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Lo de Querétaro no se vio ni en Argentina: barrista de La Doce
 
Periódico La Jornada
Martes 15 de marzo de 2022, p. a10

El primer crimen atribuido a una barra argentina sucedió hace un siglo. En 1924, en las calles de Montevideo, un joven uruguayo fue asesinado con un arma de fuego en medio de una gresca por un partido de futbol. Ese fue el debut sangriento que derivaría décadas más tarde en La Doce, la organización de hinchas más antigua, peligrosa e institucionalizada del futbol en Argentina. Fue modelo a seguir para los fanáticos de varios países, entre ellos México, adonde fue importada hace menos de 30 años.

Uno de sus líderes, Rafael Di Zeo, sentenciado a casi cinco años de prisión por su actividad, dijo una vez que si encarcelaran a todos los barristas, incluso si los mataran, la violencia no terminaría ahí. Porque esto es una escuela, es una herencia. La violencia no la generamos noso-tros; sólo sucede, está ahí en el futbol, consigna el libro La Doce, de Gustavo Grabia.

Esa herencia se ha adulterado con el tiempo, opina otro barrista de La Doce, que habla con La Jornada bajo la condición de mantener el anonimato. Aquel modelo de importación se ha degradado a una vil disputa por un botín entre mercaderes y eso la volvió más peligrosa. Aun así, este hincha se conmueve con las escenas de violencia en el estadio Corregidora de Querétaro.

Una locura lo que pasó en México, no lo podía creer, exclama; “cero código de barra. Eso nunca pasó acá (en Argentina), que yo me acuerde ni en la época de El Abuelo (uno de los líderes históricos). Muy rastrero sacarle la zapatillas (tenis), la ropa, desnudarlos y golpear a un pibe que está casi moribundo”.

Antes, asegura, los códigos en la barra eran importantes. Para entrar a un grupo como La Doce primero había que demostrar el amor al club. Los ritos de iniciación y de paso exigían superar pruebas que incluso ponían en peligro la vida de los aspirantes.

“Si vos querías entrar a la barra cuando El Abuelo había que robar algún trapo del rival, una bandera, una camiseta. Porque primero entrás como hincha y después, si te aceptan, te hacés barra. No podés saltarte, costaba un montón”, relata.

Se respetaban las jerarquías y los lugares que les correspondían en las gradas. Al centro y sobre el paravalanchas, los líderes de la barra, detrás y a los costados, los jefes de segunda línea. Y, sobre todo, la rivalidad se daba en la cancha y en los desplazamientos hacia los estadios.

En un traslado por autopista te cruzás con los rivales y te agarrás a palos, tiros, todo bien, pero no podés hacer lo que se vio en la cancha de Querétaro, ¿entendés? No sé cómo habrá sido, pero parecía una emboscada, ¡hasta las puertas les abrieron! Pegarle al chabón en el piso y sin ropa, eso no, algo nunca visto.

La evolución de las barras apunta a otro horizonte. Hoy el principal conflicto en una barra como La Doce ya no es contra el rival. Ahora se disputan el poder entre los mismos integrantes y se escinde en una barra oficial y una disidente.

“Un barra hoy no es un hincha. Un pibe piensa más en hacer la moneda que alentar al equipo. No, en la época de El Abuelo si te parabas en el paraavalanchas y no cantabas te tiraban o te golpeaban con un palo. Pero eso ya se acabó”, finaliza.