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El streaming forma parte del constante cambio del cine: Paul Thomas Anderson

El director californiano conversa sobre su reciente filme, Licorice Pizza

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▲ La cinta es el debut en el mundo actoral de la música Alana Haim, quien aparece en un fotograma con Cooper Hoffman.Foto Universal Pictures
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Sábado 26 de febrero de 2022, p. 5

El movimiento en el cine es una mentira. No es más que la progresión de imágenes fijadas en diferentes instantes que, en suma, engañan al ojo humano aparentando el transcurso de un tiempo encapsulado y manipulado para hacernos creer que aquello frente a nosotros como espectadores es un símil de la realidad. Se trata de lo más cercano a un recuerdo, en este caso compartido en la oscuridad de una sala.

Por décadas, el director estadunidense Paul Thomas Anderson ha sido uno de los cineastas contemporáneos con más destreza para la manufactura de estas mentiras. Fabricante de ilusiones, algunas más y otras menos apegadas a la realidad, el originario de California se ha encargado de exhibir las etapas que han marcado sus recuerdos y obsesiones de vida, siempre a través de personajes o situaciones de ficción, que beben de esos instantes congelados en los fotogramas de su memoria. Licorice Pizza, aunque no es la excepción, sí es quizá su trabajo más cercano a una sucesión de imágenes directamente emanadas de su álbum mental de recuerdos.

Protagonizada por Alana Haim en su primera incursión en el mundo actoral y el novato Cooper Hoffman, Licorice Pizza no sólo bebe de las historias vividas por el director durante su infancia en Studio City, asistiendo a las grabaciones del programa de horror que su padre conducía para la televisión, sino también de las narradas por uno de sus amigos, originalmente actor infantil y ahora productor de cine. A esto debe sumarse su experiencia adolescente, que incluyó el inocente enamoramiento de una de sus maestras, sobre quien el ya director confesó que era la madre de su protagonista Alana, que funge como la mujer mayor a quien Gary (Cooper Hoffman, hijo del finado gran amigo del director, Philip Seymour Hoffman) intentará impresionar y conquistar.

Platicamos con Paul Thomas Anderson sobre los diferentes ángulos en los cuales su vida se cruza con esta historia de amor adolescente en los años 70, época que aquí retrata desde la idílica mirada que muchas veces tienen los recuerdos estáticos en nuestras mentes.

–¿Cuánto influyó el involucramiento de Cooper Hoffman como actor y tu relación con su padre para el evidente cambio de tono que muestra Licorice Pizza en relación con el resto de tu filmografía?

–No creo que se relacione en absoluto. La historia es completamente independiente de Cooper o de su padre. Esta película emerge de dos lugares: el primero fue hace 20 años, cuando me interesaba contar la historia de una relación entre un jovencito y una mujer mayor que él. También hay muchas historias de mi amigo Gary Goetzman, quien fue actor infantil y vivía en el Valle de San Fernando, California. Él vendió camas de agua y tuvo un negocio de máquinas de juegos. Es de él de donde vienen el optimismo y la alegría de la cinta. Ahí nació exclusivamente. Después, cuando emprendí la búsqueda del actor para interpretarlo, me pregunté: ¿A quién conozco que tenga ese mismo optimismo, que sea sociable, esté lleno de alegría y posea una personalidad súper carismática? La respuesta inmediata era Cooper. Así se dio.

Hijo de Philip Seymour Hoffman

–Mencionas haber crecido en la industria del entretenimiento, y es curioso porque tanto tú como Cooper lo hicieron cerca de ese mundo. Más allá de lo que acabas de expresar, ¿dirías que ese fue otro elemento importante? ¿Había algo de ti que considerabas le aportaría más realismo por tratarse de algo que compartían?

–Nunca lo vi de esa forma porque, aunque entiendo lo que quieres decir, la realidad es que se trata de lo opuesto. Cooper vive en Nueva York, nunca fue un niño actor y no conoce ese proceso. Nunca en su vida había tenido un agente y en la película hay escenas en las que interactúa con su agente, pero él no entendía nada sobre esa realidad. Tuve que explicarle todo, pero si hubiera querido que el actor tuviera una cercanía con el personaje, hubiera contratado a alguien que llevara dedicándose a eso desde los cinco o seis años. Sin embargo, fue intencional haber contratado a una persona que no tuviera alguna relación con el mundo de la actuación de manera vivencial. El hecho de que su padre haya sido actor no significa que él haya sabido qué es eso.”

