erramar sangre para expiar la culpa por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante cinco siglos, ha sido la forma como Occidente soluciona recurrentemente sus crisis. Una razón cultural nacida de la unión de la religión judeocristiana y la tradición del pensamiento grecorromano impone sobre el planeta su cosmovisión. Un orden maniqueo emerge de sus entrañas. Civilización o barbarie. Sólo existe una representación del mundo que ha extendido su razón cultural con la finalidad de dominar el mundo. Oriente, las culturas milenarias, Asia, África y América Latina, nunca han existido, salvo para proclamar la sed de conquista, saciada con la sangre de esclavos y pueblos llevados a la extinción. Países a los cuales se han usurpado sus riquezas, sus territorios, contaminado sus ríos, mares, e impuesto gobiernos títeres. Sobre ellos cae la noche. El Dios castigador omnipresente y todo poder administra justicia. Inquisidor y castrador da luz a quienes abrazan su verdad, la única, aquella emanada del verbo divino. Occidente se expande, arrasando civilizaciones enteras. Así ha sido parida la modernidad. Han sido y son millones los seres humanos víctimas de su prepotencia, sus ansias de dominación totalitaria encubierta bajo la idea de progreso, el principio del derecho de propiedad y libertad individual.
Occidente se desvanece en las tecnologías de muerte. Las armas de destrucción masiva, sean cámaras de gas, atómicas, químicas, biológicas o apoyadas en la cibernética y la inteligencia artificial, son el argumento disuasorio para imponer su voluntad. Para Occidente no habrá paz mientras sus ansias de dominio no se hayan saciado. De nada sirve apelar a la sensatez, a la dignidad, en definitiva a lo que nos hace humanos: la vida en el respeto mutuo. Occidente sólo conoce una razón: la guerra de conquista para someter a toda la población mundial. Así alumbra el holocausto y el exterminio del otro, del extranjero. No tiene compasión. Zygmunt Bauman, en su obra cumbre Modernidad y holocausto, subraya: “La civilización moderna no fue condición suficiente del holocausto, pero si fue, con seguridad, condición necesaria. Sin ella, el holocausto sería impensable. Fue el mundo racional de la civilización moderna el que hizo que el holocausto pudiese concebirse (…) El holocausto no fue un arranque irracional de aquellos residuos –todavía no erradicados– de la barbarie premoderna. Fue el inquilino legítimo de la casa de la modernidad; un inquilino que no se hubiese sentido cómodo en ningún otro edificio”. Hoy Occidente y su portavoz, Estados Unidos, se sienten cómodos. Los acontecimientos sobrevenidos en Ucrania le permiten sobrellevar sus fracasos. Elevar a rango de chivo expiatorio la tragedia que vive la población ucrania. El sufrimiento de unos, es la justificación de la violencia sobre los otros.
Ucrania lanza un SOS. Su voz se escucha. Occidente acude al rescate, aunque sus instituciones internacionales, Unión Europea, OTAN, empresas privadas, bancos, trasnacionales, medios de comunicación, etc..., sean los responsables de la actual crisis planetaria. Los ucranios merecen atención. Pero no nos engañemos, su sangre lava la ignominia de las otras guerras, las civilizatorias
. Así se construye el discurso del chivo expiatorio. Una víctima y victimario. Las sanciones a Rusia, la política de brazos abiertos a los ucranios desplazados de la guerra, la solidaridad de ciudadanos del mundo se hacen eco del llamado. Son solidarios, envían comida, mantas, se desplazan. Las ONG despliegan todos sus medios y redoblan los esfuerzos, mientras los gobiernos mandan armamento y promueven el odio hacia Rusia y los rusos. No hay que buscar más explicaciones. Ucrania es la excusa para el patrocinio de una guerra que tapa sus vergüenzas. Los ucranios, es triste decirlo, importan poco. Víctimas propicias para visibilizar el comportamiento católico de buen samaritano. Mientras tanto, desde el poder, se ejerce la llamada necropolítica.
Un conflicto creado en los despachos de la OTAN, la Casa Blanca y el Pentágono, destapa la barbarie de Occidente. Hipocresía, cinismo, los adjetivos sobran. Occidente vocifera, clama por un Dios castigador y justiciero. Matar rusos. Ellos son los invasores, hay que expulsarlos de cuanta organización internacional sea posible. Llevarlos al exterminio si es necesario. Jóvenes estudiantes rusos son conminados a dejar las universidades europeas. Ciudadanos rusos son vilipendiados y los medios de comunicación atizan y fomentan el odio. Deportistas, actores, no importa, mientras sean rusos, se estigmatizan. Son criminales, bárbaros, escoria, oligarcas, violadores, asesinos.
No hay distinción, Putin es ruso, los rusos son Putin, todos juntos son enemigos de Occidente, sus vidas no tienen valor. Así procede Occidente. Mientras recibe a los desplazados ucranios concediendo tarjetas residencia, permisos de trabajo, estatuto de refugiado, cierra las puertas a quienes durante años claman una posibilidad de trabajo en sus países. Son los muertos, ahogados en las pateras en el Mediterráneo, los cientos que ven peligrar sus vidas cuando se les niega al asilo. Pero también son las mujeres esclavizadas y prostituidas en Holanda, Alemania, España, Francia, y la Europa casta y pura. Son, igualmente, los muros de la vergüenza. Los centros de internamiento, las falsas declamaciones de neutralidad. La irresponsabilidad de Occidente, su prepotencia, sus ansias de dominar el mundo nos sitúa al borde del abismo. Pero mientras tanto, nos llaman a exterminar a los rusos.