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Cuidado: ¡Ahí vienen los rusos! // VanHerck es Jack D. Ripper // Ken Salazar y T.J. King Kong

¡A

hí Vienen los rusos, ahí vienen los rusos! es el título de una vieja película cómica (gringa, desde luego: The Russians are Coming, The Russians are Coming!, 1966, en plena guerra fría) cuya trama sólo es una pieza adicional del inagotable cuan anodino arsenal propagandístico estadunidense en el clásico esquema blanco y negro (donde de antemano se sabe quiénes son los buenos), siempre en contra del enemigo del mundo libre. Se trata de una pieza de humorismo político estadunidense perfectamente desechable, pero es útil para entender cómo el imperio se quedó varado en la historia, siempre en la creencia de que él y solo él es el salvador de la humanidad, lo que le da todo el derecho de hacer y deshacer.

Han transcurrido 56 años desde la comercialización de ese bodrio, y en el periodo cayó el Muro de Berlín, se desmoronó la Unión Soviética, se desintegró el bloque socialista en Europa, esas naciones subyugadas por el comunismo se incorporaron al mundo libre y se borró del mapa el Pacto de Varsovia… pero la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sigue ahí para lo que se ofrezca, mientras (versión gringa) los rusos no se cansan de plantar espías por todas partes.

En 1966, año del bodrio referido, el general Glen D. VanHerck –actual cabeza visible del Comando Norte de Estados Unidos– era un niño, pero resulta obvio que, goloso, mamó de propaganda gringa como la difundida en The Russians are Coming! Y le quedó el gusto, porque ahora se le ocurre la excelente idea de hacer un remake de dicha película, con un toque oriental, porque, dice, México es la base de operaciones más grande de las agencias de espionaje ruso, sin dejar de lado que la inestabilidad generada por el narcotráfico crea condiciones que pueden ser aprovechadas por agentes de Rusia y China que afectan nuestra seguridad nacional.

¡Brillante! Un Óscar para el general que no aporta una sola prueba de sus dichos (y los integrantes del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado estadunidense, ante los que el milico compareció, tampoco se mostraron interesados en abundar en el tema), pero que de cualquier manera asegura que México está abarrotado de espías rusos y, de pasadita, chinos (también malos en el remake), ambos “en contubernio con el narco autóctono”.

Ya picado, VanHerck (quien, guardada toda proporción, bien pudo ser el general Jack D. Ripper, aderezado con el nazi Dr. Strangelove) debería hacer otra película que podría titularse Con sangre en la boca, porque si alguien tiene regados espías y agencias de inteligencia por todo el planeta es, precisamente, el gobierno de Estados Unidos, el cual, dicho sea de paso, no sólo ha utilizado al narcotráfico para financiar sus múltiples guerras (en Nicaragua, por ejemplo), sino que ha destrozado a un sinnúmero de países en nombre del mundo libre.

En esa película, el general podría incluir al embajador Ken Salazar en un papel de esposa celosa y cornuda, toda vez que el diplomático sombrerudo se siente ofendido por la reciente instalación en la Cámara de Diputados del Grupo de Amistad México-Rusia (idéntico al que 24 horas después se estableció con Estados Unidos). Pero nada le quita el sentimiento de cornudo ni lo metiche, pues ante los inquilinos de San Lázaro reclamó por la cercanía de los gobiernos mexicano y ruso, algo que, dijo, nunca puede pasar, al tiempo que exigió unidad bilateral en contra de los malos para rechazar la guerra; el futuro de nuestras naciones está aquí, no en Rusia, y por lo mismo quiso obsequiar un mapa de México fechado en 1846 y una copia del Tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848 para recordar por qué estamos muy orgullosos de que nuestros países se acercan cada día más y celebren nuestra relación sólida y próspera.

Por cierto, los conocedores del séptimo arte dicen tener indicios de que antes de su exitosísima carrera diplomática (sólo ha sido embajador en México), Ken Salazar trabajó en el cine, concretamente en la película Dr. Strangelove (de Stanley Kubrick, 1964), en la que obtuvo el papel del comandante T.J. King Kong (erróneamente atribuido a Slim Pickens), quien, trepado en una bomba nuclear y al estilo texano, decide explotar una bomba nuclear, en nombre, claro está, del mundo libre.

Las rebanadas del pastel

Y a todo esto, ¿qué dicen en Palacio Nacional? Parece que a veces no se entiende lo suficiente; hay que mandarles telegramas avisándoles de que México no es colonia de ningún país extranjero. Somos un país libre, independiente, soberano, y no colonia de Rusia, China o Estados Unidos.