La voluntad de existir del pueblo maya
El desarrollo concebido desde una visión ajena a las comunidades indígenas ha puesto en peligro su esencia y forma de vida. La visión dominante intenta implantar un modelo desarrollista y uniformador que atenta contra uno de los principios fundamentales de la existencia: la diversidad.
Tal es el caso con el pueblo maya, en cuyo territorio, la Península de Yucatán, se ha implementado política pública y se han desarrollado megaproyectos haciendo nadie a cientos de miles de mayas que la habitan, contraviniendo el humanismo más básico y el Convenio 169 de la OIT que el gobierno de México ha estado obligado a cumplir y dispuesto a violar desde 1991.
Las formas que adquiere este modelo invisibilizador de culturas originarias “que no hablan idiomas, sino dialectos; que no profesan religiones, sino supersticiones; que no hacen arte, sino artesanía; que no practican cultura, sino folklore; que no son seres humanos, sino recursos humanos; que no tienen cara, sino brazos” como Eduardo Galeano acusa, son variadas; por ejemplo, medicina alópata que desprecia la herbolaria tradicional; derecho integracionista que se impone sobre usos y costumbres y agricultura industrial sobre una de las maravillas agrícolas del mundo: la milpa.
Para estrenar el nuevo milenio, Monsanto, gobierno federal y algunos empresarios y científicos mexicanos, decidieron brindar por el arranque del magnífico negocio de cultivar transgénicos y esparcir herbicida sobre el territorio maya; así, para el año 2012 la transnacional ya contaba con un permiso comercial para sembrar soya genéticamente modificada en la Península de Yucatán. En respuesta a la pregunta de Eduardo Batllori —entonces secretario de Medio Ambiente de Yucatán—, de por qué no se había consultado a las comunidades mayas antes de haberse emitido el permiso, Reynaldo Ariel Álvarez Morales, doctor en genética molecular y secretario ejecutivo de la Cibiogem en aquellos años, afirmó que no se realizó la consulta debido a que los permisos para la liberación de Organismos Genéticamente Modificados se otorgaron “en predios donde no hay asentamientos de comunidades indígenas”. Los predios a los que el doctor Álvarez se refería abarcan el cuarenta por ciento de la Península de Yucatán. Él, sin duda, es uno de los invisibilizadores que piensan que Uxmal y otras zonas arqueológicas ubicadas ahí, las edificaron los extraterrestres.
Los mayas peninsulares llevan una vida común, pero desde hace años, han tenido que agregar a su cotidianidad un trabajo no remunerado y muy demandante: la defensa de su territorio y modo de vida. La lucha es diaria y en muchos frentes, y las malas noticias siguen llegando en parvada: mega granjas que liberan excremento de decenas de miles de cerdos a flor de tierra y contaminan el agua de las comunidades; invasión y despojo de predios para parques eólicos y granjas solares que no benefician a las comunidades; presión a ejidos por tierras para mega desarrollos turísticos; pérdida de selva a causa de la ampliación de la frontera agrícola para cultivos industriales y un largo etcétera que incluye el daño a las abejas.
La apicultura para las comunidades mayas -que producen el cuarenta por ciento de la miel del país- es mucho más que un oficio con algún retorno económico, es una forma de vivir la convicción de que el ser humano es parte integral de la naturaleza y no que está sobre ella, como lo considera el modelo dominante.
Como era de esperarse, esta actividad también se encuentra amenazada. La Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, máxima instancia mundial sobre el tema, afirma que las principales amenazas para los polinizadores son el cambio en el uso de la tierra, la gestión intensiva de la agricultura, el uso de los plaguicidas, la contaminación ambiental, las especies exóticas invasoras, los patógenos y el cambio climático. A estas amenazas, por si fueran pocas, se suma la afectación que el comercio internacional de miel falsa —unas 200 mil toneladas al año— causa en los ingresos de los apicultores; así, la economía de las comunidades indígenas, de por sí en malas condiciones, se ve aún más afectada. Pero hay más todavía, en 2021 surgieron dos iniciativas de Ley apícola en el Congreso de la Unión, que, de promulgarse, se agregarían a la larga lista de afectaciones para una apicultura nacional en estado de emergencia. Estas iniciativas no encaran las amenazas con seriedad y el entramado burocrático y penal que proponen, afectaría gravemente al apicultor.
Una vez más, las y los indígenas mayas se han sumado a la lucha por la apicultura, convirtiendo la defensa de su territorio y modo de vida en su modo de vida. Así es más o menos una parte de la historia de un modelo dominante que se empeña en invisibilizar a las culturas originarias y del pueblo maya que se empeña en existir. •