Número 173 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Saharahuis

De la voluntad nómada a una existencia enmarcada

Wilaya de Bojador, Campamentos de Refugiados Saharauis. Diana Luna
Vestigios de la guerra. Diana Luna

La historia de la dignidad y re-existencia saharaui

Diana Luna Salazar Universidad Nacional Autónoma de México

El interior del desierto más grande del mundo, el del Sáhara, ha sido históricamente el hogar de miles de personas que se han congregado en grupos socioculturales con características particulares, entre ellas, la tradición nómada.

Ubicado al norte del continente africano, el desierto del Sáhara nos impresiona por su inmensidad. Se trata de un espectáculo inefable; imágenes compuestas primordialmente por el azul y el cobre nos recuerdan lo inconmensurable que es el cielo, pero en este caso también la arena que se pisa al andar. Desde el caos citadino es frecuente que al pensarlo nos traslademos también hacia un paisaje desolado, sin vida. Las temperaturas poco hospitalarias y la dificultad para reproducir los modos de vida que acostumbramos a mirar son razones de peso para establecer esta vinculación; sin embargo, la realidad es que ha sido el hogar milenario para poblaciones como las que hoy conforman al pueblo saharaui.

Las particulares condiciones del terreno parecían la razón más visible para comprender su movimiento constante, sin embargo, hay que mencionar también el anhelo permanente de libertad; un espíritu errante que de pronto se vio amenazado. La embestida colonizadora de Europa se convirtió en la limitante nuclear, pues, aunque durante años habían mantenido interacción con distintas poblaciones, el establecimiento arbitrario de fronteras luego de la Conferencia de Berlín en 1884-1885, puso una barrera a su abierta movilidad. La ambición colonial excusada bajo una supuesta necesidad para la prevención de conflictos entre los países de aquel continente fue razón suficiente para enmarcar arbitrariamente la existencia de los pueblos africanos.

Si bien, con la Primera Guerra Mundial se dieron modificaciones, en el caso del territorio del Sáhara Occidental -entonces llamado Sáhara Español- no fue así. Desde 1884 fue controlado por España y así permaneció formalmente en el territorio hasta 1976, año en que traicionó a las y los saharauis (con quienes había comprometido la organización del referéndum de autodeterminación), y abandonó el territorio para permitir el paso a la ocupación ilegal del mismo.

En la década de los años cincuenta tuvieron presencia dos acontecimientos importantes que tendrían eco en el futuro, uno de ellos con resonancia especial en nuestros días. Poco tiempo después de comenzar la vida como país independiente (1956), desde Marruecos se manifestó un supuesto derecho sobre el Sáhara Español y otros territorios que se integraban en la idea expansionista del Gran Marruecos. En 1958 esto fue proclamado formalmente ante las Naciones Unidas, en un contexto en el que el segundo acontecimiento también estaba teniendo lugar: la fiebre descolonizadora.

Frente a la negativa por dejar el territorio, la estrategia española consistió en un proyecto de provincialización a partir de 1958. Se buscaba que el Sáhara fuera visto como una extensión de ellos y no como una colonia, sin embargo, en 1960 la ONU aprobó la Declaración sobre la Concesión de la Independencia de los Países y Pueblos Coloniales, mucho más conocida como la Resolución 1514. El derecho de los pueblos a la autodeterminación tenía un cuerpo formal por medio del cual se tendría que vigilar su cumplimiento.

En este marco fue que el Sáhara Español fue integrado en la lista de territorios no autónomos en 1963, haciendo así un llamado firme para que España diera paso al proceso de descolonización. Una actuación ambigua caracterizó este proceso desde entonces, pero también las ansias de libertad comenzaron a echar raíz entre las y los saharauis. Por una parte, la administración desde Madrid reconocía tal derecho, se comprometía a hacerlo valer e incluso cooperaba con pasos concretos como la realización de censos y el otorgamiento de información del territorio. Pero, por la otra parte, se fortalecía la figura de provincia, al tiempo que se observaba un claro desentendimiento en torno al referéndum de autodeterminación que, finalmente, acabó en una traición.

La lucha independentista en primer lugar se enfrentaba al poder del país europeo. El 10 de mayo de 1973, luego de varios movimientos previos y de la acumulación del hartazgo, nació el Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro (POLISARIO), movimiento que aglutina todas las fuerzas saharauis en su lucha común: la libertad. Este movimiento, de hecho, ha sido reconocido como el legítimo representante del pueblo. La fuerza del espíritu saharaui los llevó a enfrentar al ejército colonial y a lograr una promesa de un referéndum que fue rápidamente burlada.

