n la cauda de periodistas al servicio de la reacción antimexicana, los hay quienes se han cebado en los últimos nombramientos para representar oficialmente a nuestro país. Hemos de reconocer que hubo alguno que no resultó feliz, pero lo que resulta inadmisible es que se haya acusado al Presidente de prescindir del personal de carrera del llamado Servicio Exterior Mexicano.
¿Qué es lo que más se requiere para representar bien a México? Pregunté varias veces, de diferente modo, al legendario Alfonso de Rosenzweig, longevo subsecretario del ramo durante los años 70 y 80 y, prácticamente, superior mío durante los casi nueve años de mi estadía en Tlatelolco. La idea de la respuesta fue siempre la misma: conocer y querer al país que se representa. Lo demás viene solo…
A don Alfonso, por caso, le lastimaban sobremanera aquellos miembros del Servicio Exterior Mexicano, por fortuna minoritarios, que logran pasar buena parte de su vida en el extranjero y hasta llegan a abominar de su condición de mexicanos al extremo de que, claro, al jubilarse deciden residir fuera de aquí.
Recuerdo el caso de aquella funcionaria, de bajo nivel por fortuna, quien anduvo toda su vida activa de un consulado a otros, siempre en Estados Unidos, y siempre tenía lista una buena dotación de alcohol para lavarse bien las manos cada vez que tenía, por la razón que fuera, que tocar o acercarse demasiado a un paisano.
Claro que podría poner más ejemplos similares, especialmente entre los incorporados durante la hegemonía panista y de los traidores al PRI del sexenio pasado. Dejo para otra ocasión a los funcionarios de carrera que incluso se la han sabido rifar cuando ha sido necesario, de cuya amistad me siento muy orgulloso…
Lo mismo antaño que hogaño, ha habido diplomáticos que llegaron de dedazo y desempeñaron papeles extraordinarios, como fue el caso de Luis I. Rodríguez Taboada y Gilberto Bosques Zaldívar, quienes se cubrieron de gloria en Francia, instrumentando lo que a la postre resultó la salvación de unas 150 mil vidas…
También quiero recordar que ambos fueron mal recibidos por algunos diplomáticos de carrera… La lista de diplomáticos de primera calidad y que pusieron muy en alto el nombre de México se nutre también de quienes no siguieron ningún escalafón. Pongo de ejemplo, en épocas menos lejanas, a Gonzalo Martínez Corbalá, quien se la rifó de verdad en Chile contra los esbirros de Pinochet y otros más que resistieron embates golpistas habidos por doquier.
El propio Bosques, después de estar casi cuatro años en Francia y de haber sido prisionero de los alemanes durante 14 meses, hizo un espléndido trabajo en Portugal, en el seno de la dictadura de Oliveira Salazar y después ante otro rufián como Fulgencio Batista, en Cuba. Bien decía Fidel Castro que, sin él, la Revolución Cubana tal vez no hubiera sido posible…
La diplomacia mexicana, salvo los tres sexenios pasados, mantuvo una gran dignidad reconocida por doquier, y se ha recuperado gracias a los diplomáticos de carrera en verdad mexicanistas y así como a espléndidos personajes atraídos de otras funciones, como es el caso de Juan Ramón de la Fuente, entre otros, que coinciden en lo que decía Rosenzweig: conocen y quieren a su país.