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Disquero
El Barroco según ilustres desconocidos
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▲ En el orden de costumbre, Johann David Heinichen, Georg Philipp Telemann, Jan Dismas Zelenka, Johann Georg Pisendel y Johann Joachim Quantz.Foto Wikimedia Commons
 
Periódico La Jornada
Sábado 26 de marzo de 2022, p. a12

He aquí un disco esplendoroso, saludablemente pleno de optimismo y alegría: se titula Per l’Orchestra di Dresda, Vol. 1. Ouverture, a cargo de dos ensambles magistrales: Les Ambassadeurs y La Grande Écurie, dirigidos por el experto Alexis Kosenko.

Inicia en una explosión de júbilo: cuasi una fanfarria: Diana sull’Elba, que es la primera de las dos sonatas que escribió Johann David Heinichen (1683-1729) para la célebre boda de la archiduquesa austriaca María Josefa, hija del emperador José I de Austria, con el príncipe alemán Friederich August III y estrenada sobre una embarcación en el río Elba.

La partitura es espectacular: instrumentos de aliento-metal en un coro ensordecedor, aclamatorio, amatorio y en erupción, en espejo y referencia inequívoca a los Reales Fuegos de Artificio de su amigo Handel (with care).

Johann David Heinichen fue el más importante compositor de Dresde, sumamente original, innovador, un revolucionario del sonido pero que muy pocos conocen, y esto nos lleva de nuevo al tema que mencionamos en el Disquero anterior con la pregunta de: por qué los compositores famosos lo son y otros, incluso mejores que ellos, permanecen en el olvido, o para decirlo en términos técnicos: se resbalaron en una marisquería, es decir: cayeron en el ostracismo. Je.

Los músicos involucrados en este flamante disco rescatan la obra de Heinichen (se pronuncia jainijen; no confundir con la chela, esa lleva k y a veces limón y sal y salsa maggie según el gusto) en momentos estratégicos de esta grabación plena de alegría: la efervescencia espumosa de la música barroca.

Heinichen fue el compositor más importante de Dresde pero al igual que Johann Sebastian Bach, al morir pasó al olvido, hasta que en el caso de Bach dos siglos después Felix Mendelssohn lo redescubrió. Toca el turno a Heinichen.

El disco que hoy nos ocupa reúne música producida junto al río Elba por compositores que al mismo tiempo eran intérpretes de su obra y la de sus amigos. Este disco es un descubrimiento: a partir de lo conocido, nos adentramos, o alejamos, según la perspectiva, en músicos que habían quedado en la oscuridad.

Como mencionamos en el Disquero anterior, junto a Mozart existieron muchos compositores tan importantes como él pero solamente Wolfgang pasó a la historia. Los demás pasaron… a retirarse.

Tomemos como eje en el caso de este nuevo disco al viejo Bach, porque él inventó el concepto apparatus, que consistía, nos ilustra el eminente musicólogo Ramón Andrés, en partituras no solamente propias sino pertenecientes a otros compositores y que poblaron la abundante biblioteca de Bach, quien las obtenía directamente de sus amigos compositores.

Es como la piedra que cae en el estanque: la onda expansiva es inmensa. Los compositores de quienes aprendió Bach desde niño hasta anciano, fueron legión, muchos de ellos eran sus amigos, a otros no los conoció, pero a todos tomó como maestros.

Eso sin contar su ascendencia y descendencia. Hay registros documentales de más de 50 miembros de la familia Bach, todos músicos.

Así, en Dresde acontecía la rica tradición musical: entre amigos, familia, referentes.

Ese sistema de enseñanza-aprendizaje en comunidad floreció en Venecia y en Dresde como dos polos de la música barroca.

Los compositores reunidos en el disco que ahora nos congrega no solamente vivieron y murieron en Dresde, sino que algunos de ellos formaron parte de la orquesta cuyo nombre alude el título del disco y era considerada como la mejor orquesta de Europa, entre otros por el mismísimo Jean Jacques Rousseau.

Es el caso de Johann Georg Pisendel (1687-1755), violinista, compositor, amigo de Bach y de Telemann. Visitó Venecia y se hizo muy amigo de Vivaldi, quien escribió para Pisendel cuatro sonatas, cinco conciertos para orquesta, dos sonatas para violín, un trío y una sinfonía.

