rincón de la residencia, porque en ninguna parte estaría él, su amigo terco, a veces impaciente y amargo, pero que siempre la hacía esperar con ilusión el amanecer, sentirse viva y halagada... otra vez.

Hoy por la mañana, camino del gimnasio, al pasar frente a las habitaciones de Erasto, aún desocupadas, recordó lo que él le había dicho en una de sus primeras visitas: que hablaran de todo, menos de su enfermedad. Ya era suficiente con tener que detallar las reacciones negativas de su cuerpo frente al doctor y la enfermera que lo visitaban dos veces a diario.

A Elisa le costó mucho trabajo complacer a Erasto, guardarse las preguntas y, sobre todo, disimular su inquietud ante su progresivo deterioro. Aún se pregunta de dónde sacó fuerzas para mostrarse optimista en presencia de su amigo y, después, para mentirle adelantándole lo que harían cuando él pudiera levantarse de la cama, salir y acompañarla en sus recorridos por el jardín: unos cuantos prados a los que se reducía el mundo para ellos. Supieron ampliarlo recordando lugares, momentos, historias que fueron entretejiéndose hasta formar una sola: la de dos personas llegadas de muy diferentes rumbos que al final se pudieron encontrar en la Residencia Dávalos (amplia terraza, jardín, gimnasio, sala de lectura, gratos espacios para la convivencia).

IV

Elisa abre la ventana y ve a Guillermina atravesando el andador. Tiene ansias de abrazarla, de escucharla hablando de sus proyectos; también ansía contarle lo que aún significa para ella Erasto: el generoso amigo que le heredó una marina, dos estantes con libros, un sillón reposet, una vieja máquina Remington y la difícil tarea de recordar.