–Siempre que veo una película tuya que transcurre en otra época que no es el presente, me da la impresión de que no buscas generar nostalgia. Nunca apuntas a eso. Es claro que se trata de un contexto, pero el retrato que haces aquí de la industria del cine contrasta con ese mismo mundo en la actualidad. Gente como Sam Mendes y Quentin Tarantino suelen referirse a ti como un autor y elogian tu obra. ¿Buscabas reflexionar sobre esta industria y el lugar de un autor al situarla en los años 70?

–Debo decirte algo. No soy una persona de esas que se quejan del estado actual del cine como industria. Creo que está en constante cambio y crecimiento, que se mueve en diferentes direcciones todo el tiempo, incluso a veces dando pasos hacia atrás. Pero para mí eso lo hace emocionante. Es un ente en constante cambio. Hay gente que vive lloriqueando sobre la situación actual entre las salas de cine y las plataformas de streaming. ¿Pero te digo algo? Pienso que si las salas están sufriendo es porque deben mejorar. Deberían verse mejor, sonar mejor y tratarse con más seriedad e importancia. ¿Estás de acuerdo?, porque el streaming no es nuevo. Es el equivalente a los videoclubs en la era del VHS. Son formatos caseros y esos ya llevan tiempo existiendo. Para mí es muy emocionante este negocio. Algo que ha sido interesante con el lanzamiento de esta película, mirando hacia atrás en el pasado, es que antes las películas duraban de tres meses a un año en una misma sala, que eran enormes.

Supongo que era algo similar en México, y muchas veces ese cine era el único lugar en el que podías ir a ver la película de tu elección. A veces tenías que formarte; en ocasiones se acababan los boletos, pero creo que eso hacía que ir al cine se sintiera como un acontecimiento importante. Por eso, aunque a la industria le encanta llorar y quejarse de que la gente ya no va a las proyecciones, mentirían si no aceptan que es algo que ellos mismos provocaron. Le restaron importancia a las películas, dejaron de cuidar las instalaciones de las salas. Así que para mí es muy divertido formar parte de esta industria en este momento y ser porrista para exigir mejores cines, así como un mayor respeto hacia el trabajo de quienes hacemos las películas que ahí se ven. Sinceramente, es algo que amo. Es una gran lucha y creo que está bien que sigamos luchando.

La escritura del guion

–Hablando de cambios y evoluciones, sobre todo en tu cine, que está colmado de familias rotas e infancias jodidas, me atrevo a decir que Licorice Pizza no necesariamente se adhiere a esos temas. Los jóvenes protagonistas están bastante cuerdos y pertenecen a familias decentes. Sin embargo, es el mundo adulto que aquí presentas el que se ve como un lugar peligroso al que no pueden evitar dirigirse. ¿Había una intención de mostrar lo adulto como ese lugar peligroso al que ni siquiera nos damos cuenta que estamos yendo conforme ocurre?

–No es algo que anticipe. Si soy sincero, no soy muy bueno para prever a dónde me están llevando las historias que cuento. Las situaciones en la película, como cuando Gary va a Nueva York y Lucille Ball no deja de molestarlo, en realidad llegaron al guion porque me parecían historias muy graciosas. Tomo esas historias, las pongo en el guion y de ahí construyo. Después, cuando me adentro en el mundo adulto, pongo otra, como la del personaje de Alana yendo a audicionar con el personaje de Sean Penn.

“Sin ánimos de contar de más, esa situación se descarrila bastante; sin embargo, también se basa en algo que me contaron. Entonces se empiezan a acumular piezas que me parecen interesantes y, conforme sigo escribiendo, empiezo a notar ciertos patrones y comunes denominadores. Es de ahí que nace la historia. Nunca me he sentado a escribir pensando que estoy armando un guion sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta y los peligros de ese proceso. No es algo que yo sepa hacer. Es más, te aseguro que si alguien me planteara hacerlo, me saldría terriblemente mal. Para mí las historias se construyen desde los hechos.

“Mis películas son colecciones de sucesos que, si tengo suerte, alumbran algo en particular una vez que logro tejerlo todo. Y una vez que consigo alumbrar esos temas, generalmente me emociono, regreso en el guion y hago un trabajo de empujar para que los temas que identifiqué salgan a flote con mayor claridad. Aunque también me ha pasado que no me gusta lo que esas historias muestran…”

–¿Y qué haces en esos casos?

–Empiezo desde cero de nuevo.