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En su segundo exilio, Gioconda Belli quiere ser la voz de los que no pueden expresarse

La escritora nicaragüense comparte en entrevista que se siente descolocada y triste por tener que salir de su país, perseguida por el régimen represor de Daniel Ortega

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▲ La autora habló sobre feminismo y su participación política: La liberación de la mujer no podía darse sin la liberación de la sociedad.Foto Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 22 de marzo de 2022, p. 4

Madrid. La poeta y novelista nicaragüense Gioconda Belli vive desde hace algo más de un mes en Madrid. Dejó su pasado atrás, sus colibríes, sus libros, sus dos perros, su casa y su patria, por la que hace varias décadas luchó con las armas para liberarla de la opresión y la dictadura.

Ahora la persigue y la intenta encarcelar el régimen construido con base en la represión por Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, como a su amigo y también escritor, Sergio Ramírez.

Belli, nacida en Managua en 1948, es una de las grandes voces de la literatura nicaragüense contemporánea. Su vida literaria la inició de muy joven, cuando escribía poemas al tiempo que trabajaba en una empresa de publicidad que le sirvió de parapeto para ocultar su actividad secreta, la de pertenencia a una célula de resistencia contra la dictadura. Sus primeras publicaciones fueron seis poemas que revolucionaron la moral de la burguesía de su país, por hablar de la mujer desde una visión libre. Después, en 1988, publicó su primera novela, La mujer habitada, que fue muy exitosa y le permitió empezar a soñar con vivir de la literatura.

En entrevista con La Jornada, Belli explica sus sensaciones tras volver al exilio, en el que se siente descolocada y triste, pero que ve como oportunidad para ser la voz de los que no se pueden expresar.

En sus orígenes de escritora hubo una preferencia por la poesía.

–¿La poesía es su lenguaje o el género en el que se siente cómoda?

–No necesariamente. No me siento ni más poeta ni más novelista; me siento como una persona que toca dos instrumentos. Cuando empecé a hacer poesía tenía 20 años, trabajaba y, por tanto, escribía poesía cuando me venía la inspiración, algo vivo como una sensación física; es como si sintiera que voy a estornudar flores y que, si abro la boca, voy a provocar un huracán por todo el viento que tengo contenido en los pulmones. Pero fue hasta que publiqué La mujer habitada, que tuvo mucho éxito, que me hice a la idea de que podía vivir de la escritura.

–Después del estornudo de flores, ¿hay un trabajo posterior?

–Por supuesto. Es como si la inspiración me trajera un río de palabras, pero ese río trae piedras, trozos de árboles y cosas que no debería, pero me deja la materia prima del poema para hacer que no le sobre ni le falte nada, que para mí es el secreto de la buena poesía.

–Ese río de palabras muchas veces trae un pensamiento revolucionario, transgresor con su condición de mujer, como ha sido su caso...

–Sí, porque la poesía surge de la vida y yo era producto de una generación que vivió en los años 70, la revolución femenina, la guerra de Vietnam, el movimiento jipi. Había un fermento social tremendo, en el que los jóvenes sentíamos que teníamos un papel protagónico para cambiar el mundo. Además leí muchos libros feministas; esas lecturas me abrieron la mirada para ver sobre qué estaba construida la sumisión femenina. Eso me llevó a involucrarme en la lucha política, a darme cuenta de que mi vida no se iba a reducir a la vida doméstica, que no me gustaba.

Me casé a los 18 años, y muchos días me sentía como un electrodoméstico más. Pero esos libros y el momento que estaba viviendo me llevaron a pensar que podía hacer una diferencia en el mundo, no sólo con mi escritura, sino también con mi participación política, que en esa época era más importante.

–¿No disocia lo que era su participación política con sus aportaciones a la liberación de la mujer?

–Así es, porque la liberación de la mujer no podía darse si no se daba la liberación de la sociedad. Tuve la suerte de tener una madre que era muy avanzada y me hizo celebrar el ser mujer, porque siempre me habló de nuestro cuerpo con respeto y admiración, nunca con culpa. Que sólo nosotras tenemos la capacidad de dar vida, nuestra comunicación con la naturaleza, con la Luna...

–Usted ha escrito poemas y novelas sobre la menstruación y la menopausia, sin tapujos ni culpa...

–Así es, porque se piensa que crecimos con esos tabúes, en los que cuando se hablaba de la regla se decía la enfermedad, o de plano no existía. Todavía provoca vergüenza. Con la menopausia pasa lo mismo; a la fecha incluso se utiliza como insulto. Esa visión del cuerpo femenino viene del cuento de Adán y Eva, y de ese paradigma en el que derivó para que la mujer fuera o virgen o Eva.

–En su literatura hay un feminismo que también reivindica la figura del hombre. ¿Se ha sentido cuestionada por esto?

–No, al menos no frontalmente. Reivindico esa idea porque amo a los hombres y creo que vamos a estar siempre juntos en el mundo y tenemos que encontrar la forma de hacerlo con respeto e igualdad. Hay que pensar que ellos también cargan con una herencia de milenios de que tienen que ser los dominantes. Por eso creo que el hombre no ha hecho su tarea, su examen de conciencia para aprender una identidad nueva. A veces el hombre siente que el feminismo lo culpa y lo insulta.

–¿Hacia dónde cree que va el feminismo?

–En el movimiento feminista hay partes muy radicales que se escinden de la realidad. Es como si pensaran que pueden mandar a todos los hombres a la cárcel por ser hombres, y no tienen culpa de serlo. La sociedad es culpable de cómo los educa. Estoy en contra de hostilizarlos. Hay que hacerles ver lo que está pasando, pero no convertir esto en una guerra, porque no nos lleva a ninguna parte.

Nicaragua es mi presencia

–¿Cómo se siente de volver a ser forzada a vivir fuera de su patria?

–Me siento descolocada, triste, pero también afortunada de no estar presa. Siento que en el exilio anterior pude jugar un papel como voz, pero a estas alturas de mi vida lo que puedo ofrecer a Nicaragua es mi presencia, mi voz, mi lugar en el mundo, y eso me parece que es importante porque es hablar por los que no pueden hacerlo.

En Nicaragua la gente tiene terror de expresarse, los periodistas están siendo perseguidos, y nosotros, los que quedamos afuera, podemos tener esa voz que se necesita. Aunque soy optimista ante este reto que se me presenta y de alguna forma me regresó a la vida impredecible y me alejó de la predecible, que nos lleva a la vejez y a la muerte.

–¿Qué pasó en Nicaragua para que en tan poco tiempo hayan surgido dos dictaduras tan despiadadas, la de Somoza y la de Ortega?

–Así es, la dictadura de Ortega es casi igual de siniestra que la de Somoza. Hicimos la revolución pero no aprendimos a ser demócratas y más después de 45 años de dictadura. Éramos jóvenes y se volvió al mismo punto, entre otras cosas, porque tuvimos la malísima suerte de que Ortega se quedara con el poder del partido y de que usurpara la confianza que se le depositó, y ahora no sabe hacer nada más que estar en el gobierno y tiene junto con su esposa una obsesión de poder enfermiza.

Despatriada, poema que escribió en el avión cuando venía a Madrid como exiliada, ¿fue dictado por la melancolía, por la tristeza, por la rabia?

–Era para hablar por los que callan, por la rabia de los que no pueden expresarse, para decir que mi deber es hablar por todas esas personas que no pueden hablar y que no podrán callarme.