l pasado martes 8 de marzo, miles de mujeres en México y el resto del mundo ocuparon las calles para conmemorar, mediante el ejercicio de sus derechos a la libertad de expresión, manifestación y reunión pacífica, el Día Internacional de la Mujer, exigiendo a los respectivos estados garantizar su derecho a una vida libre de violencia.
Esta fecha se ha instaurado en la memoria colectiva desde mediados del siglo pasado, a través del movimiento social de mujeres que decidieron alzar la voz y luchar por condiciones dignas y justas para ellas. En México habitan poco más de 64 millones de mujeres que constantemente enfrentan problemas, como la desigualdad laboral y salarial; la discriminación por su origen étnico, racial o socioeconómico, y un conjunto de violencias que por medio de la reproducción de desempeños y estereotipos de género derivan en un promedio de 27 desapariciones forzadas de mujeres y niñas cada día, y 11 víctimas de feminicidio. Ante este panorama se vuelve indispensable la presencia del movimiento feminista y de mujeres para contrarrestar las violencias de género. No obstante, este movimiento social inició en el siglo XVIII en Europa, la incorporación amplia de las voces y necesidades de las mujeres se logró con la creación de la perspectiva de género en los años 60 del siglo pasado. Esta ha sido una herramienta indispensable para identificar precisamente las desigualdades mencionadas, y de manera profunda las estructuras impuestas por sociedades patriarcales que han operado en detrimento de las mujeres y de los cuerpos feminizados en diversas geografías, tanto en los territorios colonizados, como en los territorios colonizadores.
Asimismo, desde la diversidad de contextos y análisis críticos han surgido teorías que visibilizan la operación de diversos sistemas de opresión, además del patriarcal, tales como el clasismo, el racismo, el colonialismo y el capitalismo, dando paso con ello a la perspectiva interseccional. Algunas de ellas han sido Simone de Beauvoir, Ángela Davis, Ochy Curiel, Francesca Gargallo, Rita Segato, Julieta Paredes y Lorena Cabnal. Si bien esto ha abonado a la diversificación del movimiento feminista, es la praxis diaria la que le da vida, por medio de cada mujer que visibiliza, denuncia y afronta la violencia en sus espacios personales, y mediante mujeres que se organizan y luchan por cambiar sus comunidades, como las integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional o quienes pertenecen al Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra-Atenco, que, desde sus contextos campesinos, levantaron las voces ante los despojos de sus territorios, para luchar por la libertad de sus presos políticos y exigir justicia por las violaciones que el Estado perpetró contra ellas; incluidas las madres en búsqueda de justicia para sus hijas, víctimas de feminicidio, a quienes además se acompaña, como Irinea Buendía, Mónica Borrego, Araceli Mondragón, Patricia Becerril y Araceli Osorio, así como las mujeres defensoras de derechos humanos que son criminalizadas y encarceladas por protestar y actuar contra el sistema punitivo injusto hacia los grupos y comunidades históricamente vulneradas, como es el caso de Kenia Hernández. A ellas también hay que añadir colectivas y organizaciones de la sociedad civil que luchan día a día contra el sistema judicial patriarcal para conseguir verdad, justicia y reparación integral para cada mujer violentada, previniendo que otras más no lo sean.
Cabe, en efecto, mencionar que más de 86 por ciento del territorio nacional está bajo alerta de género. La incorporación de la perspectiva interseccional en el movimiento feminista, considerando las distintas realidades y geografías, así como las desigualdades que atraviesan a las mujeres y a los cuerpos feminizados, es por tanto clave para combatir la violencia de género, recordando que el movimiento feminista no se nombra en singular por ser uno solo, pues se estaría cayendo en una falacia, sino porque es una voz unísona que replica y resuena en cada espacio personal y colectivo. Por ello, el movimiento feminista no se detendrá hasta lograr resarcir las deudas históricas y humanitarias con las mujeres que han padecido condiciones de vida adversas, dado el abandono y la ausencia de un Estado garante de sus derechos. Con aquellas también que han sido discriminadas y violentadas, tanto a partir de sus orígenes étnicos y raciales, como a causa del despojo de sus tierras y territorios o por sus desplazamientos forzados, invisibilizando con ello sus fundamentales aportes en las vidas comunitarias.
Y, aún más, con aquellas que hoy nos hacen falta: Fátima Quintana, Campira Lisandra, Lesvy Berlín Rivera Osorio, Yan Kyung Jun Borrego, Mayra Abigail Guerrero Mondragón, Mariana Lima Buendía, Zyanya Estefanía Figueroa Becerril. Que sus nombres no queden en el olvido, y que sus luchas construyan dignidad y memoria colectiva, hasta obtener justicia para una y para todas.