Política
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Sabotaje a la reforma eléctrica
P

aradoja cruel. El músculo más sólido de Pemex y la CFE se mostró hasta los años 80 (inicio de la expansión capitalista llamada neoliberalismo). Ese músculo fue la base de la industrialización del país y de una economía que crecía entre 6 y 7 por ciento anual a lo largo de tres décadas.

En esa época prevalecía un gobierno monopartidista, no había alternancia en el poder; las elecciones las ganaba inveteradamente el partido oficial. No había organismos autónomos sobre muy diferentes derechos y ejercicios legales (elecciones, derechos humanos, anticorrupción, etcétera). Ni se había institucionalizado la participación ciudadana en las instancias de gobierno. La palabra competitividad no estaba en boca de nadie o casi nadie; tampoco se escuchaba hablar con frecuencia de modernidad, excelencia, clase mundial, paraísos fiscales, ni de expresiones como ganar-ganar.

Entonces, el campo, en millones de hombres arraigados a la tierra, elevaba su producción agrícola en niveles suficientes para satisfacer las necesidades internas y para exportar. Desde los años 80 lo que empezamos a exportar fue brazos (emigró 10 por ciento de la población actual) y capitales. La deuda pública era tolerable y no se sometía a la mayoría a pagar las deudas de los ahorradores (una absoluta minoría) como se hizo con el Fobaproa. No teníamos empresarios que aparecieran en las listas de los más ricos del mundo; pero desconocíamos los índices de pobreza y pobreza extrema que fueron en ascenso.

No teníamos libertad ni concurrencia plena en la elección de autoridades y el régimen era sin duda autoritario, pero la participación ciudadana se mantenía vigorosa y movilizada a través de sindicatos, universidades y partidos políticos. El control prevalece ahora sobre esos sectores. No teníamos la libertad de prensa que tenemos, pero a la prensa de entonces, que es en lo esencial la misma de ahora, se la señalaba multitudinariamente como lo que era y no ha dejado de ser: prensa vendida; 40 años después pareciera que hubiésemos sido objeto de un prolongado, sistemático y monstruoso engaño.

En 2018 llega por primera vez al gobierno un partido-movimiento con un proyecto nacional que se empeña en recuperar algo de lo perdido y enderezar algo de lo torcido, y quienes nada dijeron sobre aquello que nos dañaba como pueblo y como nación se arman de súbita indignación ciudadana y lo combaten con lo que encuentran. No desdeñan ni la mentira ni la coprología.

Uno entre muchos ejemplos. En una de sus sesiones, el grupo ciudadano Visión Nuevo León invitó a un funcionario de la CFE a explicar cuáles son los motivos y el sentido de la reforma eléctrica. La convocatoria era abierta y virtual. Un grupo de saboteadores se introdujo y con ruidos estridentes e imágenes muy ilustrativas de su procedencia ideológica (un pene saliendo de una taza de baño), donde el sexo es algo sucio y pecaminoso, obligó a los organizadores a suspenderla y reabrirla en otro espacio. Los estamos observando, había dicho la voz de uno de los facinerosos. Otra, desde Visión Nuevo León, le respondió: Nosotros no nos ocultamos y lo hacemos con argumentos y de cara a la ciudadanía.

Cuando se dice que hay fermentos fascistas en buena parte de la oposición, ¿se exagera? La invitación a pensar mal para acertar parece tener sustento. El sabotaje social pa­ra impedir el diálogo y la reflexión es un arma fascista.

Fenómeno creciente es el de la inseguridad. Aparecen los cadáveres, incluso de periodistas en un número por demás inquietante. A ello asocian ciertos opositores la discusión ríspida entre los críticos del gobierno, algunos ya conocidos por el montaje artificioso y el embuste a secas, y el presidente López Obrador, que personalmente responde a ellas. ¿No hay mano negra opositora in­teresada en fabricar daños y cadáveres para acrecentar el sentimiento de inseguridad? ¿Seguiremos viendo más muertes de periodistas, más sabotajes en dimensiones mayores? ¿Inhabilidad de la FGR para dar con los responsables?

Los intereses económicos afectados por medidas tomadas por el actual gobierno –la reforma eléctrica de manera subrayada– responden a un grupo de empresas nacionales y extranjeras y a personajes de subido peso político vinculados a ellas. De aquí el calibre de sus ataques. Sobre esto, los reformadores y quienes se les oponen no parecen haber leído el artículo 28 constitucional.

No constituirán monopolios las funciones que el Estado ejerza de manera exclusiva en las siguientes áreas estratégicas: correos, telégrafos y radiotelegrafía; petróleo y los demás hidrocarburos; petroquímica básica; minerales radiactivos y generación de energía nuclear; electricidad y las actividades que expresamente señalen las leyes que expida el Congreso de la Unión.

No se entiende, así, por qué dejar 46 por ciento de la soberanía eléctrica en manos de empresas privadas. Sus ataques, en cualquier escenario, serían iguales.