Mi primer recuerdo de un pescador es de cuando tenía unos 10 años. Cada año, íbamos en Semana Santa a Tlacotalpan, Veracruz, ya que mi abuelo era de ahí. En ocasiones comíamos en la casa de Pancho Garrita, pescador, que ahora me dicen era un pariente lejano. En la orilla del Río Papaloapan veía a estas personas, ajenas a mí, originario de la Ciudad de México, con redes, hablando y riendo en voz alta. Llamaba mi atención mirarlos en sus botes de madera y ver lo que extraían del río, recuerdo tener la sensación de que estas personas vivían en condiciones muy precarias.
La segunda vez que vi la pesca de pequeña escala fue en la universidad. En El Golfo de Santa Clara (Sonora) pude hablar con pescadores, conocer los equipos que usaban, las redes y embarcaciones; quedé impresionado de su compañerismo, sentido del humor, su ingenio para resolver situaciones y el esfuerzo físico que realizaban para ir a pescar todos los días. Yo creo que la pesca es de los trabajos en los que se arriesga la vida diariamente, todo el día se encuentran en un ambiente inmenso, que se mueve, y el humano naturalmente no está adaptado a él, por lo que se debe respetar y querer el mar. Ahora, después de 30 años, en los que he aprendido y colaborado con la pesca en pequeña escala, sigo observando las mismas características de precariedad, sentido del humor, agilidad mental y esfuerzo físico.
Además de ser testigo de la ardua y diaria labor de las mujeres y hombres de la pesca para sobrevivir, me ha tocado ver y ser partícipe de un ciclo que parece que jamás tendrá fin. El reclamo, bien conocido, del desorden de permisos, la ausente inspección y vigilancia, la falta de subsidios con visión, un sector abandonado a medias, y la constante disminución de los recursos pesqueros; pero la creencia que los mares de México aún no han sido bien explorados para ser explotados, se ven como un almacén infinito de posibilidades económicas.
Esto se escucha año con año, aunque pareciera que cada año es algo nuevo y se maquilla con reuniones convocadas por el gobierno con el sector pesquero, a las que asiste la academia y en contadas ocasiones la sociedad civil para resolver el reclamo del día. Todos con empatía buscan solucionar el problema, aunque sin mucha eficacia. Al final, se anuncian con bombos y platillos acuerdos, en los cuales se comprometen apoyar la lucha y modernización del sector en pequeña escala, nuevas investigaciones de urgencia (sin fondos), nuevas promesas de paternalismo y una foto de los asistentes (en su gran mayoría hombres) alrededor de una enorme mesa ovalada de madera fina o un tejaban rústico.
Otro común denominador es la rotunda negación de que exista una mala administración de la pesca, crisis social y ambiental. Afortunadamente siempre se le puede echar la culpa a las políticas extranjeras que atacan la soberanía de nuestra nación o al clima, ya que este año es diferente. Este ciclo se repite anualmente en cada pesquería y preferentemente semanas antes de que se levante la veda o se quiera implementar alguna herramienta de manejo por el bien de la pesca. No hay una memoria histórica, solo la memoria de aquellos tiempos cuando la pesca era abundante.
Un ejemplo entre varios, y que me impacta, es la pesquería de la jaiba en el Golfo de California. Desde los años 90, esta pesquería ha usado como medida de manejo una veda, ya sea a través de acuerdos voluntarios y más adelante bajo una norma oficial. Cada año, cuando se acercan los meses de verano, comienza el reclamo de los pescadores de que es ya necesario abrir la temporada, que ya se debe de pescar, que hay una crisis económica, que la temporada del camarón fue mala, que no llegaron los permisos que se sometieron hace años, entre otros.
Aun cuando ya se tienen las fechas designadas para abrir la pesca de jaiba, la presión social, nuevas justificaciones con modelos matemáticos, e invariablemente un “líder” logra negociar por el bien del sector que se abra la temporada antes de lo acordado, y esto se repite con la seguridad de que pase lo que pase se saldrá a pescar.
Cuando estudié esta pesquería, a finales de los años 90, un día de buena captura al inicio de la temporada era de 800 kilos y se usaban trampas, hoy me dicen que es de 200 kilos para tener ganancias para sobrevivir y se usa una variedad de métodos, como redes acostadas en el fondo del mar, no autorizadas en la norma oficial de esta especie. Lo único que cambia en este ciclo es el estado de los recursos, pero no la falta de permisos, inspección y vigilancia y los supuestos “líderes” que ayudan al sector.
¿Qué se puede hacer para desmarañar este ciclo tan complejo? Pienso en dos acciones que he visto que funcionan, aunque de duración efímera, que se pierden dentro de este ciclo: la existencia de una voluntad política más allá de lo que dura el sexenio, y la corresponsabilidad del sector pesquero para organizarse y rendir cuentas de cómo explotan los recursos pesqueros de los mexicanos. •