Pisendel y la Orquesta de Dresde eran uno y lo mismo. Es por eso que la serie de discos titulados Per l’Orchestra di Desdra incluye un volumen dedicado entero a la música que Vivaldi escribió también para esa orquesta; es decir, para su amigo Pisendel, quien añadió instrumentación de alientos-metales que dotan de mayor espectacularidad a las de por sí espectaculares partituras de Vivaldi.

Al frente de dos de las mejores orquestas dedicadas al repertorio barroco, que son Les Ambassadeurs y La Grande Écurie, Alexis Kosenko combina en el disco que hoy recomendamos conciertos por igual que música sacra. Participan también como solistas la mezzosoprano Colina Dutilleue, el barítono Stephan Mcleod y el violinista Stefano Rossi.

La Orquesta de la Corte de Dresde, como se le conocía en su época, dominó toda la primera mitad del siglo XVIII con su repertorio instrumental de cantatas y misas. Tuvo fuerte impacto en Bach y más en Telemann. Lo interesante de este disco es que la música que contiene es poco conocida y proporciona a los escuchas una noción distinta de la que se tiene de la música barroca.

Durante los reinados de Augusto II El Fuerte (también apodado El Hércules Sajón y El Mano de Hierro, debido a su gran fuerza física) y su heredero Augusto III, la también llamada Dresden Hufkapelle contrató a los mejores intérpretes de la época, como Heinichen, Zelenka, Quantz, Weiss y Pisendel.

Entre ellos, el compositor checo Jan Dismas Zelenka (1679-1745), quien fue contrabajista de la Capilla Real Sajona y brilló desde ese puesto, donde pocos han sacado tanto lustre.

Zelenka es autor de una música exquisita. Aprendió a escribir diferente a los demás porque fue el ayudante de Johann David Heinichen, quien ya dijimos fue el mejor compositor de la época, pero no pasó a la historia como tal.

Quien sí pasó a la historia fue su camarada Georg Philipp Telemann (1681-1767), quien por cierto fue compadre de Bach, y por eso uno de los hijos de Johann Sebastian se llamó Carl Philipp Emmanuel Bach, en honor a su padrino, Telemann. Además, como hemos dicho aquí que funcionaba el espíritu de la colmena, Carl Philipp heredó de su padrino todos sus puestos como músico cuando aquel falleció.

El track 6 del disco que hoy nos ocupa es el tercer movimiento de uno de los conciertos para violín de Telemann. El sistema de vasos comunicantes funciona a todo vapor: por momentos nos parece estar escuchando la Música de agua (Wassermuzik) de Handel.

Otro notable que quedó en la oscuridad y cuya música rescata el disco que hoy reseñamos es el maestro Johann Joachim Quantz (1697-1773), gran amigo de Scarlatti y de Handel y flautista de la Capilla de Dresde, además de maestro de flauta de Federico El Grande, bajo cuyo cobijo vivió toda su vida. Quantz era el único mortal que tenía permiso de criticar (dedo pulgar hacia bajo, hacia bajo; dedo pulgar hacia arriba, hacia arriba, dice el reguetón) las partituras que escribía su alumno el rey, El Grande.

Quantz era tan pero tan grande, que escribió varios tratados de teoría musical y de técnicas musicales, además de que escribió partituras por centenares. Tan grande que fue uno de los músicos hoy desconocidos que influyeron a Johann Sebastian Bach.

El disco culmina como comenzó, con una obra portentosa plena de optimismo y alegría: otro fragmento de felicidad de los muchos que escribió nuestro nuevo héroe: Johann David Heinichen, con sus atronadores coros de instrumentos de aliento-metal que nos remiten a la pieza del inicio del disco.

La obra que compuso Heinichen para la famosa boda de María Josefa y Augusto Tercero es una serenata titulada La gara dechli dei (La competición de los dioses), un portento espectacular.

De hecho, antes de que sonara esta obra en los jardines de la familia real, los asistentes presenciaron un espectáculo muy del gusto de la época: fuegos de artificio (otra vez, Handel es el único que pasó a la historia por su música para uno de esos numeritos: Música para los Fuegos Reales de Artificio) mientras sonaba un coro tumultuoso de 64 trompetas.

Pasumecha.

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