Puertas a la Ciudad de México
uando los antiguos mexicanos levantaron la ciudad de Tenochtitlan lo hicieron partiendo de una gran plaza rodeada por 78 edificios que, en su conjunto, crearon un espacio público. Para acceder a él se contaba con puertas situadas en los puntos cardinales, de ellas partían calzadas que, sobre el nivel del agua, unían al islote con tierra firme y permitían la entrada de miles de personas a la capital del Imperio Mexica. Aquellas calzadas, provenientes de distintos puntos, se encontraban en uno mismo: el Templo Mayor, cuya afluencia tenía tal orden que, junto a la de los mexicas, la precisión de las hormigas al entrar y salir de su hormiguero parecía menor.
Los antiguos mexicanos no contaban con vehículos con ruedas jalados por animales, los trayectos se hacían a pie o en embarcación, por lo que los tameme –cargadores entrenados desde niños– recorrían largas distancias llevando consigo cargas hasta de 25 kilos. Eran en verdad rápidos, tanto o más que los carruajes que después llegaron con los españoles, pues, a diferencia suya, podían salirse de caminos y cruzar cerros, ríos, lagos y montañas con tal velocidad que llevaban desde Veracruz a Tenochtitlan un huachinango que el emperador disfrutaba tan fresco, o más, que uno de los que hoy podemos encontrar en La Viga.
Tras la Conquista los caminos trazados con anterioridad fueron aprovechados por los españoles. Primero fue de suma importancia conectar a Veracruz con la ciudad, por lo que en 1530 se ensanchó y mejoró el primer camino de tierra que unió a las travesías ultramarinas provenientes de Europa con la capital. Una vez resuelta la comunicación con el Atlántico se estableció comunicación con el Pacífico, para ello se construyo un camino entre la Ciudad de México y Acapulco con lo que se establecieron relaciones comerciales entre oriente y el Imperio Español, y así la Nao de China, y otras embarcaciones, trajeron a México porcelana, especias, seda, marfil y más productos que eran llevados a la capital, o a Veracruz con destino a España. México se convirtió entonces en un puente comercial entre Asia y Europa.
La voracidad de los españoles dio rápidamente con el descubrimiento de minas de plata, por lo que también se trazaron caminos que conectaron a los centros mineros con la capital. Su diseño fue especialmente cuidadoso debido a que se requirió que los pesados carruajes, tirados por mulas o caballos, trasladaran sin contratiempos el mineral que sustraído fue llevado a las arcas de la entonces oligarquía española de manera indiscriminada, tal como si una reforma peñanietista hubiese avalado aquel saqueo.
En 1837, la invención de la locomotora cambió la manera de viajar en México, máquina introducida en nuestro país por el presidente Anastasio Bustamante quien, como era costumbre y lo fue hasta hace no tanto, concedió a la iniciativa privada –en este caso un comerciante jarocho– el privilegio exclusivo para establecer un camino de fierro desde el puerto hasta la capital
, pero no sucedió sino hasta 1850 que La Veracruzana, locomotora hecha en Bélgica, lo recorrió. A partir de entonces el tren fue cada vez más abordado a través de distintos recorridos hasta llegar, durante la Revolución Mexicana, a convertirse en una herramienta que dio viabilidad a la tercera transformación del país.
La aviación comenzó a levantar vuelo en nuestro territorio en 1908, cuando Miguel Lebrija realizó algunos vuelos. Para 1911 el presidente Madero voló por encima de los llanos de la Balbuena, sitio que se convirtió en el primer aeropuerto del país. Cuatro años después, por iniciativa de Venustiano Carranza, se creó la aviación militar, y en 1928 se inició en el oriente de la capital la construcción de una terminal para la aviación civil. Pasaron 24 años para que fuera inaugurado un aeropuerto que incluyó la pista 05D-23I, una plataforma y la torre de control, pero sus operaciones se dieron por completo hasta 1954.
En 1963 se nombró de manera oficial: Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, terminal aérea que hoy resulta insuficiente, situación que intentó servir como pretexto para que políticos y empresarios –los mismos de siempre– quisieran hacer negocio a costo de la nación con un proyecto –el de Texcoco– que jamás debió aprobarse y menos iniciar, pero que, afortunadamente, fue detenido a tiempo y sustituido por una nueva terminal que, a menor costo y con beneficios para todos y no sólo a unos cuantos, se inaugura mañana acallando con resultados las amenazas de los agoreros.