l hallazgo de la llamada casa gris de Houston llenó de alborozo a los opositores al proyecto de gobierno. Habían encontrado la palanca adecuada para combatirlo y, con certeza, vencerlo. López Obrador, según sus agudas observaciones, caería del aprecio ciudadano. Ahora lo tenían mal herido. Estaba ofuscado, enojado, su declinación era evidente, proclamaron con entusiasmo poco controlado. Dieron entonces rienda suelta a sus tradicionales sentencias de cadalso terminal. Este follón se convertiría en el punto de inflexión
de su gobierno. La Cuarta Transformación entraba en su fase decadente, ¡indetenible! Abundaron de nueva cuenta los epítetos elevados a niveles hiperbólicos. Ya no sólo era un autoritario, sino un demente, declaró, orondo y soberbio, un columnista del diario Reforma (JSHM). Otro (L. Rubio) retomó las extralógicas comparaciones con Hitler, y su endiosada figura entre el pueblo alemán, respecto de AMLO y los mexicanos subyugados por él.
Se le llamó la casa gris en un esfuerzo imaginativo
para igualarla con la Casa Blanca de Peña Nieto. Ahora tenían situado al Presidente donde querían. Un tiro adicional de piedra lo derribaría. La decadencia de su sexenio era la consecuente tendencia. El derrumbe sería la consecuencia inevitable. La Cuarta Transformación ya no tendría, según su idílica visión, el soporte ciudadano que hasta hace unos días tuvo.
Pero hete aquí que López Obrador entró de lleno a la contienda por la verdad
pública en entredicho. En una obligada defensa de su gobierno, de su imagen, de su narrativa de honestidad a toda prueba, de una conducta sin patrimonialismos o impunidades. Y lo hizo con la vehemencia requerida ante un ataque por demás artero. Se estaba frente a militantes opositores que amasaron sus fuerzas y fueron al asalto que consideraron el importante, con seguridad el postrero. No tenía escapatoria. Mientras más contestaba más se hundía. Así de efectiva vieron su hazaña.
Y el Presidente no titubeó en lanzarse a la contienda por la continuidad de su propuesta de gobierno, una de transformación exigente. Y ahí está todavía de pie y con los argumentos necesarios para contrarrestar los envites opositores. Poco a poco ha ido emergiendo el cuadro completo de referente. La famosa investigación y el supuesto conflicto de intereses, o el mismo tráfico de influencia junto con la vida de lujos, se desmoronaba. No tenía solidez ni sustento. Todo fue una serie de supuestos, sospechas y frágiles razones que no soportaban la embestida. La conducta de la pareja, formada por la ejecutiva petrolera y el hijo del Presidente salía, paso a paso, avante de las acusaciones lanzadas con alegre desparpajo y poca reciedumbre. La casa rentada fue, en efecto, rentada a precio similar a otras semejantes y sin conocer el oficio del rentista. Lo hizo la señora que, por lo demás, demostró desahogadamente la capacidad de pago. Todavía alegaron el no registro del contrato para introducir dudas y sospechas adicionales. ¡No hay necesidad de hacerlo!, contestó la agencia colocadora y una detallada investigación. A esto habría que sumar lo contestado después, por el mismo rentista, lo informado por Petróleos Mexicanos sobre los contratos de Baker Hughes; la opinión de esta empresa y sus severos procedimientos éticos en apoyo de su negación y la investigación independiente solicitada; las cartas personales del hijo y la nuera del Presidente particularizando sus actos. En fin, desmontando el follón incrustado en el ámbito público por unos ligeros periodistas bajo consigna. Asunto al que inflaron, con vehemencia, toda una pléyade de figuras de la opinocracia. Personas interesadas en desbancar al gobierno y obligarlo a cambiar de rumbo e imponer sus creencias e intereses. Y hacerlo muy a pesar de la enorme legitimidad de la que goza el gobierno actual y el Presidente en lo particular.
La honestidad personal y discursiva de AMLO sale victoriosa de este lance. También su discurso de austeridad lo hará. Habrá que pensar entonces sobre lo que sucede con los actores difusivos de este drama opositor. ¿Cómo salen ellos después de tan feroz combate? Y se puede concluir, con facilidad meridiana, que quedaron situados en su real tamaño. Que no tienen la capacidad para mellar y menos aún tumbar al gobierno. Y no lo pueden aunque sigan tratando de compararlo con Hitler o con cualquier otro criminal, manipulador o populista que les pase por delante de su congestionada mirada. O, quieran aplicarle las características de algún caudillo defenestrado que les describa el último libro leído.
Muy a pesar de sus esfuerzos por conectar este endeble suceso con el del empleo de José Ramón en Houston, también sin sustento alguno de mala conducta, se ha fracasado sin remedio. No hay para dónde hacerse. El tema principal que está a debate y forcejeo es, en esencia, la continuidad de un modelo de gobierno que va, con solidez, probando sus bondades.