a propuesta narrativa de La civil (2021), primer largometraje de la realizadora rumana, radicada en Bélgica, Teodora Ana Mihai, no surge de premisas muy originales en una larga sucesión de cintas de ficción, series televisivas y documentales centrados en las actividades del crimen organizado y sus saldos desastrosos. Si bien es cierto que la historia de una madre de familia, cuya vida apacible se ve súbitamente trastornada por la desaparición misteriosa de su hija, pudiera hoy parecer un tema harto familiar para muchos espectadores, lo cierto es que la misma saturación de coberturas mediáticas sensacionalistas y relatos sobre secuestros y torturas ejecutadas por bandas de narcotraficantes impunes, ha propiciado una lamentable banalización de esa tragedia nacional. Por esa razón y para manifestarse en contra de la negación y el olvido, hoy se ha vuelto casi imperativo abordar con insistencia ese tema, desde todos los ángulos posibles, inclusive aquellos que semejan esquemas narrativos ya trillados. Desde Heli (2013), portentosa cinta de Amat Escalante, o Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020) o Noche de fuego (Tatiana Huezo, 2021), el cine mexicano reciente ha mostrado coherencia en el señalamiento continuo de un estado de descomposición social, sin visos próximos de contención o arreglo, que ofrece muy pocos motivos de optimismo.
La historia que narra La civil se inspira en la experiencia de la activista Miriam Rodríguez Martínez, quien hace cinco años padeció en Tamaulipas el secuestro y asesinato de su hija, para ser luego ella misma ejecutada por haberse propuesto llevar a la cárcel a cada uno de los asesinos. Desde el título de la cinta, la directora rumana y su coguionista Habacuc Antonio del Rosario optaron por privilegiar el punto de vista de la protagonista Cielo (una Arcelia Ramírez magistral), como la parte civil en un frustrante itinerario de exigencias de justicia dirigidas a autoridades policiacas muy indolentes. Después del secuestro de su hija, perpetrado por delincuentes anónimos que exigen el pago de una cantidad elevada de dinero y la entrega de una camioneta, la madre tendrá que padecer, además de la angustia de no poder ubicar el paradero de la joven, la pérdida también de algunas de sus últimas certidumbres. Gustavo (Álvaro Guerrero), el marido de quien vive separada se le revela, en toda su extensión, como un hombre egocéntricio y pusilánime, incapaz de brindarle un firme apoyo en la búsqueda de la hija y en sus duras negociaciones con los criminales. Por su parte, la policía ignora o desestima sus reclamos ya sea por hartazgo, inercia burocrática, o al verse rebasadas por la proliferación de las ejecuciones. Sus vecinos en el pueblo son figuras fantasmales, alejadas de todo impulso de organización de autodefensa comunitaria. Todos viven con miedo y con la angustia de ser blancos próximos de una posible revancha de las bandas criminales ( Están por todos lados), mismas que sólo parecen apaciguarse con el cobro puntual de cuotas a los comercios a cambio de una protección siempre aleatoria y endeble.
Un breve alivio inspospechado le llega a Cielo por parte del Ejército, institución que muy lejos de ser impoluta, aparece aquí como una figura providencial que acompaña a la madre en su proceso de búsqueda, aun cuando ese acompañamiento se ve manchado por los métodos brutales de interrogatorio y tortura con los que el buen teniente Lamarque (Jorge A. Jiménez), somete a dos mujeres sospechosas de trabajar con los narcotraficantes. Tal vez la idea haya sido mostrar que la eficacia del combate a la delincuencia consiste en darlo en un mismo plano de violencia verbal y física, desechando por completo cualquier tesis de entendimiento conciliatorio, tipo abrazos, no balazos
. La polémica escena de tortura castrense a dos mujeres, contrasta así, de modo singular, con un relato en el que una madre y una hija son presen-tadas como víctimas de la brutalidad del crimen organizado. En una de las escenas más perturbadoras, la tácita aceptación de Cielo de esa violencia militar revanchista, revela hasta qué punto un clima de degradación moral generalizado puede apoderarse de y corromper a muchas conciencias en un pueblo agobiado por una violencia cotidiana. Arcelia Ramírez confiere aquí a su personaje materno una complejidad moral, inusual en este tipo de relatos, que es, en definitiva, el atractivo más sustancial de la película.
Se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, Casa del Cine, y salas comerciales.