lo largo de casi 250 años llegó a las costas del Océano Pacífico el Galeón de Manila, también conocido como la Nao de China. Cubrió una de las rutas marítimas más extensas y riesgosas; fue la más larga de su época, ya que empezaba en las Filipinas, llegaba a México (Nueva España), usualmente por el puerto de Acapulco, la mercancía cruzaba hasta Veracruz pasando por la Ciudad de México y se volvía a embarcar para llevarla a Sevilla. Fue la primera ruta de comercio mundial de la historia.
La mercancía que transportaba el enorme galeón –en ocasiones se usaban dos– era de hasta 1500 toneladas de productos muy costosos que se valoraban hasta en 3 millones de pesos.
Entre los objetos más preciados estaban las porcelanas, abanicos y biombos, muestras notables de los cuales podemos admirar estos días en la exposición Tesoros de China, que presenta el Museo Franz Mayer.
Son 189 piezas de porcelana y arte decorativas que pertenecieron a la dinastía Qing, muchas de ellas propiedad de coleccionistas particulares que generosamente las prestaron para esta importante muestra que se puede disfrutar hasta el 26 de junio.
Se divide en cinco núcleos temáticos que comienzan con la descripción de los antecedentes artísticos que precedieron a la dinastía Ming; le siguen: la dinastía Ming y su legado artístico, las revoluciones culturales de la dinastía Qing, el arte para exportación y los universos de la chinoiserie.
Abraham Villavicencio, el brillante curador de la muestra, explicó la importancia cultural de China desde el siglo VII como un momento importante para el desarrollo de la porcelana. Durante la dinastía Ming, de 1368 a 1644, los chinos lograron un refinamiento en el dominio del caolín, una de las arcillas esenciales para preparar la porcelana. Durante más de una centuria se pensó que sólo existía en China, hasta que en el siglo XVIII, en Europa se descubrió otra montaña de caolín.
La disertación de Villavicencio es interesantísima, ya que nos remonta a los primeros contactos de China con Europa, que datan de la era helenística, alrededor del año 200 aC. Fue hasta el siglo XIII, a partir de los románticos relatos de las aventuras de Marco Polo en la antigua Catay que los europeos otorgaron un especial valor a los tesoros de Oriente, los cuales para el siglo XVI tenían ya presencia en Europa y en América. Un privilegio poder apreciar con esta exposición una muestra de eso.
Al concluir la visita, es irresistible darse una vuelta por el museo, que ocupa un soberbio edificio que se construyó en el siglo XVII para ser sede del Hospital del Amor de Dios, que edificó la orden de los caritativos juaninos para atender a los más desposeídos.
Hace cuatro décadas se recuperó para albergar las extraordinarias colecciones de artes decorativas, escultura y pintura de México, Europa y Oriente de los siglos XVI al XIX, que el empresario de origen alemán Franz Mayer donó al pueblo de México. Declaró: hice mi fortuna en México y aquí la dejaré, para beneficio de todos
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Llegó la hora de comer, e inspirados en Los tesoros de China, decidimos cruzar la Alameda e ir a comer a alguno de los restaurantes del Barrio Chino, en el callejón de Dolores –que en realidad es una cuadra–, pero podía estar en el país asiático, ya que hay todo lo que se le ocurra de mercancías y comida.
Optamos por el Hong King, que se fundó en 1936 y ofrece desde los famosos paquetes que traen un poco de todo, hasta los filetes al estilo Mongolia o los calamares a la plancha. Muy populares son los platillos agridulces: camarones rebosados, alitas, trocitos de pollo, costillitas o lomo de cerdo. Acompañante indispensable es el tradicional arroz frito con carne, verduras, pollo o camarones. De postre, tienen pan al vapor adaptado al gusto mexica con cajeta, chocolate, durazno, fresa, frijol dulce, moka, piña, queso o zarzamora. No es comida de mandarín, pero queda contento con su probadita de comida china e infinitamente más económico que el pato laqueado del señor Lozoya.