El 6 de noviembre de 1975, desde la frontera norte del Sáhara Occidental, un aproximado de 350 mil civiles marroquíes eran introducidos a través de la Marcha Verde, una estrategia que el rey Hassan II había empleado para asegurarse los resultados del prometido referéndum. Esto, a pesar de que un mes antes, como respuesta a una opinión consultiva solicitada por el Reino de Marruecos, la Corte Internacional de Justicia concluyó que no existían lazos de soberanía de este país sobre el territorio que habitan los saharauis.

Sin embargo, unos días después tuvo lugar el mayor acto de deslealtad español. Mediante unas negociaciones secretas, el 14 de noviembre se firmó el Acuerdo Tripartito de Madrid, a través del cual, se cedió el control del territorio a Marruecos en el norte y a Mauritania en el sur. Formalmente, esta decisión no tiene ninguna validez legal; a la fecha, España sigue siendo la potencia administradora del Sáhara Occidental y continúa teniendo la responsabilidad de hacer posible el referéndum de autodeterminación. No obstante, la situación se complejizó cuando el 27 de febrero de 1976 sale el último soldado español e ingresan las dos potencias ocupantes (una de ellas, Mauritania, renunció a esta empresa dos años después).

Simultáneo a la invasión y con el vacío político que se había generado, el Frente POLISARIO hizo la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática ese mismo día. República que cumple ya 46 años de vida. A partir de entonces, se sostuvo una guerra frontal contra las dos potencias ocupantes y, a partir de 1979 (con la retirada y reconocimiento de Mauritania), solo con Marruecos.

La invasión ejercida por el reino alauita fue acompañada de persecuciones y ataques a civiles, recurriendo para ello a armas químicas que hoy están prohibidas. Los ataques llevaron al exilio a cientos de miles de saharauis, mientras a otros tantos los dejó encerrados dentro de un territorio rodeado por uno de los muros militares más grandes en el mundo.

El muro de la vergüenza fue construido a lo largo de seis etapas entre 1982 y 1987. Actualmente, representa una coraza de más de 2,720 km. que rodean cerca del 75% del territorio del Sáhara Occidental, compuesto por radares que alcanzan a detectar cualquier movimiento a 80 km de distancia, tanques y vehículos blindados, baterías de artillería cada 5 km. y de entre 7 a 10 millones de minas antipersona que asesinan o mutilan a cualquier persona o animal que tenga el infortunio de encontrarse con una, siendo así una de las áreas más contaminadas del mundo por este tipo de artefactos explosivos. Todo esto, bajo el resguardo de aproximadamente 180,000 militares marroquíes que cuestan cerca del 4.6% del PIB del reino.

En 1991 se firmó la paz y se creó la MINURSO, mecanismo hecho para facilitar la organización del referéndum de autodeterminación. Sin embargo, hasta la fecha éste no ha tenido lugar debido a múltiples intereses políticos y económicos que se encuentran en juego. La alianza francesa, el apoyo estadounidense y el privilegiado lugar que ambos ocupan en el Consejo de Seguridad de la ONU, han sido fundamentales para Marruecos. Mientras tanto, las riquezas pesqueras y minerales, especialmente en lo relativo a los fosfatos, también han sido un atractivo suficiente para mantener el control.

En contraste, desde el estallido de la guerra la población saharaui ha tenido que enfrentar una realidad marcada por la persecución, el exilio y la búsqueda incansable de libertad. Desde el muro hacia las zonas ocupadas, saharauis libran una batalla contra la marginalización, la violación constante de sus Derechos Humanos y la represión, cuestión que se agravó con la ruptura del alto al fuego el pasado 13 de noviembre del 2020. Un pueblo de tradición nómada que se encuentra bajo un cerco alrededor de su hogar, tal y como le sucede a Sultana Haya desde hace más de un año, una representación de lo que se ha hecho siempre con el muro militar como el que los limita y que, con el paso de los años y el silencio de la comunidad internacional, solo continúa incrementando.

En el exilio, las y los saharauis han emprendido un implacable esfuerzo por hacer llegar su voz a todos los sitios. El fruto de su labor en parte se refleja aquí. Pues solo con el calor y la fuerza de una lucha que comparten, las voces se reúnen, los brazos abrazan y la razón y el corazón se manifiestan desde cualquier sitio del mundo.

Pero también están quienes habitan unos campamentos de refugiados instalados en una de las zonas más inhóspitas del planeta, muy cerca de la ciudad fronteriza de Tinduf, en Argelia. Aquella población representa también la urgencia de resolver una ocupación que se sostiene a pesar de violar los marcos del Derecho Internacional que reconocen el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui; así como se violentan las vidas que se reinventan, resignifican y re-existen desde condiciones adversas, en una inagotable lucha por alcanzar su libertad y salvaguardar su dignidad. •